– De todos modos, habría querido matar a Bruno -dijo, forzándose a sonar cortante-. No estoy suspirando por él.
– Yo creo que sí. No te aferres a una ilusión, Holly. Es una debilidad que no puedes permitirte. Líbrate de él ahora mismo.
– ¿Y piensa que es tan fácil? Déjeme hacerlo a mi manera.
– ¿Tu manera es dejándole escapar?
– Según yo lo veo, él nunca escapará. Usted dijo que él no sabía que habían encontrado la miniatura.
– Sí, escuché que le decías dónde estaba… -dijo despacio, comenzando a entenderlo todo-. Irá allí… le encontrarán con las manos en la masa, buscando algo que nunca hallará porque la policía ya lo tiene.
– Si piensa que debería llamar a la policía, hágalo. Personalmente, preferiría imaginármelo simplemente buscando… y buscando…
– Buscando en vano -murmuró él-. Podría estar así toda la vida.
– Eso es lo que yo estaba pensando.
Se quedó de pie delante de ella y la miró bajo la plateada luz de la noche. Ella le devolvió una mirada desafiante.
– ¡Maria Vergine! -susurró en un gesto de admiración-. Así que tú también utilizas un estilete.
– ¡Ah! ¿Ya no utilizo una maza?
– Supongo que él sí que habrá notado el ataque con una maza, pero tú has empuñado tu puñal con asombrosa destreza. Seguro que el término vendetta te es familiar.
– Venganza. Sí, sé lo que significa vendetta. Al menos, hasta esta noche creía que lo sabía.
– Pero ahora lo has descubierto por ti misma. Y la realidad es dulce, ¿no crees?
– Oh, sí -murmuró mientras asentía con la cabeza-. Es muy dulce.
– No se trata sólo de pagar con la misma moneda, sino de hacerle ver a tu enemigo que él tiene más que temerte a ti que tú a él. Ésa es la auténtica vendetta, y hasta esta noche no había visto una muestra más cruelmente efectiva. Mis felicitaciones, Holly. Creo que por tus venas debe de correr algo de sangre italiana.
– O puede que usted haya juzgado mal a los ingleses.
– Eso también es posible. Dime, ¿no tuviste ningún reparo a la hora de tramar tu venganza?
– Ninguno -dijo fríamente-. En absoluto. Es verdad que dudé durante un momento…
– ¿Cuándo te besó?
– Subestima el poder del abrazo de un hombre, signore.
– Todos los hombres lo hacemos, o eso me han dicho. Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y que automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia.
– Fue su beso lo que me mostró la realidad. La magia se había ido y pude ver al verdadero hombre que se escondía tras él.
– ¿Y entonces…?
– Y entonces… -dijo, despacio-: ven-de-tta.
– Rezo para no ser nunca víctima de tu cólera.
– No se preocupe. Estoy en deuda con usted.
Sin prisas, caminaron juntos hacia la casa, como si se trataran de dos conspiradores que habían dado un golpe maestro y que sabían que juntos se podían encontrar cómodos y seguros.
Ya en su estudio, sirvió un vaso de vino y lo alzó.
– Magnifico -dijo él.
Holly se rió y brindó con él, todavía sin creerse lo que estaba viviendo.
– ¿Qué pasa? -preguntó él-. ¿Por qué me miras así?
– Sólo intento entender qué he aprendido de usted.
Eso le incomodó, y ella se alegró.
– ¿Qué… qué has aprendido de mí?
– Acabo de hacer algo cruel; algo que nadie con corazón de mujer podría haber hecho. Hace muy poco tiempo, yo amaba a ese hombre, pero esta noche me he vengado y lo he metido en un agujero negro. Y he disfrutado cada segundo mientras lo hacía.
– Ya me doy cuenta.
– Y usted me ve con mejores ojos ahora. No intente negarlo.
– No quiero negarlo. Esta noche, en sólo una hora, has crecido y aprendido más que en varios años. Te felicito por ello. Y no has sido cruel. Te has defendido con armas afiladas y él se merecía ese castigo. Tampoco es que sea un castigo demasiado terrible. Cuando deje de buscar, se marchará. No habrá ganado nada, pero tampoco habrá perdido mucho y encima saldrá impune. Pero eres una principiante. Con el tiempo aprenderás a hacerlo bien. Y ahora, no estropees este momento culpándote.
– Es que no estoy acostumbrada a esto del «ojo por ojo».
– No te preocupes. Has empezado muy bien.
– ¿Y cómo es que usted se presentó en ese momento?
En cuanto terminó de pronunciar las palabras, recordó, demasiado tarde, que él visitaba la tumba de su mujer cada noche.
– Fue pura casualidad. Estaba tomando el aire. Me alegro de haber estado allí. La conversación que mantuviste con tu enemigo fue muy esclarecedora. No malgastes tus lágrimas en él, ni en nadie. Es mejor que te acostumbres a ello. Así te sentirás más segura.
– ¿Nunca perdona a sus enemigos?
– Nunca. Mi enemigo es mi enemigo eterno. Yo no tendría ningún reparo por nada que hubiera hecho.
– Pero eso es peligroso. ¿Y qué pasa con el inocente que se queda entre dos fuegos?
Fue un comentario al azar, pero a él le produjo gran asombro. Dio un paso atrás y su rostro palideció visiblemente.
– Mio Dio. Sabes bien dónde hacer daño. ¿Es que tus ojos ven todos mis secretos?
– No -dijo ella, desconcertada-. No puedo ver sus secretos. No es mi intención curiosear. Lo único que quiero decir es que no se puede simplemente dar rienda suelta a la venganza. Sería demasiado cruel.
– Y esto me lo dice una mujer que acaba de mandar a su amado a una búsqueda infructuosa.
– Lo merecía. Pero yo me echaría atrás antes de hacer daño a nadie.
– Entonces eres distinta a la mayoría de las mujeres que no se preocupan de a quién hieren -vio cómo Holly lo miraba con mal gesto y rápidamente dijo-: Creo que es hora de irnos a dormir. Ya hemos tenido bastante por esta noche.
– Sí. Buenas noches.
Fue un alivio quedarse sola. Mientras subía las escaleras, supo que algo había ocurrido esa noche y que necesitaba tiempo para pensar sobre ello.
La voz de Matteo resonaba en su cabeza.
«Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia».
De pronto se dio cuenta de quién era la mujer a la que se había referido.
Se trataba de su propia esposa muerta.
Holly no tardó en descubrir que Liza era buena pintando y las dos pasaban buenos ratos entre lápices y blocs de dibujo. Era un placer enseñar a una niña que aprendía tan rápido.
Liza tenía un don para dibujar figuras y Holly acabó dándose cuenta de que la niña hacía el mismo dibujo una y otra vez. En él, aparecía una familia feliz formada por una madre, un padre y una niña pequeña. En algunos, la madre y la niña aparecían juntas y, en otras, el padre y la niña. Pero lo que nunca dibujaba era a los dos padres juntos.
Cuando Holly le preguntaba a la niña sobre los dibujos, Liza no respondía, pero su cara mostraba una mirada retraída, la misma que Holly había visto en su padre en otras ocasiones.
Había otras cosas que la extrañaban. Aunque a veces Matteo prácticamente parecía evitar a su hija, Holly lo había visto a menudo caminando por el jardín y observándolas desde la distancia. En una ocasión, le hizo señas y corrió entre los árboles hasta donde pensaba que él estaba, pero sólo tuvo tiempo de llegar y verlo desaparecer a lo lejos.
Lo más duro de todo aquello fue que, cuando volvió, Liza preguntó, ansiosa:
– ¿Era papá?
– No, no era nadie -dijo Holly al instante, incapaz de decirle que su padre las había evitado.