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– No tengo tiempo para juegos ahora…

– A decir verdad, te llamo por el juego. Todavía está en marcha.

– ¿Estás…?

– ¿Segura? Absolutamente.

– ¡Stacy! ¡Ayuda!

Ella levantó la mirada; la silueta de las dos mujeres apareció en la ventana. Estaban forcejeando. Daba la impresión de que Kay intentaba reducir a su hija.

– ¡Apártate de mí! Te odio

Stacy masculló una maldición.

– ¡Tengo que colgar! Ven para acá.

– ¿Qué está…?

– Ven para acá. ¡Enseguida!

Colgó y corrió hacia la casa.

– ¡Asesina! -gritó Alicia-. ¡Tú mataste a papá!

Stacy llegó a los escalones, los subió a toda velocidad y cruzó el porche. El disparo sonó cuando llegaba a la puerta. A continuación se oyó un grito agudo.

“Dios, no. Por favor, que la chica esté a salvo”.

Stacy subió las escaleras de dos en dos y alcanzó el rellano en cuestión de segundos. Llegó al cuarto de Alicia. La muchacha estaba de cara a la ventana abierta. Stacy vio que la mosquitera estaba arrancada.

– Alicia…

La chica se giró. La pistola cayó de sus dedos.

– La he matado.

– ¿Dónde…?

Entonces lo comprendió. Corrió a la ventana y miró fuera. Kay yacía boca arriba en un cantero del jardín, con los ojos abiertos. Vacíos.

Alicia comenzó a llorar. El estrépito de las sirenas se mezcló con sus sollozos.

– Vamos -dijo Stacy suavemente y, rodeándola con el brazo, la condujo hacia la puerta-. Van a tener que hacerte algunas preguntas. Todo saldrá bien. Te doy mi palabra.

Capítulo 64

Martes, 12 de abril de 2005

4:10 p.m.

Llegaron Tony, Malone y dos coches patrulla. Stacy salió a recibirlos a la puerta, les explicó en pocas palabras lo sucedido y les dejó hacer su trabajo.

Se quedó junto a Alicia, pero entre tanto no dejó de imaginarse a los diversos equipos examinando el lugar de los hechos. Sabía qué cabía esperar. Por lo pronto, su Glock era ahora prueba material en un caso de homicidio. Tardaría algún tiempo en recuperarla. Además, necesitarían una declaración detallada tanto de ella como de Alicia.

Y tendrían que llamar al Servicio de Protección de la Infancia para que se hiciera cargo de Alicia.

Iba a costarle mucho separarse de la muchacha. No sabía si sería capaz.

Después de lo que le pareció una eternidad, aunque en realidad apenas había transcurrido una hora, Spencer salió a buscarlas. Se agachó delante de Alicia.

– ¿Te sientes preparada para contestar a unas preguntas?

La chica miró a Stacy con los ojos dilatados y expresión angustiada.

– ¿Puedo quedarme con ella? -preguntó Stacy.

Cuando Spencer contestó que sí, la muchacha exhaló un audible suspiro de alivio. Empezó por contarles cómo había encontrado el ordenador, cómo había descubierto la verdad y cómo le había hecho llegar el ordenador a Stacy y por qué.

Le tembló la voz cuando llegó a la parte más reciente de su relato.

– Debió de oírnos hablar. Stacy se fue y ella apareció en la puerta. Estaba… furiosa. Me llamó zorra ingrata.

Se aferró a la mano de Stacy.

– Entró corriendo en la habitación. Se abalanzó sobre mí como una loca. No sabía qué hacer -musitó con voz débil y trémula-. Me había… me había agarrado. Me arrastró hacia la ventana… Yo tenía la pistola. La pistola de Stacy. La agarré y… y…

Entonces se derrumbó, sollozando. Sin duda por la traición de su madre. Por la muerte de su padre. Y por la desesperación que se había adueñado de su propia vida, alterada para siempre.

A Stacy se le rompía el corazón. Abrazó a la niña mientras lloraba e hizo su declaración entrecortadamente.

Tony se acercó tranquilamente al lugar donde estaban sentados.

– Buenas noticias -dijo.

Todos levantaron la mirada. Aquellas palabras habían sonado extrañas. Inapropiadas y fuera de lugar. ¿Podía haber algo bueno en un día como aquél?

– Acabo de hablar con tu tía Grace, Alicia -dijo Tony-. Ha podido reservar un vuelo que sale esta noche. Llegará sobre medianoche. Se me ha ocurrido ir a buscarla.

– La tía Grace -repitió Alicia con un temblor en la voz.

Como si hubiera olvidado que aún le quedaba familia. Como si aquel recuerdo fuera el mayor regalo que podían hacerle en ese momento.

Spencer miró un instante a Stacy a los ojos.

– Vete a casa, Tony. Nosotros iremos a buscarla al aeropuerto. Los tres.

A medianoche, el aeropuerto de Nueva Orleans daba un poco de miedo. Una ciudad del tamaño de Nueva Orleans apenas recibía vuelos a esas horas de la noche. Sus pasos resonaban en la cavernosa terminal, en la que todas las tiendas y los quioscos permanecían cerrados, y cuyos mostradores sólo atendía un puñado de agentes de aspecto cansado.

Alicia apenas dijo nada, pero no se despegó de Stacy mientras aguardaban en un extremo de la terminal. Por suerte el vuelo de su tía llegó puntual. Alicia y ella se dieron un largo abrazo, aferrándose la una a la otra mientras lloraban. Stacy las condujo con la mayor delicadeza posible primero a recoger el equipaje y después al aparcamiento subterráneo.

– Nos hemos tomado la libertad de reservarle una habitación de hotel -dijo-. Si había previsto otra cosa…

– Gracias -dijo Grace-. No…, ni siquiera había pensado… Siempre me quedaba en…

Sus palabras se apagaron. Todos sabían lo que había estado a punto de decir.

Siempre se había quedado en casa de su hermano Leo.

Media hora después dejaron a Grace y a Alicia en el hotel. Stacy las acompañó dentro, se aseguró de que no había ningún problema con la reserva y regresó al coche.

Se abrochó el cinturón. Spencer la miró.

– ¿Dónde te llevo, Stacy?

Ella le sostuvo la mirada.

– No quiero estar sola, Spencer.

Él asintió con la cabeza y se apartó de la acera.

Capítulo 65

Miércoles, 13 de abril de 2005

3:30 a.m.

Stacy se incorporó súbitamente en la cama. La había despertado la verdad.

– Dios mío -dijo, llevándose una mano a la boca-. Ha mentido.

– Vuelve a dormir -farfulló Spencer.

– No lo entiendes -lo zarandeó-. Ha mentido en todo.

Él entreabrió los ojos.

– ¿Quién?

– Alicia.

Él frunció el ceño.

– ¿De qué estás hablando?

En la cabeza de Stacy bullía el recuerdo del día en que llevó el correo de Leo a su despacho. Valerie le pidió que lo hiciera; ella dejó las cartas sobre su ordenador portátil. Concentró su atención en el correo, en la invitación de la Galería 124.

No en el ordenador.

Ahora, sin embargo, lo veía con toda claridad con el ojo de la mente. La carcasa de cromo, el logotipo de la manzana nítidamente en el centro.

– Alicia me dijo que al encontrar el ordenador de Cassie se dio cuenta de que había algo raro porque nadie en su familia usaba un Apple. Pero Leo tenía un Apple. Estaba encima de su mesa.

– ¿Estás segura de eso?

– Sí, segurísima.

– Sería muy fácil comprobarlo.

Stacy luchó por asumir lo que estaba pensando. ¿Podría haber sido Alicia desde el principio?

– Los libros de leyes -dijo-. El DSM-IV. Estaba estudiando para cubrirse las espaldas. Sólo por si acaso.

Spencer se sentó.

– Te das cuenta de lo que estás insinuando, ¿verdad? Que la chica formaba parte del plan.

– No estoy insinuando eso en absoluto. Creo que el plan era suyo y sólo suyo.

Stacy notó que había captado por completo su atención. Toda traza de sueño había desaparecido del rostro de Spencer.

– ¿Estás diciendo que Alicia planeó cada movimiento, ella sola?