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Esa mañana había en el ambiente una especie de expectativa cuando los hombres se acomodaron para disfrutar del smoke-oh. Mick Devine y su compañero de bromas, Bill Naismith, se habían sentado juntos, apoyados en la empalizada, con las tazas de té junto a los pies y la comida sobre las piernas; Harry Markham y Jim Irvine se sentaron frente a ellos y Tim Melville cerca de la puerta trasera de la señora Parker para poder llevarles a los demás lo que le pidieran. Como era el más joven, tenía que hacerles todos los mandados y tareas menores. En la nómina de Harry, el puesto oficial de Tim era el de «obrero de construcción» y ya llevaba con él diez de sus veinticinco años de edad sin haber subido de categoría.

– ¡Oye, Tim! -le gritó Mick, haciéndoles un guiño a los demás-. ¿De qué son hoy tus bocadillos?

– De lo mismo de siempre, Mick, de dulce -contestó Tim mostrando las mal cortadas rebanadas de pan blanco con la jalea asomándose por los bordes.

– ¿Dulce de qué? -insistió Mick, mirando su propio bocadillo sin entusiasmo.

– Me parece que de damasco.

– ¿Quieres que cambiemos? El mío es de salchicha.

El rostro de Tim se iluminó.

– ¡Salchicha! -exclamó-. ¡Me encantan las salchichas! ¡Sí, te lo cambio!

El intercambio se efectuó; Mick mordisqueó el bocadillo de dulce mientras Tim, sin percatarse de las miradas furtivas de los demás, se comió el de salchicha de Mick en unos cuantos bocados. Iba ya a introducirse en la boca el último pedazo, cuando Mick, sacudiendo los hombros por el esfuerzo que hacía por reprimir la risa, lo tomó de la muñeca.

Los ojos de Tim se agrandaron con expresión interrogante y desolada y la boca de rictus triste se le quedó abierta.

– ¿Qué pasa, Mick? -interrogó.

– Ese maldito bocadillo de salchicha ni siquiera te ha tocado los mofletes, compañero. ¿Qué sabor tenía? ¿O no te duró en la boca lo suficiente para que te enteraras?

El minúsculo surco del lado izquierdo empezó a palpitar nuevamente cuando Tim cerró la boca y se quedó mirando a Mick con asombro.

– Estaba muy bueno, Mick -repuso lentamente-. Sabía un poco diferente, pero estaba bueno.

Mick soltó una carcajada y en un momento todos estaban sacudiéndose en paroxismos de risa, con las lágrimas corriéndoles por las mejillas y golpeándose los costados con las manos, todos sofocados.

– ¡Qué bárbaro, Tim! ¡Eres el colmo de la estupidez! Harry dice que la cabeza no te da para mucho, pero yo diría que no te da para nada y, después de esto, creo que tengo razón. ¡No te da para nada, compañero!

– ¿Qué pasa? -interrogó Tim, confuso-. ¿Qué fue lo que hice? Sé que soy tonto, Mick, ¡ya lo sé!

– Si tu bocadillo no sabía a salchicha -preguntó éste, sonriendo-, ¿a qué te supo?

– Bueno, pues no sé… -las doradas cejas de Tim se fruncieron en una mueca de fuerte concentración-. ¡No lo sé! Sólo que sabía diferente.

– ¿Por qué no abres ese último pedazo y le echas una buena ojeada, compañero?

Las cuadradas y bien formadas manos de Tim abrieron desmañadamente los dos pedazos de pan. El último pedazo de salchicha se había aplastado y derramado de las orillas.

– ¡Huélelo! -ordenó Mick, mirando a los demás y limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Tim se llevó el pedazo a la nariz, crispando y ensanchando los poros; luego dejó el pedazo de sándwich y se quedó mirando a Mick lleno de desconcierto.

– No sé qué es -dijo patéticamente.

– ¡Es excremento, grandísimo idiota! -contestó Mick molesto-. ¡Por Dios, qué idiota eres! ¿No sabes todavía qué es, a pesar de haberla olido?

– ¿Excremento? -repitió Tim, mirándolo fijamente-. ¿Y qué es excremento, Mick?

Todos estallaron en una carcajada mientras Tim seguía sentado con el pedazo de bocadillo entre los dedos, mirándolos sin comprender nada y esperando pacientemente que alguien se recuperara lo suficiente para contestar a su pregunta.

– Excremento, mi querido Tim, ¡es un buen pedazo de mierda! -aulló Mick.

Tim se estremeció y tragó; arrojó horrorizado el pedazo de pan retorciéndose las manos y encogiéndose en su asiento. Todos se alejaron de él precipitadamente, pensando que iba a vomitar, pero no vomitó; simplemente los miraba fijamente con expresión dolida.

Otra vez la misma cosa; había hecho reír a todo el mundo por algo estúpido que había hecho, pero él no sabía qué era ni en qué consistía el chiste. Su padre hubiera dicho que debería haber sido un «animador», fuera lo que fuera lo que quería decir con eso, pero él no había hecho de «animador»; simplemente se había comido tranquilamente un bocadillo de salchicha que no era un bocadillo de salchicha. Según ellos había sido un pedazo de mierda pero, ¿cómo iba a conocer él el sabor de la mierda si nunca la había comido? ¿En dónde estaba lo cómico? Hubiera querido saberlo, deseaba saberlo, para poder compartir su risa y entender lo que pasaba. Eso era lo que más le dolía, que parecía no comprender nunca.

Los grandes ojos azules se llenaron de lágrimas, su rostro se cubrió de angustia y empezó a llorar como un niño, berreando, retorciéndose las manos y apartándose de ellos.

– ¡Por la sangre de Cristo, qué cochinos son todos ustedes, montón de abusadores! -rugió la señora saliendo de la puerta del fondo como una arpía, envuelta en el torbellino de flores amarillas y moradas de su falda. Atravesó hasta donde estaba Tim, lo tomó de las manos e hizo que se incorporara, mientras miraba con ojos llenos de furia al grupo que ya se había calmado.

– Ven, querido -dijo-. Entra conmigo y te daré algo sabroso para que se te quite el mal sabor de la boca -lo consoló, golpeándole suavemente las manos y acariciándole el pelo-. Y todos ustedes -siseó, encarándose a Mick con un gesto tan lleno de ira que éste retrocedió-, ¡ojalá que se caigan de nalgas en un agujero y queden ensartados en una estaca de hierro! ¡Deberían azotarlos con un látigo para mulas por hacer esto, desgraciados! Y en cuanto a ti, Harry Markham, más te vale terminar el trabajo hoy mismo, porque no quiero volver a veros jamás.

Todavía regañando entre dientes y consolando a Tim, lo condujo dentro de la casa y dejó a los demás mirándose unos a los otros.

Mick se encogió de hombros.

– ¡Malditas mujeres! -dijo-. Hasta ahora no me he encontrado una sola con sentido del humor. Vamos, muchachos. Terminemos el trabajo hoy mismo. Yo también ya estoy harto de él.

La señora Parker entró en la cocina en compañía de Tim y lo hizo sentarse en una silla.

– Pobre de ti, tontito -dijo, mientras caminaba hacia el refrigerador-. No sé por qué la gente piensa que es algo gracioso atormentar a los tontos y a los perros. ¡Óyelos allá afuera, riéndose y armando escándalo como si hubieran hecho algo muy chistoso! Me gustaría hacerles un gran pastel de chocolate y rellenárselo de mierda, ya que piensan que eso es tan gracioso. Tú, mi muchachito, ni siquiera lo vomitaste, pero ellos hubieran echado hasta las tripas, ¡los héroes!