– ¡Bruno!
– ¡Silencio! -rápidamente le tapó la boca con la mano-. ¡Silencio, mi amor!
Se quedó quieta, mirándolo incrédula. Eso no podía estar sucediendo. Ahí estaba ese hermoso rostro que tantas veces había hecho que su corazón latiera con fuerza. En ese momento, también lo estaba haciendo, pero no latía de emoción, latía de furia.
– Pareces sorprendida de verme, amore -dijo, intentando persuadirla-. ¿No sabías que vendría a buscarte?
– Supongo que lo habría sabido si me hubiera parado a pensar en ello. Tal vez no he pensado en ti demasiado.
– No, te olvidaste de mí al momento -dijo con reproche-. ¿Cómo pudiste hacer algo así?
– Quería borrarte de mi vida.
– Pero no puedes, ¿verdad? -dijo, rodeándola con sus brazos-. Sabemos que los dos estamos hechos para estar juntos.
Durante un momento, se preparó para apartarlo de ella. Pero la curiosidad hizo que se detuviera. ¿Qué sentiría al besarlo ahora que sabía la verdad?
Inmediatamente supo que todo había cambiado. Lo que antes la había hecho emocionarse había pasado a no significar nada para ella. Sus manos ya no despertaban ningún tipo de sensación cuando la acariciaban. Al igual que su corazón, todo había muerto.
Pero estar muerto podía servir de algo. Si no podías sentir, tampoco podían hacerte daño.
Se dejó abrazar por él, lo engañó. Él, tan presuntuoso, pensó que le iba a resultar muy fácil.
– Holly -murmuró-, mi Holly…
No era suya. Nunca más lo sería.
– Bruno… -susurró.
– Sabía que estarías esperándome. Nada puede separarnos… ¿todavía eres mía?
– ¿Tú qué crees? -preguntó con voz suave.
– Creo que ahora que estamos juntos, no debemos volver a separarnos.
Lo apartó de ella. La decisión ya estaba tomada.
– ¿Cómo me encontraste?
– Estuve en el tren, con la policía.
– Y les hablaste de mí.
– Tuve que hacerlo. No tenía elección. Me dieron una paliza.
– No lo creo. No me tomes por tonta, Bruno. Lo hiciste en el pasado, pero ya no lo harás. Escondiste el cuadro en mi equipaje y me traicionaste.
Él suspiró y abandonó su primera estrategia.
– Lo hice porque eras estúpida -dijo, exasperado-. Nada de lo que pasó fue culpa mía.
Él nunca podría tener la culpa de nada. Sólo se preocupaba de sí mismo, de sus necesidades y de sus sentimientos. Holly sintió un escalofrío mientras intentaba calmarse y pensar. Y la frialdad con la que pensó casi la asustó.
– ¿Cómo supiste llegar a esta casa?
– Cuando el tren llegó a Roma, te vi, y reconocí al hombre que iba contigo. Fallucci juzgó a un amigo mío el año pasado y yo estuve en el juicio. Cinco años. Es un hombre sin compasión. Tiene gracia, ¡tú viviendo en su casa! ¿Tardaste mucho en seducirlo?
Reaccionó sin pensar y le golpeó en la cara con tanta fuerza que casi lo tiró al suelo. Él dio un paso atrás, con la mano en la cara, mirándola con asombro.
Holly estaba horrorizada. Nunca antes en su vida había perdido el control. Pero el modo en que la había juzgado había hecho que toda su furia y su resentimiento estallaran en su interior.
Retrocedió, tenía miedo de la persona en la que se había convertido.
– No creo que me mereciera eso -dijo cautelosamente-. Cuando te vi salir de la estación, podría haberte entregado a la policía en ese mismo instante. Pero no lo hice.
– Claro que no. Pensaste que si podías escapar de la policía, podrías encontrarme después…
– Para poder echarme a tus pies…
– Para poder saber dónde estaba la miniatura…
– ¿Por qué tienes que pensar tan mal de mí?
– Adivina.
Él cambió de táctica y la volvió a rodear con sus brazos.
– No nos peleemos. Siento haberte hecho enfadar. No debería haber hecho ese comentario sobre el juez y tú. Pero es que eres tan hermosa que podrías seducir a cualquier hombre. Apuesto a que ya está loco por ti…
– Te lo advierto…
– Está bien, no diré nada más. Sé que me eres fiel.
Resultaba gracioso el modo en que ese chico se estaba engañando a sí mismo. Holly deseaba reírse a carcajadas.
– Has estado brillante -continúo, ignorante-, y ahora lo tenemos todo hecho. Ve a por el cuadro y nos marcharemos de aquí.
– ¿Qué? -no podía creerse lo que estaba oyendo.
– Conseguiremos una fortuna, pero tenemos que volver a Inglaterra -la abrazó con más fuerza-. Sé que estás enfadada conmigo, pero acabarás perdonándome.
¿Cómo podía ser tan presuntuoso? Después de lo que le había hecho, todavía pensaba que sólo con hablarle con dulzura ella volvería a creérselo todo.
Se produjo un leve sonido por detrás de Holly, pero Bruno no oyó nada. Centrado en su actuación, estaba ajeno a todo lo demás. De pronto, ella supo lo que iba a hacer. La ardiente furia que la había invadido antes había pasado a ser una deliciosa sensación de frialdad.
Había llegado el momento de cambiar y dejar de ser un cero a la izquierda.
– Claro que quiero estar contigo -dijo, con una ligera sonrisa.
– Entonces, corre, ve a por el cuadro.
– No puedo. No está aquí. Lo escondí.
– ¿Dónde?
– En Roccasecca. Tenía que esconderlo en algún sitio y encontré una iglesia cerca de la estación. Lo escondí detrás del altar, en un pequeño agujero. Allí seguirá cuando alguien vaya a recuperarlo.
– Descríbemelo exactamente.
Y así lo hizo.
– Tengo que llegar allí enseguida -dijo, intentando apartarse de Holly.
Ella siguió actuando e intentó que no dejara de abrazarla.
– No te vayas todavía. Quédate conmigo un poco. Te he echado tanto de menos.
– Y yo a ti también -dijo, impacientado-, pero no hay tiempo que perder.
– ¿Pero volverás a por mí? -intentó darle a su voz un tono de súplica.
– Claro que sí.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo. Lo prometo. Ahora deja que me vaya.
Bruno se soltó de los brazos de Holly y se alejó por uno de los caminos. Se quedó esperando hasta perderlo de vista y entonces miró por encima de su hombro para ver al hombre que, durante un rato, había sido una sombra ocultada por los árboles.
– ¿Lo ha oído todo?
CAPÍTULO 6
– Lo suficiente -dijo Matteo al salir de entre las sombras.
– Temí que fuera a aparecer antes y lo estropeara todo.
– No lo habría estropeado por nada. ¿Cuándo supiste que estaba allí?
– Sólo al final, pero habría actuado igual, tanto si hubiera estado usted como si no.
En la oscuridad, no pudo ver la mirada de curiosidad que el juez estaba dirigiendo hacia ella, pero no le hizo falta. La sentía con todo su cuerpo y la llenaban de satisfacción.
– ¿Qué va a hacer ahora? -preguntó, aparentando indiferencia.
– Debería avisar en casa para que lo detuvieran en la puerta… o tal vez debería llamar a la policía…
– No -dijo enseguida-. Déjele ir.
– ¡Mio Dio! -dijo enfadado-. ¿Todavía sientes compasión por él después del modo en que te traicionó? ¿Estás loca?
– ¿Compasión? -dijo, indignada-. Ya vio lo que hice.
– Sí, nunca he visto a una mujer pegarle a un hombre tan fuerte, con tanta pasión…
– Con tanta ira.
– ¿Acaso hay diferencia? ¿No son las dos caras de la misma moneda? Sólo mencionó que podrías haberte fijado en otro hombre y ya querías matarlo.
Pero ese «otro hombre» era Matteo. Sintió un calor por todo el cuerpo, como si todo él se estuviera ruborizando. Si llegara a pensar que ella estaba intentando atraerlo, se moriría de la vergüenza.
Para refrescarse, se acercó al monumento, hundió las manos en el agua y se mojó la cara. Entonces descubrió que, una vez más, su corazón estaba latiendo con una misteriosa emoción que no tenía nada que ver con Bruno.