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Aran’gar se quedó petrificada. Después se volvió, recelosa, pero no tardó ni un segundo en abrir los ojos de par en par. No había notado la piel de gallina en los brazos que indicara que Graendal estaba encauzando: el Poder Verdadero no daba ninguna indicación, ni la menor señal. Varón o mujer, nadie podía ver ni percibir los tejidos, a menos que a esa persona se le hubiera concedido el privilegio de encauzar Poder Verdadero.

—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó la mujer—. Moridin es…

—El Nae’blis, sí —dijo Graendal—. Pero hubo un tiempo en que el favor del Gran Señor respecto a esto no estaba limitado al Nae’blis. —No dejó de acariciar la mejilla de Aran’gar, y ésta enrojeció.

Ella, como los otros Elegidos, anhelaba el Poder Verdadero a la vez que lo temía por ser peligroso, delectable, incitante. Cuando Graendal retiró el cordón de Aire, Aran’gar entró de nuevo en el cuarto y volvió a sentarse en el diván, tras lo cual mandó a uno de los juguetes de Graendal que fuera a buscar a su Aes Sedai marioneta. El deseo todavía hacía que le ardieran las mejillas; seguramente usaría a Delana para distraerse. A Aran’gar parecía divertirle obligar a la poco agraciada Aes Sedai a actuar con servilismo.

Delana llegó enseguida; siempre andaba cerca. La shienariana tenía el cabello claro y era fornida, con las extremidades gruesas. El gesto desdeñoso de Graendal le inclinó las comisuras de los labios hacia abajo. Qué cosa tan fea. No como Aran’gar, que habría resultado una mascota ideal. Tal vez, algún día, a Graendal se le presentaría la oportunidad de convertirla en una.

Aran’gar y Delana empezaron a intercambiar arrumacos en el diván. Aran’gar era insaciable, y de ello Graendal se había aprovechado en numerosas ocasiones, la más reciente de las cuales era la utilización del señuelo del Poder Verdadero. Ni que decir tiene que Graendal gozaba de placeres, pero se aseguraba de que la gente la creyera mucho más esclava de su lascivia de lo que era en realidad. Si uno sabía lo que la gente esperaba que fuera, podía sacar provecho de esas expectativas. Se…

Graendal se quedó inmóvil cuando le llegó a los oídos una alarma, el sonido de olas rompiendo entre sí. Aran’gar siguió con sus placeres, incapaz de oírlo. Era un tejido muy específico, situado donde sus servidores podían hacerlo saltar para ponerla sobre aviso.

Se levantó del asiento y caminó despacio por la habitación, sin dar señales de tener prisa. Al llegar a la puerta, mandó entrar a unos cuantos de sus juguetes para que distrajeran a Aran’gar. Sería mejor descubrir el alcance del problema antes de involucrarla a ella.

Recorrió un pasillo iluminado por candelabros y adornado con espejos. Estaba a mitad de camino de un rellano de la escalera cuando Garumand —el capitán de su guardia de palacio— apareció subiendo los escalones con apresuramiento. Era un saldaenino, primo lejano de la reina, y lucía un poblado bigote en el rostro descarnado y atractivo. La Compulsión lo había hecho totalmente leal, por supuesto.

—Insigne Señora —empezó entre jadeos—, se ha capturado a un individuo que se acercaba a palacio. Mis hombres lo han identificado como un noble de segunda fila de Bandar Eban, un miembro de la casa Ramshalan.

Graendal frunció el entrecejo y, haciendo un ademán a Garumand para que la siguiera, se dirigió a una de sus salas de audiencias. Era una estancia pequeña y sin ventanas, decorada con distintos tonos carmesí. Tejió una salvaguardia contra oídos indiscretos y ordenó a Garumand que condujera al intruso a su presencia.

Poco después, el capitán regresó con varios guardias y un hombre domani vestido con ropa de chillones tonos verdes y azules, con un lunar de adorno en forma de campana pegado en la mejilla. Llevaba diminutas campanillas prendidas en la barba corta y bien arreglada, las cuales tintinearon cuando los guardias le propinaron un empujón para que se adelantara. El hombre se sacudió de encima las manos de los soldados, a los que lanzó una mirada iracunda, tras lo cual se colocó la camisa desarreglada.

—¿He de entender que he sido conducido a presencia de…?

Se interrumpió de golpe y emitió un sonido ahogado cuando Graendal lo envolvió en tejidos de Aire y se introdujo en su mente. El hombre balbució al tiempo que la mirada se le desenfocaba.

—Soy Piqor Ramshalan —dijo con voz monótona—. Me envía el Dragón Renacido para forjar una alianza con la familia de mercaderes residente en esta fortificación. Puesto que soy más avispado y más listo que al’Thor, me necesita para establecer alianzas en su nombre. Sobre todo, le preocupan los que viven en este palacio, cosa que me parece ridícula, ya que está alejado y carece de importancia.

«Salta a la vista que el Dragón Renacido es un hombre débil. Creo que, si me gano su confianza, podría elegirme para ser el próximo rey de Arad Doman. Deseo que hagáis una alianza conmigo, no con él, y os prometo mis favores una vez que sea rey. Me…»

Graendal hizo un gesto con la mano, y el hombre enmudeció sin terminar lo que iba a decir. Graendal se cruzó de brazos y sintió que el cabello se le erizaba al tiempo que la recorría un escalofrío.

El Dragón Renacido la había encontrado.

Había enviado a ese hombre como una maniobra de distracción. Creía que podía manipularla.

De inmediato tejió un acceso a uno de sus escondrijos más seguros. Entró una bocanada de aire frío procedente de una zona del mundo donde era por la mañana, no primera hora de la tarde. Más valía ser prudente. Más valía huir. Y, no obstante… Vaciló.

Tiene que sentir dolor en el alma… Debe conocer la frustración… Debe experimentar la angustia. Hazle llegar todo eso y serás recompensada.

Aran’gar había tenido que huir de su puesto asignado entre las Aes Sedai por cometer la necedad de permitir que descubrieran que encauzaba Saidin, y todavía sufría el castigo por su fracaso. Si ella se marchaba ahora, desperdiciando la ocasión de volver la maniobra de al’Thor contra sí mismo, ¿recibiría un castigo parecido?

—¿Qué pasa? —se oyó la voz de Aran’gar en el pasillo—. Dejadme pasar, necios. Graendal, ¿qué haces?

Graendal soltó un quedo siseo antes de cerrar el acceso, recobrada ya la compostura. Asintió con la cabeza para que dejaran entrar a Aran’gar en la sala de estar. La esbelta mujer cruzó el umbral y, al ver a Ramshalan, le dirigió una mirada evaluadora. No tendría que haber mandado sus mascotas a Aran’gar; lo más probable era que ese gesto hubiera despertado las sospechas de la mujer.

—al’Thor me ha encontrado —contestó, lacónica—. Ha enviado a este tipo para establecer una «alianza» conmigo, pero no le dijo quién soy. Seguramente quiere que piense que este hombre dio conmigo por casualidad.

Aran’gar frunció los labios.

—Entonces, ¿vas a huir? —preguntó—. ¿Volverás de nuevo al centro de la acción?

—¿Y eso me lo preguntas tú?

—Estaba rodeada de enemigos. Huir era mi única opción. —Sonaba a palabras ensayadas.

Además de sonar como un reto. Quizá podría servirse de Aran’gar…

—Esa Aes Sedai tuya, ¿conoce la Compulsión?

—Se la entrenó en su uso —respondió Aran’gar mientras se encogía de hombros—. Es aceptablemente diestra.

—Tráela aquí.

Aran’gar enarcó una ceja, pero hizo una inclinación de cabeza con deferencia y desapareció a toda prisa para hacer el encargo en persona. Y, casi con toda seguridad, con el propósito de ganar tiempo para pensar.

Graendal mandó a un sirviente a las jaulas de palomas, y el hombre volvió con el ave antes de que Aran’gar hubiera regresado. Graendal tejió con cuidado el Poder Verdadero —estremecida de nuevo por el arrebato de encauzarlo— y empezó a ejecutar un tejido complejo de Energía. ¿Se acordaría de cómo se realizaba? Había pasado tanto tiempo…