– Será mejor que traigamos de nuevo al perro para que se dé otra vuelta -dijo Ryan-. Aún no lo hemos hecho venir donde se encontraba el torso.
– De acuerdo -asentí-. Al animal le gustará.
– ¿Le importa que nos quedemos? -preguntó Charbonneau.
Claudel le lanzó una mirada asesina.
– No, mientras tenga gratos pensamientos -dije-. Voy en busca del perro. Espérenme en la entrada.
Al alejarme distinguí la palabra «perra» con la pronunciación nasal de Claudel. Me dije que sin duda se refería al animal.
El sabueso se puso en pie de un brinco al verme llegar y agitó lentamente su cola mientras paseaba su mirada de mí al hombre vestido con el mono azul, como si pidiera permiso para acercarse a la recién llegada. Advertí que el cuidador llevaba impreso en el pecho el nombre «DeSalvo».
– ¿Está nuestro amigo dispuesto para otro paseo? -le pregunté señalando al animal con la mano.
DeSalvo inclinó levemente la cabeza, y el perro saltó hacia adelante y me lamió los dedos.
– Se llama Margot -repuso el hombre en inglés aunque con acento francés.
Se expresaba en voz baja y uniforme y se movía con aire grácil y tranquilo, como los que acostumbran pasar el tiempo con los animales. Era moreno y con el rostro surcado de arrugas, un abanico de las cuales irradiaban desde las comisuras de los ojos. Tenía aspecto de vivir al aire libre.
– ¿Francesa o inglesa?
– Es bilingüe.
– ¡Eh, Margot!-dije. Doblé la rodilla para rascarle las orejas-. Lamento haberme equivocado de género. Gran día, ¿verdad?
Margot movió la cola con más velocidad. Cuando me levanté, saltó hacia atrás, dio un gran giro y luego se quedó inmóvil y examinó atentamente mi rostro. Ladeó la cabeza a uno y otro lado, y la arruga que había entre sus ojos se frunció y se alisó.
– Soy Tempe Brennan -me presenté al tiempo que tendía la mano a DeSalvo.
El hombre prendió un extremo de la correa de Margot a su cinturón y asió el otro. A continuación me tendió la mano, que era áspera y firme, como metal forjado. Su apretón merecía un sobresaliente.
– Yo soy David DeSalvo.
– Creemos que tiene que haber algo más, Dave. ¿Estará Margot preparada para otra ronda?
– Mírela.
Al oír su nombre Margot irguió las orejas, agachó la cabeza, alzó las ancas y se abalanzó hacia adelante en una serie de saltitos sin apartar su mirada del rostro de DeSalvo.
– Bien. ¿Cuánto terreno han cubierto hasta ahora?
– Hemos avanzado en zigzag por todo el recinto, salvo donde usted trabajaba.
– ¿Existe alguna posibilidad de que se dejara algo?
– No, hoy no. -Negó con la cabeza-. Las condiciones son perfectas. La temperatura es correcta y el tiempo agradable y húmedo por causa de la lluvia. Corre una brisa excelente, y Margot está en perfecta forma.
La perra le frotó la rodilla con el hocico, y el hombre la premió con unas caricias.
– Margot no suele perderse nada. Ha sido entrenada exclusivamente para seguir el olor de los cadáveres, por lo que no se desviará por otra cosa.
Como los rastreadores, a los sabuesos de los muertos se les enseña a seguir olores específicos. Recuerdo una reunión académica en la que un expositor regaló botellitas de muestra de olor a cadáver. Agua de putrefacción. Un entrenador conocido solía utilizar dientes extraídos, facilitados por su dentista y conservados en frascos de plástico.
– Margot es la mejor con quien he trabajado. Si hay algo más por ahí, lo encontrará.
La miré convencida de que era cierto.
– De acuerdo. Llevémosla hacia el primer lugar.
DeSalvo sujetó un extremo de la correa libre al correaje de Margot y nos condujo hacia la entrada, donde aguardaban los cuatro detectives. Pasamos por la ya familiar ruta, Margot al frente, tirando de su correa. Husmeaba el camino explorando todos los recovecos al igual que había hecho yo con la luz de mi linterna. De vez en cuando se detenía, aspiraba rápidamente y luego expelía el aire de golpe formando remolinos alrededor con su hocico. Ya satisfecha seguía su avance.
Nos detuvimos donde el sendero se bifurcaba en el bosque.
– El lado que no hemos examinado es aquél.
DeSalvo señaló en general hacia la dirección donde habíamos encontrado nuestro primer hallazgo.
– Le haré dar una vuelta y luego la traeré a favor del viento. De ese modo percibe mejor los olores. Si parece haber encontrado algo, la dejaré seguir su instinto.
– ¿La molestaremos si nos encontramos en la zona? -pregunté.
– No, su olor no la distraerá.
Perra y entrenador siguieron por el camino durante unos diez metros y luego desaparecieron entre los árboles. Los detectives y yo tomamos asimismo aquel sendero, que ahora era más evidente por las huellas de pies. En realidad, la zona de enterramiento en sí ya no podía calificarse como un pequeño claro. La vegetación estaba aplastada y algunas ramas de los árboles habían sido podadas.
En el centro, el agujero abandonado mostraba su boca negra y vacía, como una tumba saqueada. Era mucho mayor que cuando lo habíamos dejado, y el terreno del contorno estaba desnudo y pelado. Un montón de escombros se levantaba a un lado, un cono truncado de partículas anormalmente uniformes: restos de tierra cribada.
En breves minutos oímos ladridos.
– ¿Está el perro detrás de nosotros? -dijo Claudel.
– La perra -lo rectifiqué.
Abrió la boca, pero apretó con fuerza los labios. Advertí que latía una venita en su sien. Ryan me dirigió una admonitoria mirada. De acuerdo, tal vez lo estuviera aguijoneando.
Sin decir palabra retrocedimos por el sendero. Margot y DeSalvo se hallaban a la izquierda, husmeando entre las hojas. Al cabo de un instante aparecieron a la vista. Margot estaba tan tensa como las cuerdas de un violín, le abultaban los músculos de los hombros y tensaba el pecho contra el correaje de cuero. Mantenía alta la cabeza y la hacía oscilar a uno y otro lado, olfateando el aire en todas direcciones, de modo que las ventanas de la nariz vibraban febrilmente.
De pronto se detuvo y se quedó rígida, con las orejas erguidas y las puntas temblorosas, y comenzó a proferir un sonido desde su más profundo interior, tenue al principio y luego más intenso, semigruñido, semigemido, como el lamento fúnebre de algún ritual primitivo. A medida que el aullido crecía en intensidad, sentí que se me erizaban los cabellos y que un escalofrío recorría mi cuerpo.
DeSalvo se inclinó y soltó la correa. Por unos momentos Margot se mantuvo inmóvil, como si mediante su posición confirmase y recalibrase su objetivo. Por fin salió disparada.
– ¿Qué diablos…? -exclamó Claudel.
– ¿Qué sucede? -dijo Ryan.
– ¡Maldición! -profirió Charbonneau.
Habíamos esperado que husmeara en el lugar del enterramiento que se encontraba detrás de nosotros, pero en lugar de ello cruzó directamente el sendero y se metió entre los árboles que estaban más abajo. La observamos en silencio.
Un par de metros más allá se detuvo, agachó el hocico y aspiró varias veces. Exhaló bruscamente el aire, se desplazó a la izquierda y repitió la maniobra. Estaba rígida, con todos los músculos en tensión. Mientras la observaba se formaban diversas imágenes en mi mente: la huida entre la oscuridad, una brusca caída, un agujero en el suelo.
Margot captó de nuevo mi interés. Se había detenido en la base de un pino y centraba toda su atención en el suelo que tenía delante. Bajó el hocico y aspiró. A continuación, como a impulsos de un instinto salvaje, se le erizó la piel del lomo y sus músculos vibraron. Levantó el hocico en el aire, aspiró por última vez y corrió salvajemente. Se abalanzaba y retrocedía con la cola entre las patas ladrando e intentando morder el suelo frente a ella.
– ¡Margot! Ici! -ordenó DeSalvo.