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– Hoy no, querido -repuso-, pero muy pronto. El próximo viernes.

– ¿Y papá sabe cuándo va a ser?

– Sí. Sabe que es el próximo viernes. Ya todo está arreglado.

– ¿Y llevarás puesto un vestido blanco de cola como hicieron mamá y mi Dawnie?

Ella sacudió la cabeza.

– No, Tim -contestó-. No puedo hacerlo. Me gustaría llevar un largo vestido blanco porque a ti te gusta, pero tardan mucho tiempo en hacer uno y ni tu padre ni yo queremos esperar tanto.

El desencanto ensombreció su sonrisa por un momento, pero ésta volvió a renacer al instante.

– ¿Y no tendré que irme a casa después de eso?

– Tendrás que hacerlo durante un poquito de tiempo, porque yo tengo que irme al hospital.

– ¡Oh, Mary, no! ¡Tú no puedes ir al hospital! ¡Por favor, por favor no vayas al hospital! -los ojos se le habían llenado de lágrimas-. ¡Te morirás, Mary! ¡Te irás de mí a dormir bajo la tierra y ya no volveré a verte!

Mary se inclinó y le tomó las manos en un apretón fuerte y confortante.

– ¡Vamos, vamos, Tim! -le consoló-. El que vaya al hospital no quiere decir que vaya a morirme. Simplemente porque tu mamá murió cuando fue al hospital, eso no significa que yo también me vaya a morir. Muchas y muchas y muchas personas van al hospital y vuelven a salir de él y no se mueren. El hospital es un lugar al que uno va cuando está enfermo y quiere ponerse bien. A veces uno está tan enfermo que ya no puede ponerse bien, pero yo no estoy enferma como lo estaba tu madre, ¿verdad? Yo no estoy débil ni me duele nada, ¿o sí? Pero fui a ver al médico y él quiere arreglar algo en mí que no está del todo bien, y quiere hacerlo antes de que tú vengas a vivir conmigo para que yo esté muy bien para ti.

Era difícil hacer que le creyera, pero después de un rato Tim se calmó y pareció aceptar el hecho de que Mary no iba al hospital a morirse.

– ¿Entonces, estás segura de que no vas a morirte?

– Así es, Tim. Estoy segura de que no voy a morirme. Todavía no puedo morirme. No permitiré que eso suceda.

– ¿Y nos casaremos antes de que te vayas al hospital?

– Sí. Todo está arreglado para el próximo viernes.

Él se echó hacia atrás, apoyando el cuerpo en las manos extendidas y suspiró felizmente; luego rodó sobre sí mismo rumbo a la orilla del agua, hasta que terminó en ésta, riéndose lleno de gozo.

– ¡Voy a casarme con Mary, voy a casarme con Mary! -canturreó, echando agua a Mary cuando ésta se acercó a la orilla del río.

25

En honor de la ocasión, Mary se presentó para su casamiento con un vestido de tusón color durazno, con un sombrerito del mismo color y un modesto ramito de rosas en la solapa. Los invitados a la boda habían quedado en reunirse en el lado del parque Hyde de la plaza Victoria, precisamente frente a las oficinas del Registro Civil. Mary dejó el automóvil en el estacionamiento subterráneo de Domain y tomó la escalera mecánica hasta la salida de la calle College, cruzando después el parque. Archie le había ofrecido llevarla en su coche pero ella no había aceptado.

– Tengo que irme directamente del casamiento al hospital, así que es mejor que lleve yo mi propio automóvil.

– ¡Pero deberías permitirme que te lleve, querida! -había protestado él-. ¿Crees que tú vas a conducir desde el hospital hasta tu casa cuando te den de alta?

– Por supuesto. Es un hospital privado muy grande y lo manejan como un hotel de lujo. Voy a estarme en él mucho más tiempo del que es realmente necesario para estar segura de que estoy perfectamente bien cuando regrese a casa. No quiero desilusionar a Tim llegando a casa y no permitiéndole que se quede conmigo.

Él la había observado, con aire de extrañeza.

– Bueno -respondió intrigado-, supongo que sabes lo que estás haciendo, porque siempre es así; he aprendido a conocerte, querida Mary.

Ella le sacudió el brazo afectuosamente.

– ¡Querido Archie; tu fe en mí es conmovedora!

Así pues, había llegado sola a su casamiento y fue la primera en llegar a la esquina del parque. Archie y Tricia aparecieron a los pocos minutos y la señora Parker hizo acto de presencia casi a la zaga de ellos luciendo una sorprendente confección de chiffon cereza y azul eléctrico, y después Tim y Ron emergieron de la entrada del subterráneo a unos cuantos pasos de distancia. Tim lucía el traje azul que había llevado en el casamiento de Dawnie. Ron, el traje que se había puesto para el funeral de Esme. Permanecieron de pie bajo el claro y brillante sol, conversando de cosas sin importancia y luego Tim le entregó una cajita, poniéndosela en las manos con precipitación cuando nadie los veía. Claramente, se notaba que estaba nervioso y no muy seguro de sí mismo; ocultando la cajita en la mano, Mary se lo llevó consigo a unos cuantos pasos de distancia de los otros y les dio la espalda mientras rompía la mal hecha envoltura del paquetito.

– Papá me ayudó a elegirlo porque yo quería darte algo y papá dijo que estaba muy bien que yo te diera algo. Fuimos al Banco y saqué dos mil dólares y luego fuimos a esa gran joyería que está en Castlereagh, cerca del «Hotel Australia».

Dentro de la cajita había un pequeño broche con un magnífico ópalo negro en el centro y diamantes alrededor formando la figura de una flor.

– Me hizo acordar de tu jardín en la casa de campo, Mary. Todos los colores de las flores y el sol brillando encima de ellas -explicó Tim.

Las rosas de té de la solapa cayeron al quemante asfalto y se quedaron ahí, sin que nadie les hiciera el menor caso; Mary sacó el broche de su almohada de terciopelo y se lo alargó a Tim, sonriendo a través de un velo de lágrimas.

– Ya no es mi jardín, Tim -dijo-. Ahora es nuestro jardín. Ésa es una de las cosas que hace el matrimonio, hace que todo lo que uno posee sea también del otro, así que mi casa y mi automóvil y mi casa de campo y mi jardín te pertenecerán igual que a mí después que nos casemos, ¿Quieres prendérmelo, por favor?

Tim siempre había sido diestro y rápido con las manos, como si ellas hubieran quedado inmunes a su impedimento físico; tomó el borde de la solapa entre los dedos e insertó el alfiler en la tela con toda facilidad, abrochó el seguro y luego la cadena de seguridad.

– ¿Te gusta, Mary? -preguntó con un tono de ansiedad en la voz.

– ¡Oh, Tim! ¡Me encanta! Nunca he tenido nada tan hermoso en toda mi vida y nadie me había dado antes un broche. Lo guardaré toda mi vida. Yo también tengo un regalo para ti.

Era un grueso reloj de oro, bastante caro, y Tim se mostró encantado con él.

– ¡Oh, Mary! -exclamó-. Te prometo que trataré de no perderlo. ¡Te lo prometo de veras! Ahora que ya sé leer la hora, es muy lindo tener mi propio reloj. ¡Y es tan hermoso!

– Y, si lo pierdes, simplemente compraremos otro. No te preocupes por eso, Tim.

– No lo perderé, Mary. Cada vez que lo mire me acordaré que tú me lo diste.

– Vamos ya, Tim. Es hora.

Archie la tomó ligeramente del codo para ayudarla a cruzar la calle.

– Mary -le dijo-, nunca me dijiste que Tim fuera un joven tan espectacular.

– Efectivamente; nunca te lo dije. Es un poco embarazoso. Me siento como una de esas viejas emperifolladas que una ve rondando en los lugares de recreo para los turistas con la esperanza de enganchar a algún muchacho caro, pero guapo -el brazo que Archie sostenía temblaba un poco-. Para mí todo esto es algo terrible, Archie. Es la primera vez que me expongo a las curiosas miradas del público, ¿Puedes imaginarte lo que todos van a pensar cuando se den cuenta de quién se está casando con quién? Ron se ve como un esposo más adecuado para mí que Tim.

– No dejes que eso te preocupe, Mary. Estamos aquí para apoyarte y eso es lo que vamos a hacer. Me cae muy bien tu vieja vecina, y tenía que decírtelo. Me voy a sentar junto a ella durante la cena. Tiene el vocabulario más extenso que me he encontrado desde hace mucho. ¡Míralas, a ella y a Tricia, hablando como dos viejas conocidas!