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Franni sostenía aún la pistola, pero a medida que sus sollozos aumentaban el cañón empezó a temblar, hasta descender al fin. Franni bajó los brazos, se dobló dando rienda suelta a su dolor…

– ¡Franni!

– ¡Aaaaah! -Franni lanzó un aullido, dio un brinco, levantó bruscamente la pistola…

Gyles profirió una maldición, dio media vuelta y se arrojó sobre Francesca, al tiempo que ella lo abrazaba desesperadamente.

El estallido del pistoletazo quebró la quietud y reverberó estrepitosamente por toda la iglesia.

Cayeron al suelo. Hechos un amasijo de brazos, piernas y manos aferradas, dieron en las losas de entre los bancos.

A Francesca se le cortó la respiración. Inmediatamente, tomó aire.

– ¡Dios mío! ¿Estáis herido? ¿Os ha dado? -Tiró de Gyles y le pasó las manos por todas partes, buscando, tratando de averiguar…

– ¡No, maldita sea! ¿Y vos?

Sus miradas se encontraron, la de Gyles gris y furiosa. Un sentimiento de alivio la barrió como una marea. Sonrió.

– No.

Él frunció el ceño.

– ¡Por el amor de Dios! Vamos… Incorporaos. -Pugnó por levantarse, pero tenía los hombros atrapados entre los bancos. Se retorcía, pero no conseguía soltarse-. Habéis caído debajo de mí, ¡el suelo es de piedra, por el amor del cielo! ¿Estáis segura…?

Francesca le enmarcó la cara entre sus manos. El enorme revuelo se había desatado a su alrededor; ella lo ignoró, lo miró a lo más profundo de sus ojos sin hacer caso.

– Lo que habéis dicho hace un momento…, lo decíais en serio, ¿verdad?

Charles y Ester estaban allí, forcejeando con Franni, que estaba ya completamente histérica. Osbert se había metido por medio, tratando de ayudar. Todo aquel bullicio pareció disiparse en la quietud más absoluta cuando Gyles la miró diciendo:

– Hasta la última palabra.

Buscó la mano de Francesca, la levantó y la besó en la palma.

– Nunca quise amar; y sobre todo, no a vos. Ahora no puedo concebir la vida de otro modo. -La miró a los ojos; ella vio el cambio que se produjo en los suyos: la duda, la incertidumbre-. ¿Y vos?

Ella sonrió beatíficamente, y a continuación alzó la cabeza y le rozó los labios con los suyos.

– Sabéis muy bien que os amo… -buscó las palabras adecuadas y al fin dijo, sencillamente-… como vos me amáis.

El agachó la cabeza y la besó, dulcemente, demorándose; ella le correspondió de igual manera, dejando que el momento se grabara en su recuerdo, y en el de él.

Cuando Gyles echó la cabeza atrás, ella le sonreía entre lágrimas de felicidad.

– Supe desde el momento en que os vi que jamás seríais soso o aburrido.

– ¿Soso o aburrido? -Empujó hacia delante el banco más cercano al altar y se agarró a su respaldo para incorporarse y dejar de aplastarla contra el suelo-. ¿Son esos los criterios conforme a los cuales juzgáis mi comportamiento?

Se puso en pie y le tendió una mano. Ella le permitió ayudarla a levantarse.

– Entre otros. Pero ahora que es mucho más lo que sé, soy más exigente incluso.

El captó su mirada.

– Lo tendré en cuenta.

Los gimoteos y reprimendas se habían ido haciendo más ruidosos. Se dieron la vuelta y vieron a Franni revolviéndose furiosa, sollozando, con los ojos cerrados y la boca desencajada. Osbert y los dos lacayos la sujetaban, tratando de no lastimarla y recibiendo a cambio su parte de estopa. Ester, con el pelo alborotado -era evidente que ella había estado también forcejeando con Franni-, trataba de sujetar la cara de su sobrina entre sus manos, hablándole en tono tranquilizador, intentando hacerse oír por ella y calmarla.

Charles estaba de pie delante de ellos, de cara a Franni, con la pistola caída en una mano. Mientras le estaban mirando, tomó una inspiración profunda, se giró y les vio. Tenía el semblante mortecino. Miró la pistola y a continuación se agachó y la dejó en el banco de delante. Acercándoseles, levantó la cabeza; reunió fuerzas y se detuvo ante ellos.

– Lo siento muchísimo. -Aquellas palabras parecieron dejarlo exangüe. Se pasó una mano por el pelo y volvió la cabeza para mirar a Franni.

Estaba más conmocionado aún que ellos. Francesca intercambió con Gyles una mirada.

– No pasa nada. -Francesca tomó las manos de Charles entre las suyas.

El correspondió al apretón de sus dedos, tratando de sonreír, pero sacudió la cabeza.

– No es cierto, querida; ojala fuera así, pero sí que pasa. -Volvió a mirar a Franni; sus sollozos se iban acallando poco a poco-. Ester y yo nos temíamos que ocurriera algo así. Llevamos años vigilando a Franni, preguntándonos si ocurriría, esperando que no… -Suspiró, luego miró a Francesca y le soltó las manos-. Pero no fue así. -Enderezándose, miró a Gyles-. Os debo una explicación. -Francesca y Gyles abrieron la boca; Charles levantó la mano-. No; por favor, dejadme que os lo diga. Dejad que os explique para que podáis decidir por vosotros mismos. Para que podáis entenderlo.

Francesca y Gyles intercambiaron una mirada. Gyles asintió.

– Como desee.

Charles inspiró muy profundamente.

– Habréis oído que Elise, mi esposa, la madre de Franni, se suicidó arrojándose desde la torre de la mansión Rawlings. Eso no es exactamente cierto. Yo estaba con ella. No se tiró. -El rostro de Charles se ensombreció-. Se cayó cuando intentaba empujarme a mí por el borde.

– ¿Intentó matarlo?

– Sí. -Articuló la afirmación como un suspiro largo y doloroso-. Y no me preguntéis el porqué: nunca lo supe. Pero la historia no acaba ahí. No empieza ahí. La madre de Elise, madre de Ester también, también…, se volvió loca. Pasó algún tiempo en el manicomio, pero el caso es que murió. Ignoro los detalles. A mí no me contaron nada, nunca lo supe, no hasta que Ester se vino a vivir con nosotros, más o menos un año después de nacer Franni. Después de que Elise empezara a… cambiar. -Charles tomó aire-. Parece que es algo que afecta a las mujeres de esa familia, aunque no a todas. Ester se ha librado. Los problemas se manifiestan, si es que se han de manifestar, poco después de cumplidos los veinte años. Elise… -Su aturdimiento se tiñó de añoranza-. Era tan bonita… Eramos tan felices… Luego se convirtió en una pesadilla. Delirios que derivaron gradualmente en enajenación. Y después en violencia. Y después se acabó.

Francesca buscó la mano de Gyles, y agradeció su calor cuando ésta envolvió la suya.

Charles exhaló y sacudió la cabeza.

Ester sabía lo de su madre. Ella pensaba que no era prudente que Elise se casara; es por eso que ella nunca se casó. Pero nuestros padres, el de Elise y el mío, estaban decididos a que el enlace se llevara a cabo. Estoy seguro de que mi padre no estaba al tanto de aquello por aquel entonces. Lo supo después, por supuesto. Como suele suceder, hechos de ese tipo se mantienen en secreto. A Ester la mandaron a Yorkshire a vivir con una tía hasta después de que Elise y yo nos casáramos y naciera Franni.

Charles volvió la mirada, exhausta y ensombrecida, hacia Francesca.

– No sabes cuánto siento, querida, que te hayas visto atrapada en todo esto… Llevábamos tanto tiempo confiando en que Franni no se viera afectada… No hacíamos sino esperar. Hasta que estuvimos aquí, en Londres, no nos dimos cuenta de que su estado se estaba deteriorando realmente. Tienes que creerme: nunca imaginamos que iría tan… rápido.

Armándose visiblemente de valor, Charles se encaró con Gyles.

– ¿Qué vais a hacer?

Gyles miró a Charles y no sintió sino compasión, ni vio otra cosa que a un hombre que había amado a su mujer y pretendido proteger a su única hija. Alzando una mano, la cerró sobre el hombro de Charles.

– Supongo que querrá llevarse a Franni de vuelta a la mansión Rawlings sin más dilación. ¿Está en condiciones? ¿Hay algo que podamos hacer nosotros por ayudarles?