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ELENA ANDREEVNA.- Ayer, anochecido, se quejaba de dolor en las piernas; pero hoy ya no tiene nada.

ASTROV.- ¡Y yo recorriendo a toda pisa treinta verstas! ¡Qué se le va a hacer! ¡No es la primera vez que ocurre!... ¡Eso sí, como recompensa, me quedaré en su casa, por lo menos, hasta mañana!... ¡Siquiera, dormiré quantum satis!...

SONIA.- ¡Magnífico! ¡Es tan raro que se quede a dormir! Seguro que no ha comido usted.

ASTROV.- En efecto, no he comido.

SONIA.- Pues así comerá con nosotros. Ahora no comemos hasta después de las seis. (Bebe.) El té está frío.

TELEGUIN.- Sí, la temperatura del samovar ha descendido considerablemente.

ELENA ANDREEVNA.- No importa, Iván Ivanich. Lo beberemos trío.

TELEGUIN.- Perdón...; pero no soy Iván Ivanich, sino Ilia Ilich..., Ilia Ilich Teleguin, o -como me llaman algunos, por mi cara picada de viruela- Vaflia 1. En tiempos fui padrino de Sonechka, y su excelencia, su esposo me conoce mucho. Ahora vivo en su casa, en esta hacienda... Si se ha servido usted reparar en ello, todos los días como con ustedes.

SONIA.- Ilia Ilich es nuestro ayudante..., nuestro brazo derecho. (Con ternura.) Traiga, padrinito. Le daré más té.

MARÍA VASILIEVNA.- ¡Ah!...

SONIA.- ¿Qué le pasa, abuela?

MARÍA VASILIEVNA.- He olvidado decir a Alexander -se me va la memoria- que he recibido hoy carta de Jarkov. De Pavel Alekseevich... Enviaba su nuevo artículo.

ASTROV.- ¿Y es interesante?

MARÍA VASILIEVNA.- Sí, pero un poco extraño. Se retracta de cuanto hace siete años era el primero en defender. ¡Es terrible!

VOINITZKII.- No veo lo terrible por ninguna parte. Bébase el té, maman.

MAMA VASILIEVNA.- ¡Pero si quiero hablar!

VOINITZKII.- Desde hace cincuenta años no hacemos más que hablar, hablar y leer artículos. Ya es hora de terminar.

MARÍA VASILIEVNA.- No sé por qué no te agrada escuchar cuando yo hablo... Perdona, lean, pero en este último año has cambiado tanto, que no te reconozco. Antes eras un hombre de convicciones definidas... Tenías una personalidad clara.

VOINITZKII.- ¡Oh, sí!... ¡Tenía una personalidad clara con la que no daba claridad a nadie!... (Pausa.) ¡Tenía una personalidad clara! ¡Imposible emplear ingenio conmigo más venenosamente!... Tengo ahora cuarenta y siete años. Pues bien...; como usted, hasta el año pasado me apliqué ex profeso a embrumar mis ojos con su escolástica, para no ver la verdadera vida, e incluso pensaba que hacía bien... Ahora, en cambio... ¡Si usted supiera!... ¡Mi rabia, mi enojo por haber malgastado el tiempo de modo tan necio, cuando podía haber tenido todo cuanto ahora la vejez rehúsa, me hace pasar las noches en vela!

SONIA.- ¡Tío Vania! ¡Es aburrido!

MARÍA VASILIEVNA (a su hijo).- ¡Parece que echas algo la culpa de eso a tus anteriores convicciones, cuando la culpa no es de ellas, sino tuya! ¡Olvidas que las convicciones por sí solas no son nada!... ¡Nada más que letra muerta! ¡Había que actuar!

VOINITZKII.- ¡Actuar!... ¡No todo el mundo es capaz de convertirse en un perpetuum mobile de la escritura, como su Herr profesor!

MARÍA VASILIEVNA.- ¿Qué quieres decir con eso?

SONIA (en tono suplicante).- ¡Abuela!... ¡Tío Vania!... ¡Os lo ruego!

VOINITZKII.- Me callo. Me callo y me someto. (Pausa.)

ELENA ANDREEVNA.- La verdad es que el tiempo hoy está hermoso. No hace ningún calor... (Pausa.)

VOINITZKII.- Un tiempo muy bueno para ahorcarse. (Teleguin afina la guitarra. Marina da vueltas ante la casa, llamando a las gallinas.)

MARINA.- ¡Pitas, pitas, pitas!

SONIA.- ¡Amita! ¿A Qué venían esos mujiks?

MARINA.- A lo de siempre. Otra vez para lo del campito... ¡Pitas, pitas, pitas!...

SONIA.- ¿A quién llamas?

MARINA.- ¡Es que Petruschka se ha escapado con los pollitos!... ¡Pueden robarlos los cuervos! (Sale. Teleguin toca en la guitarra una polca. Todos escuchan en silencio.)

ESCENA V

Entra un mozo de labranza

EL MOZO.- ¿Está aquí el señor doctor? (A Astrov.) Vienen a buscarle, Mijail Lvovich. ASTROV.- ¿De dónde? EL MOZO.- De la fábrica.

ASTROV (Con enojo).- ¡Pues tantas gracias!... ¡Qué se le va a hacer! (Buscando con los ojos la gorra.) Tengo que ir... ¡Qué lástima diablos!

SONIA.- ¡Qué lástima, verdaderamente!... Cuando esté de vuelta de la fábrica, véngase aquí a comer.

ASTROV.- Imposible. Será demasiado tarde. Cómo voy a poder... (Al mozo.) ¡Oye, amigo! ¡Tráeme una copa de vodka! (Sale el mozo.) Cómo voy a poder... Poniéndose la gorra.) En una de sus obras teatrales, Ostrovsky presenta un personaje de largos bigotes y cortas capacidades... Pues bien, ese soy yo... Así es que..., tengo el honor, señores, de saludarles. (A Elena Andreevna...) Me proporcionará una sincera alegría si un día va a visitarme con Sofía Alexandrovna. Soy dueño de una pequeña hacienda, que no tendrá arriba de unas treinta desiatin 2, pero si le interesa ver un jardín modelo y un invernadero como no lo hay igual en mil verstas a la redonda, allí lo encontrará. Tengo junto a mí los viveros del Estado, y, como el guarda forestal es viejo y está siempre enfermo, soy yo, en realidad, el que se ocupa de ellos.

ELENA ANDREEVNA.- Ya me han dicho que tiene usted gran amor a los bosques. Claro que es mucho el servicio que puede usted prestarles; pero..., ¿acaso ello no perjudica a su verdadera vocación? ¡Es usted médico!

ASTROV.- ¡Sólo Dios sabe cuál es nuestra verdadera vocación!

ELENA ANDREEVNA.- ¿Y resulta interesante?

ASTROV.- Sí. Es un trabajo interesante.

VOINITZKII (con ironía).- ¡Mucho!

ELENA ANDREEVNA (a Astrov).- Es usted todavía joven. Representa usted tener treinta y seis o treinta y siete años, y la cosa, seguramente, no es tan interesante como dice. ¡Bosques, bosques y bosques siempre!... ¡Se me figura que es muy monótono!

SONIA.- No... Es muy interesante. Mijail Lvovich, todos los años planta nuevos bosques, y ya ha sido premiado con una medalla de bronce y un diploma. Se preocupa también de que los viejos bosques no se pierdan. Si le oye usted, acabará siendo de su opinión... Dice que los bosques adornan la tierra y enseñan al hombre a penetrar en sus maravillas, inspirándole grandeza de ánimo... Que los bosques dulcifican la severidad del clima y que en los países donde este es Más benigno, se consumen menos fuerzas en la lucha con la naturaleza, por lo que el hombre allí es más suave y más tierno. Allí -dice- la gente es bella, flexible, fácil a la sensibilidad. Su lenguaje es fino, sus movimientos gráciles, florecen sus ciencias y su arte; su filosofía no es sombría, y su relación hacia la mujer está impregnada de una gran nobleza.