– Díselo a ella. Estela Oza. Acaba de abrir una joyería, sin necesidad de créditos ni nada. Hasta ahora no tenía un duro. Un milagro.
Estaban al acecho. Habían seguido el coche de Brinco hasta allí. Conducía despreocupado. Estaba claro que esta vez no había habido filtraciones. Se estaban haciendo las cosas bien. A medianoche era la hora establecida para actuar. Sincronizar las detenciones para evitar cantes y fugas. Hasta entonces, la instrucción recibida era evitar en lo posible el uso de radiofonía. Los contrabandistas contaban ya con aparatos de escáner. Cuando registraron el chalé de Tonino Montiglio, parecía el palacio de telecomunicaciones.
Mara colocó sus pies descalzos en el salpicadero del coche. Movió los dedos como títeres.
– Ese color tan oscuro…
– Azul tormenta.
– Parecen argonautas.
– ¿El qué?
– Los dedos de tus pies. Parecen argonautas.
– ¿Qué tienen de argonautas? No andan por ahí buscando oro precisamente.
– Hablo de los seres reales. De los que viven en el mar. Son los bichos más feos de la creación.
– ¡Qué lindo!
Mará pulsó la tecla del radiocasete. Al oír la cinta, exageró la expresión de asombro. Simuló un cómico éxtasis.
La voz de Maria Callas.
– ¡Pobre Malpica! ¿Y esto?
– Casta Diva, La mamma morta… Un bel di, vedremo. ¡Sonará hasta que se rompa o hasta que me muera! Se me van rompiendo. Antes se rompió Kind of blue, de Miles Davis. Y antes, Baladas de Coimbra, de Zeca Alfonso. Y se rompió La leyenda del tiempo, de Camarón de la Isla. Si encuentras algo mejor en el cosmos, ¡silba!
Malpica se llevó algo a la boca.
– ¿Qué tomas?
– Perlas de ajo.
– Dame una.
– No son perlas de ajo.
– Da igual, dame una. Soy amiga de las novedades.
– No. Esto no lo puedes tomar.
– ¿No será un ácido? Un trip con Maria Callas. ¡La gloria!
– Mejor todavía -dijo Fins, con humor-. Tengo el mal de Santa Teresa. El pequeño mal.
Esperó. Sabía que ella estaba rumiando la información. El Departamento de Test de Mentira de la diosa Mnemosine trabajando a tope.
– ¿Hablas de una variedad de epilepsia? -preguntó al fin Mará-. ¿En serio?
– ¡Sssssh! Los viejos lo llaman «ausencias». Tener ausencias. Así que no es una enfermedad. Es una propiedad… poética. Y secreta. La había perdido, pero volvió.
– Pues razón de más. Dame una de ésas.
– No.
– ¡Sí!
Mará extiende la mano: «¿Sabías? Ella también era del club de los barbitúricos». -¿Quién es ella? -La Casta Diva.
En el Post-da-Mar, Víctor Rumbo y el banquero Rocha se entienden bien. Hacen buenas migas. Sin llegar a mostrarse antipática con Estela Oza, Leda se siente más atraída por la conversación entre los dos hombres. Lo aprueba, le gusta, pero no deja de llamarle la atención el creciente y apasionado interés de Brinco por el mundo de los negocios.
– Pero ¿tú crees que hay compradores para una urbanización de quinientos chalés en el litoral de Brétema?
– Seguro. Tú multiplica por tres.
– ¿Qué es lo que multiplico por tres?
Pablo Rocha abrió los brazos en un gesto que abarcaba el infinito: «¡Todo!».
Faltaba media hora para la medianoche.
Un camarero se acercó y posó en la mesa, en el lado de Brinco, una carpeta de cuero. La carpeta de la cuenta.
– Señor Rumbo, si es tan amable…
Brinco se sorprendió. Aún no la había pedido, la cuenta. Conocía a aquel camarero. Alguna vez habían coincidido en el mar. Pepe Rosende. Estuvo a punto de llamarle la atención. Cantarle las cuarenta en público. Mejor no montar un escándalo delante de éstos. Abrió la carpeta.
No hay cuenta. Brinco ve la tarjeta del restaurante ilustrada con el Código Internacional de Señales Marítimas. Le da la vuelta y lee con disimulo, con la carpeta entreabierta. Por detrás, escrito a mano, un mensaje:
Víctor India Romeo India Alfa Tango Oscar
Ante todo, mucha calma. Brinco mira a Leda: «Recuerda que tenemos que llamar sin falta a Viriato. ¡Antes de las doce!». Luego, a la otra pareja:
– ¡Qué suerte! Invita la casa.
Leda se pone de pie y agarra el bolso de mano.
– Disculpadme. Voy al aseo un momento.
Al cabo de un rato, Brinco se levanta también. Pablo Rocha y Estela Oza parecen algo desconcertados. Pero sonríen.
– ¿En qué estáis pensando? ¡Yo voy al de caballeros, eh!
La salida de urgencia del Post-da-Mar da a un callejón, iluminado por unos faroles de luz fatigada. En el medio, Leda espera con el coche en marcha. No se ha dado cuenta de que la han seguido. Malpica y Doval se esconden tras dos de los coches aparcados. «¡La Nuova Giulietta!», susurra Mará. Cuando Brinco se dispone a subir al coche, Malpica lo derriba. Mará cubre a su compañero apuntando con el revólver. La presa no es fácil.
– ¡Suéltame, cabrón! Siempre de criado. ¡Hueles a mierda!
Malpica lo fuerza a ponerse boca abajo y consigue apresarlo con las esposas.
– Vives de prestado desde que has vuelto -murmuró Brinco-. Pero te juro que a partir de ahora voy a por ti. ¿Quién cono te crees que eres?
– Se ve que todavía os quedan ataúdes, ¿eh?
– Tenía razón el Viejo. Nada más llegar, debimos mandarte a La Chacarita.
Leda abre de repente la puerta del coche. Se inclina hacia ellos y grita.
– ¡Suéltalo, Fins! ¿Has vuelto para esto, cabrón?
Mará apunta ahora con el revólver a la voz que habla. Avanza despacio hacia la Nuova Giulietta.
– ¿Y tú de qué vas? No me digas que disparas y todo. Fins, ¿qué tal puntería tiene la puta de la flaca?
– Mucho mejor que la mía.
– Ya se le ve.
– ¡Lárgate, Leda! -grita Brinco en tono de orden.
Mará está muy cerca de ella. Mira con disimulada sorpresa sus pies descalzos, el color irisado del esmalte de los dedos. Pero incapaz de tomar otra determinación, ni siquiera gritar la voz de alto, permite que Leda vuelva a meterse en el coche. Maniobra marcha atrás, gira y acelera con brusquedad al salir del callejón.
Mará baja el arma. Está muda, quebrada, como la luz que alumbra ese rincón. Se agacha y agarra algo en el suelo. Los zapatos de tacón de Leda Hortas.
Después de la sintonía del informativo, el presentador lee dos noticias. Una de política internacional y otra española. Luego, una económica, referida al incremento de los precios del petróleo. Al fin suena el nombre de Brétema, y Mariscal suelta una bocanada de humo.
Un total de treinta y seis personas han sido detenidas esta madrugada en distintas localidades de Galicia, acusadas de pertenecer a redes de contrabando, en el curso de la denominada Operación Brétema. Entre los detenidos figura Víctor Rumbo, presidente del Sporting Brétema, y presunto jefe de la más poderosa organización. El operativo, en el que colaboraron las diferentes fuerzas de seguridad, se preparó en esta ocasión con el máximo sigilo. En los registros y controles efectuados se han podido decomisar ingentes cantidades de tabaco, dinero en efectivo, una parte en divisas, e incluso algunas armas de fuego. Se ha detectado un creciente interés de estas organizaciones por incorporar a sus actividades el tráfico de estupefacientes.
A continuación escuchamos la valoración de uno de los responsables de este importante operativo. Habla el teniente coronel Alisaclass="underline" «Ha sido un duro golpe para las redes de contrabando de tabaco. Y también de prevención para evitar todo tipo de tráfico ilegal. Es mucho más que una advertencia. La sociedad debe estar tranquila, y los delincuentes intranquilos. A partir de ahora deben saber que vamos a extirpar de raíz estas actividades».