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Comimos en silencio durante un rato mientras me devanaba los sesos buscando algo que decir y cómo decirlo sin que se notara que era una mala persona. La manera de admitir que estaba celosa y que había mentido sin perder ante mi hermana mi aura de perfección.

No debería haberme molestado en intentarlo. Claire fue directa al grano, sorprendiéndome una vez más con su perspicacia.

– Quieres a los dos para ti sola, pero sabes que ellos se tienen mutuamente también.

– Sí -conteste yo, apartando el sándwich-. ¿No te parece que soy una loca posesiva?

– Probablemente -contestó ella con otra radiante sonrisa-. Pero supongo que es normal.

– Tuvimos una pelea. Más bien la tuve yo, porque él no peleó. Simplemente se fue, se alejó de mí -dije y tuve que parar para tragar el nudo que se me había hecho en la garganta-. Y ahora se comporta como si no nos conociéramos.

– ¿Y qué pasa con James?

– No me ha dicho nada al respecto. Si han hablado de ello, no me ha comentado nada.

Claire soltó una carcajada.

– Anne, los tíos no «hablan» -dijo dibujando las comillas en el aire a ambos lados de su cabeza al pronunciar esta última palabra-. Se lanzan la mierda, pero no hablan.

Sonreí.

– Ya lo sé. Pero ellos sí hablan. Yo los oigo, a veces. Pero no sé si estarán hablando sobre mí.

– ¿Qué crees que podrían decir? -Claire suspiró, se reclinó en la silla y se dio unas palmaditas en el estómago, que sólo parecía un poco redondeado si te esmerabas en ver el abultamiento. Soltó un eructo largo y lento-. Ah, ése ha sido de diez.

– Es como si no significara nada para él -dije y me sentí mejor y peor al decirlo en voz alta-. Como si hubiera sido sólo sexo.

Claire me miró con tristeza.

– Annie. A lo mejor sólo ha sido eso.

No tenía derecho a llorar por ello, pero lo hice. Me tapé la cara con las manos, avergonzada por las lágrimas.

– ¿Pero por qué? ¿Por qué no me ama igual que ama a James?

Claire me dio una palmadita en el hombro. Yo me sequé apresuradamente las lágrimas con una servilleta. Claire tomó otro puñado de gusanitos de queso y le agradecí que me diera oportunidad de recobrarme del todo.

– Lo siento.

Claire se encogió de hombros.

– Ojalá pudiera decirte qué hacer, hermanita. ¿Lo amas?

– ¿A Alex?

– No. Al rey de Inglaterra.

– Inglaterra no tiene rey.

– Ya lo sé.

Suspiré y jugueteé un poco con la comida de mi plato.

– No lo sé.

– Mira, es una putada que alguien no te quiera, aunque tú no lo quieras a él.

– Una manera muy elegante de decirlo -dije yo.

– ¿Cuándo se va?

– No lo sé. Pronto. Lleva aquí dos meses.

– Podrías echarlo de una patada -sugirió-. Deshacerte de él. Así no seguirás pensando en ello.

Ojalá fuera tan fácil.

– Gracias.

– Anne -dijo Claire con un suspiro-. ¿Qué es lo que más te molesta? ¿Que pueda estar enamorado de James o que no esté enamorado de ti?

– Me siento como una idiota de campeonato -respondí en voz baja-. Ellos planearon esto juntos, y yo me habría puesto furiosa de no ser porque también lo deseaba.

– Te lo dije. Pervertida.

Sonreí.

– Pero al cabo de un tiempo empecé a sentir algo más de lo que habría esperado en un principio. Y a él no le ha pasado lo mismo.

– ¿Estás segura de eso?

Le lancé una buena imitación de una de sus miradas.

– Casi no me ha hablado en una semana. Desde que le dije que pensaba que la relación se estaba convirtiendo en algo más de lo que se suponía que tenía que ser. Cuando le pregunté que por qué seguíamos haciéndolo y él me dijo que porque no podíamos evitarlo.

Aquello despertó la atención de Claire, que se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa.

– Vaya, vaya… Interesante respuesta. Que no podíais evitarlo.

– Tenía toda la razón. Yo no podía. Aun sabiendo que debería, que había dejado de ser sólo sexo. Que yo… sentía… algo más -me negaba a echarme a llorar otra vez-. Sé por qué es el mejor amigo de Jamie, Claire. Sé por qué nunca cayó bien a los Kinney. Porque cuando James está con él es casi como si se transformara en otra persona. Como si a su alrededor no hubiera nadie más que Alex. No me extraña que la señora Kinney lo odie. Le arrebató a su niñito, y, al contrario que yo, Alex no le permite que lo pisotee.

– ¿Follan? ¿Lo han hecho alguna vez?

Respondí porque lo preguntó con seriedad.

– Creo que no.

– Pues creo que a lo mejor deberían. Para quitarse ese peso de encima y dejar de pensar en ello todo el tiempo.

Me presioné los párpados con los dedos para contener las lágrimas que se empeñaban en brotar de mis ojos.

– Creo que la única razón por la que se acostaron conmigo fue porque no podían acostarse ellos dos solos. Alex sólo me deseaba porque… porque no podía tener a James. En realidad, creo que nunca me ha deseado.

Ya lo había dicho. Aquello era lo peor para mí. Me había rendido y había cedido al deseo por alguien que ni siquiera sentía lo mismo por mí. Me había convertido en un sustituto de algo que los dos deseaban y no podían tener.

James roncaba a mi lado, pero yo no estaba dormida. Llevábamos horas en la cama. Solos. Alex había salido y no había regresado. Y yo aguardaba despierta en la oscuridad, esperando a oír el ruido de las ruedas sobre la grava, de la puerta al abrirse, de pasos conocidos en el pasillo.

Lo oí y percibí su presencia en la entrada de mi habitación. Había entrado con la pretendida quietud de un borracho, es decir, ninguna. Se había golpeado, probablemente el hombro, con el marco de la puerta. Ahora estaba junto a mi lado de la cama, clavándome la mirada aunque yo no podía verlo a él.

Oí la hebilla de su pantalón y el susurro del cuero deslizándose entre las trabillas, seguido del sonido metálico de los dientes de la cremallera al bajar

El olor a whisky flotaba alrededor de su cuello como si fuera una bufanda, alrededor de sus dedos como si fueran unos guantes. Quería bebérmelo. Quería ahogarme en él.

La prenda cayó al suelo. Gruñó suavemente cuando no pudo desabrochar alguno de los botones de la camisa, y al momento los oír rebotar en el suelo. Abrí los ojos de par en par, pero las sombras me impidieron ver nada más su perfil. Quería ver si me estaba mirando.

Fui yo la que tendió las manos primero, que toparon con sus muslos. Mi boca con su pene. Me lo metí dentro hasta donde pude, sin hacer ruido aun cuando sus dedos se tensaron y me tiraron del pelo. Estaba tan excitado, tan duro, que me habría atragantado si no hubiera sujetado la base del pene. Lo sujeté de aquella forma, guiando así sus embestidas.

Yo quería más, pero él me tiró del pelo con fuerza y me detuve. Los dos teníamos la respiración entrecortada. Su erección me rozó la mejilla cuando se acercó más. Me echó la cabeza hacia atrás. Al fin pude verlo a la luz de la ventana. Un atisbo de su suave boca, de su nariz recta, un destello de sus ojos.

– Despiértalo -dijo él, aún entre las sombras con voz grave y ronca por haber fumado demasiado.

– James -susurré, y un poco más fuerte cuando Alex me volvió a tirar del pelo-. James, despierta.

James resopló levemente y rodó hacia mí, pero no se despertó.

– Jamie, despierta -dijo Alex.

Oí el gruñido enfadado de James a mi espalda. Alex me soltó el pelo y posó su mano entonces sobre mi hombro, empujándome sobre las almohadas y él sobre mí. Elevé la boca para que me besara, pero él no lo hizo.

James se apoyó en un codo.

– Eh, tío, ¿dónde coño estabas?

– Había salido un momento -dijo Alex, arrodillándose, con el trasero apoyado sobre los talones entre nosotros dos, al tiempo que se acariciaba lentamente el pene.

– No jodas -dijo James con tono aparentemente molesto, y yo no lo culpaba. Él no había estado esperando, como yo.