– Cuéntamelo todo -ordenó.
– No -le costaba hablar-, no todo.
– Hasta el último detalle que recuerdes -dijo sin piedad.
Al ver que no hablaba, se le acercó por detrás y la agarró de los brazos para girarla hacia él, pero ella se resistió.
– No puedo ayudarte a superar el dolor que sientes -dijo-. Lo único que puedo decirte es que resistas y que no te dejes vencer. Es el único modo de sobrevivir.
Algo en su voz la hizo relajarse, incluso en contra de su voluntad. La giró hasta que estuvieron cara a cara y ella se quedó allí de pie, demasiado consternada para moverse. Él la observaba con atención y parecía que, en lugar de sus manos, eran sus oscuros ojos los que la estaban agarrando con fuerza.
– Sí -dijo ella en voz baja-. Es el único modo.
– Entonces, cuéntamelo -repitió-. Cuéntamelo todo.
CAPÍTULO 5
Holly finalmente aceptó y él la llevó a una silla y la ayudó a sentarse. Él se quedó de pie junto a la pared. Pasado un momento, ella comenzó a hablar.
– Me sacaba a cenar, estábamos juntos todo el tiempo. Parecía que lo único que quería era estar conmigo.
Se mantuvo en silencio mientras los recuerdos la invadían.
«Cuando estoy contigo, amor mío, siento que estoy vivo. Siempre estás en mis sueños. No pienso en nadie más».
– Ésas eran el tipo de cosas que me decía -susurró-. Eran maravillosas…
– Pero las palabras no significan mucho -dijo él-, Todos lo sabemos, pero no queremos creerlo, porque si lo hacemos… entonces no nos queda nada.
– Bueno, puede que no tener «nada» no sea tan terrible -dijo casi enfadada-. Puede que incluso sea lo mejor.
– Eso depende de lo que tuvieras o creyeras tener antes.
– Sí, supongo que sí. Ahora sé que me eligió porque soy buena haciendo réplicas de obras. Me enseñó una fotografía de una miniatura que, según él, pertenecía a su familia y me pidió que dibujara una copia. Dijo que la original se encontraba en un banco porque tenía mucho valor. Entonces me invitó a venir a Italia con él para conocer a su familia, en un pueblecito cercano a Roma llamado Roccasecca. Nunca había oído hablar de ese lugar, pero en cuanto llegué me enamoré de él. Era como todas las pinturas románticas que había visto de pueblecitos italianos. Tendría que haberme dado cuenta de que todo era demasiado perfecto para ser verdad. Cuando llegamos allí, la familia parecía haber desaparecido. Siempre había alguna razón para posponer el encuentro, aunque él les enseñó el dibujo y me dijo que les había encantado. Supongo que fue entonces cuando empecé a desconfiar, pero intentaba ignorarlo. Estaba siendo como un sueño y no podía enfrentarme al hecho de que se acabara… no, no podía acabarse. Nunca había empezado. Había sido una farsa desde el principio. Me había tomado por una imbécil, y ¡qué imbécil fui! -soltó una carcajada, mirando al frente, recordando-. Era el amor de su vida, su ángel, su amada. Me lo creí todo. Ansiaba por creérmelo. Me decía: «amore», «mia bella per l’eternitá», mientras su cabeza no dejaba de hacer cálculos.
Holly se detuvo otra vez y alargó una mano para poder apartarlo en caso de que se atreviera a insultarla mostrándole su compasión. Pero él no se acercó, simplemente se quedó mirándola.
– Debí haberme dado cuenta entonces, pero deseaba permanecer ciega ante la verdad un poco más de tiempo. Después de todo, no había nada concreto, tan sólo eran ligeras sospechas. Entonces me dijo que me fuera a casa y que él se reuniría conmigo más tarde. Mi vuelo salía de Roma y tenía que tomar el tren desde Roccasecca. Bruno me acercó a la estación de tren, pero no se quedó, a pesar de faltar dos horas para que partiera el tren. Supongo que estaba deseando alejarse de mí. Mientras esperaba, recordé algo que creía que me había dejado en la habitación. Comprobé mi equipaje y entonces lo encontré.
– ¿La miniatura original?
– ¿Cómo lo sabía?
– Estaba muy claro cómo iba a acabar esta historia. Como dices, él estaba buscando a una artista con talento para hacer réplicas. Escogió Inglaterra porque allí nadie lo conocía y porque así le serías útil para sacar la obra original de Italia.
– Suena tan evidente -dijo con un suspiro.
– Evidente para mí, tal vez, pero no tienes por qué ser tan dura contigo misma. ¿Qué hiciste luego?
– No sabía qué hacer, y por eso hice lo que no debía. Lo llamé y le dije lo que había encontrado. Me hablaba con dulzura y, cuanto más lo hacía, más asustada me sentía. Colgué. Salí corriendo de la estación, me deshice de la miniatura y volví.
– Eso no fue muy acertado. Deberías haber ido en la otra dirección.
– Lo sé, pero había dejado mi equipaje en la estación. Y cuando llegué, al tren le faltaban diez minutos para partir. Me pareció lo mejor subirme. No pensé que ya se hubieran levantado sospechas.
– A Bruno Vanelli se le conoce en esa zona. Tiene antecedentes, y cuando la miniatura desapareció, él fue el primero en el que pensaron. Sólo estuvo un paso por delante, pero se podría haber salvado si tú hubieras sacado el cuadro del país. De ahí, su fuga.
– Pero si sabe todo esto, ¿por qué se lo estoy contando?
– Porque falta una pieza del puzzle y sólo tú puedes saberlo. ¿Exactamente dónde dejaste la miniatura?
Holly se levantó de la silla y comenzó a caminar por la habitación, pero él la detuvo y la miró fijamente con sus oscuros y brillantes ojos.
Se sentía asustada por la cantidad de confianza que el juez esperaba que pusiera en él. Era un agente de la ley. Si le decía lo que quería saber, ¿qué pasaría después? ¿Estaría la policía esperándola con unas esposas?
Miró hacia arriba, aterrorizada, y después de un momento, él dijo:
– Tienes que confiar en mí. Sé que después de lo que has vivido, no puedes confiar en nadie, pero si no confías en mí, ¿qué vas a hacer?
– No lo sé -susurró.
Ante esa situación, algo dentro de ella comenzó a rebelarse. Notaba cómo poco a poco podría verse controlada por él y tenía que luchar contra ello hasta el final.
– No lo sé -lloró.
Matteo la agarró. Sus manos eran fuertes y cálidas y, aunque imponían, resultaban tranquilizadoras.
– Confía en mí -dijo con tono suave-. Tienes que confiar en mí. Lo haces, ¿verdad?
– Yo…
– Dime que confías en mí. Dilo.
– Sí -susurró. Apenas era consciente de lo que estaba diciendo.
Se encontraba bajo el control de algo que era más fuerte que ella y no servía de nada resistirse. Se sentía hipnotizada.
– Dime dónde dejaste el paquete.
– Había una pequeña iglesia cerca de la estación. Es muy pequeña con…
– La conozco bien. Tengo amigos en Roccasecca. Liza y yo estuvimos visitándolos y por eso coincidimos en el tren. Continúa.
– La iglesia estaba vacía cuando entré, así que dejé el cuadro detrás del altar. Hay una cortina que cubre un agujero que hay en la parte baja de la pared. Lo deslicé por debajo de la cortina y lo dejé dentro.
– ¿Me dices la verdad?
– Sí… sí.
– ¿Hay algo que no me hayas dicho?
– No, lo puse allí. Lo juro.
– Si mientes… que Dios nos ayude a los dos.
– No miento. Pero puede que alguien ya lo haya encontrado.
– Esperemos que no. Has tenido más suerte de lo que crees. Roccasecca fue el lugar de nacimiento de un santo medieval. Se dice que la miniatura es de él y pertenece a la iglesia donde lo dejaste. Si podemos encontrarlo, alegaremos que no se cometió ningún robo ya que se devolvió a sus propietarios legales.
– ¿Pero qué puede hacer usted?