Выбрать главу

– Tal vez por eso has tardado tres horas en venir.

– Tenía que hacer unas llamadas telefónicas.

– Bueno, eso lo explica todo.

Ren se acercó y la estudió con detenimiento; parecía incómoda.

– La locura de allí arriba, en la montaña… -dijo él-. Ha sido bastante escabroso. ¿Te encuentras bien?

– Estoy bien. ¿Por qué, te hice daño?

Él apretó los labios. Una sonrisa o una mueca, Isabel no lo supo con certeza. Metió una mano en el bolsillo y volvió a sacarla de inmediato.

– ¿Qué querías decir con que habías estado pensando a lo grande?

Ella conocía el lugar que ocupaba en el mundo, y no había razón para no explicarlo.

– Mi vida ha sido así. Siempre le he dicho a las personas que pensasen a lo grande, pero finalmente he comprendido que a veces pensamos demasiado a lo grande. -Se movió para sentarse en el borde del catre.

– No te entiendo.

– He pensado tan a lo grande que he perdido de vista lo que quería para mi vida.

– Tu vida consiste en ayudar a la gente -repuso él-. Nunca, ni por un segundo, has perdido eso de vista.

– Me refiero a las dimensiones. -Entrelazó las manos sobre el regazo-. No necesito llenar auditorios. No necesito una casa de piedra roja cerca de Central Park o un armario lleno de ropa de diseño. Al final, todo eso me ahogaba. Mi carrera, mis posesiones… Todas esas cosas me robaban el regalo del tiempo, y perdí mi capacidad de visión.

– Ahora la has recuperado. -Era una afirmación, no una pregunta. Ren comprendió que algo importante había cambiado en su interior.

– Sí, la he recuperado. -Había sido más satisfactorio para ella ayudar a Tracy y Harry que su última conferencia en el Carnagie Hall. No quería volver a ser una especie de gurú mediático-. Abriré un pequeño consultorio. Nada de barrios caros: en un vecindario de clase media trabajadora. Si la gente no puede pagar, no me importará. Si puede, mucho mejor. Voy a vivir de una manera más sencilla.

Ren entrecerró los ojos y la miró con su estilo mortífero.

– Me temo que tengo ciertas noticias que alterarán un poco tus sencillos planes.

Ella había aceptado la idea del caos, así que esperó.

Él se acercó lo bastante como para abalanzarse sobre ella, algo que Isabel sintió en ese instante como más interesante que amenazador.

– Te las arreglaste para fastidiar a todo el mundo cuando te llevaste la estatua.

– No la robé. La tomé prestada.

– Nadie lo sabía, y ahora los del pueblo quieren encerrarte durante diez años.

– ¿Diez años?

– Más o menos. He pensado que podríamos hablar con el consulado estadounidense, pero me parece arriesgado.

– Podrías decirles la cantidad de dinero que pagué a Hacienda este año.

– No creo que sea buena idea mencionar tu pasado delictivo. -Apoyó el hombro contra una pared cubierta de grafitis, con un aspecto más sosegado del que tenía cuando llegó.

– Si fueses ciudadana italiana, probablemente no habrías sido arrestada, pero el hecho de que seas extranjera lo complica todo.

– Suena como si necesitase un abogado.

– Los abogados italianos tienden a liar las cosas.

– ¿Se supone que he de quedarme en la cárcel?

– No, si seguimos mi plan. Es un poco drástico, pero tengo razones para creer que te sacará de aquí con bastante rapidez.

– Me temo que no tengo demasiadas ganas de escuchar tu plan.

– Tengo doble nacionalidad. Sabes que mi madre era italiana, pero no sé si te dije que había nacido en Italia.

– No, no me lo dijiste.

– Estaban dando una fiesta en casa, en Roma, cuando nací. Soy ciudadano italiano, y me temo que eso significa que tendremos que casarnos.

Ella se puso en pie de un brinco.

– ¿De qué estás hablando?

– He hablado con la policía y, a su manera, me han hecho saber que no te mantendrían encerrada si fueses esposa de un italiano. Y dado que estás embarazada…

– No estoy embarazada.

Él la miró con mucha calma por debajo de sus angulosas cejas.

– Al parecer, has olvidado lo que hicimos hace unas horas y dónde estaba exactamente la estatua mientras lo hacíamos.

– Tú no crees en la estatua.

– ¿Desde cuándo? -Alzó una mano-. No puedo imaginar qué especie de demonio habremos concebido allí arriba. Cuando pienso en esa tormenta… -Se estremeció y luego se inclinó hacia ella-. ¿Tienes idea de lo que vamos a necesitar para criar a un niño así? En primer lugar, paciencia. Por suerte, tú dispones de grandes cantidades. Firmeza. Dios sabe que tú eres firme. Y sabiduría. Bueno, no es necesario hablar de eso. Punto por punto, estás preparada para el reto.

Ella le miró fijamente.

– Intentaré cumplir con mi parte, no creas -añadió Ren-. Soy condenadamente bueno si se trata de enseñar a utilizar el orinal.

Eso era lo que sucedía cuando uno le daba la bienvenida al caos en su vida. No quiso pestañear.

– ¿Se supone que tengo que olvidar que huiste como un cobarde cuando empecé a ser demasiado para ti?

– Me gustaría que lo hicieses. -Él la miró de un modo que podría denominarse suplicante-. Los dos sabemos que todavía estoy en proceso de formación. Y te he traído un regalo para ayudarte a olvidar.

– ¿Me has comprado un regalo?

– No lo he comprado exactamente. Una de las llamadas que hice mientras estabas aquí fue a Howard Jenks.

A ella se le encogió el estómago.

– No me digas que no vas a trabajar en la película…

– Oh, sí, voy a trabajar en la película. Pero Oliver Craig y yo intercambiaremos los papeles.

– No lo entiendo.

– Yo haré de Nathan.

– Nathan es el héroe.

– Eso es.

– Es un memo.

– Digamos que le daremos una oportunidad a su testosterona.

Ella se dejó caer en el catre e intentó visualizar a Ren como el amanerado, estudioso y torpe Nathan. Muy despacio, empezó a asentir.

– Serás el Nathan perfecto.

– Yo también lo creo -dijo él con satisfacción-. Por suerte, Jenks no es un hombre de miras estrechas, y lo pilló al instante. Craig se puso a dar saltos de alegría. Espera a verlo. Te dije que parecía el niño de un coro parroquial. Pensar en él interpretando a Kaspar Street me produce escalofríos.

Ella alzó la vista.

– ¿Lo has hecho por mí?

No contestó de inmediato, luchando en su interior con la respuesta adecuada.

– En gran medida fue por mí mismo. No voy a dejar de interpretar a tipos malos, tranquila, pero no podía con Kaspar Street. Por otra parte, tengo que crecer. No soy tan malo y es el momento de aceptarlo. Y tú, mi amor, no eres tan buena. De hecho, uno de nosotros está ahora mismo preso.

– Lo cual me ofrece una oportunidad de pensar en una idea para mi nuevo libro.

– ¿Qué hay de la antigua idea, la de la superación de las crisis?

– Pues que me dije que no todas las crisis pueden superarse. -Miró alrededor-. Por mucho que queramos protegernos, no podemos estar a salvo de todo. Si queremos aceptar la vida, tenemos que aceptar también el caos.

– Que te cases conmigo parece un buen comienzo.

– Sin embargo, el caos ya se las arregla muy bien para salirnos al encuentro. No es necesario que nosotros lo creemos.

– Aun así…

– No puedo imaginar lo difícil que sería un matrimonio entre nosotros -dijo-. Sólo la logística ya parece inviable. Los dos tenemos nuestras carreras. ¿Dónde viviríamos?

– Te lo imaginarás dentro de muy poco tiempo. Puedes empezar a hacer listas. Sigues recordando cómo hacerlo, verdad? Y mientras lo haces, yo me ocuparé de lo que realmente importa.

– ¿A qué te refieres?

– Diseñaré nuestra cocina. Todo tiene que ser de vanguardia. Quiero una encimera más baja para que nuestros hijos puedan cocinar también, aunque mantendremos alejado de los cuchillos a ese pequeño capullo que llevas dentro. Una espaciosa zona para comer…