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La criatura inclinó la cabeza y asintió.

—Dhamon ha sido vapuleado por la vida…, o más bien, por una muerte viviente que parece perseguirlo, pero que en su lugar se lleva las vidas de sus amigos íntimos y de aquéllos que están a su cuidado. Hallarse cerca de Dhamon Fierolobo es exponerse a la corrupción y a la muerte, según parece.

Se acercó más al ser cuando éste bajó la cabeza para que ella pudiera juguetear con las barbas que colgaban de su barbilla.

—Un joven Dragón Verde acabó con los hombres de Dhamon en los bosques de Qualinesti —añadió Nura—. Luego, él mismo mató a su segundo en el mando presa de una ebria autodefensa. A pesar de que ha habido muchas cosas que han ido mal en su vida, creo que esa acción fue el golpe definitivo; se tornó totalmente introvertido. Ha perdido la confianza en sí mismo y en Krynn. Sí, es un héroe caído, amo, pero es la persona idónea.

La criatura cerró los ojos, y la cueva se sumió en la oscuridad. Una serie de vibraciones intensas y resonantes, recorrieron veloces la piedra, y la niña se tapó las orejas con las manos y se apartó. Su amo posó la cabeza sobre el suelo, y finalmente las vibraciones fueron perdiendo velocidad, hasta que cesaron; entonces, fueron reemplazadas por la chirriante e irregular respiración del sopor. Cuando despertó, varias horas más tarde, la niña se hallaba sentada pacientemente a poca distancia. La espectral luz de los ojos del ser mostró cómo la mirada de Nura centelleaba, expectante.

—Más —declaró la criatura.

—¿Con respecto a Dhamon Fierolobo?

—Sí; más. Debes hacer más para que pueda estar seguro.

Nura digirió las palabras y les dio un significado.

—¿Deseas que lo ponga a prueba aún más, amo?

Se produjo un áspero sonido, que ella tomó como una aserción.

»Ya lo creo que lo someteré a más pruebas —respondió con la voz llena de excitación—. Lo pondré a prueba hasta el límite mismo de su existencia. Si muere, se demostrará que estaba equivocada, y buscaré a otro. Si no muere, y si se le puede doblegar por completo, hacer que se ponga de nuestro lado, que resulte útil… —Dejó que las palabras flotaran en la hedionda atmósfera—. Si ese Dhamon Fierolobo puede sobrevivir a mis pruebas…

—En ese caso, no habrá duda de que es la persona idónea —terminó la criatura. Luego, volvió la cabeza. Los ojos miraban más allá de la niña y en dirección a una pared de neblina que se iba formando ante la boca de la cueva.

La niña giró para ver qué era lo que el otro contemplaba con su visión mágica. Formándose sobre la superficie de la niebla se veían árboles, helechos y bejucos que se balanceaban lentamente; las variedades vegetales indicaban que la escena se desarrollaba lejos de esa cueva. Era de noche en la imagen, pero se distinguía un muy tenue parpadeo luminoso.

—Debe tratarse de una antorcha —dijo, pero al cabo de un instante sus agudos ojos reconocieron a la persona que sostenía la antorcha, y rió por lo bajo—. Esa humana de cabellos rojos —declaró— y el hombre de tez oscura que la sigue… carecen de importancia para nosotros.

La criatura gruñó de modo casi imperceptible.

—Como desees, Criatura de Tiempo Inmemorial. Me ocuparé de ellos. Vivo para servirte.

2

La ira de Fiona

—¡Maldito sea Dhamon Fierolobo! ¡Así se pudra en el Abismo! —maldijo la Dama de Solamnia Fiona mientras penetraba aún más en la ciénaga—. Si no hubiera confiado en él y en su amigo ogro, ya estaríamos fuera de este lugar espantoso. Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia de Shrentak. ¡Maldito sea!

Se iba abriendo paso por entre una maraña de enredaderas al mismo tiempo que intentaba rodear una charca cubierta de musgo. La antorcha medio apagada que sostenía alejaba las sombras hacia las copas de los árboles, en tanto insectos chirriadores se apelotonaban a su alrededor; ella mantenía la antorcha cerca en un intento inútil de ahuyentarlos, aunque sin conseguir otra cosa que sentir más calor aún. A pesar de que el sol se había puesto hacía mucho, la ciénaga humeaba por efecto de la elevada temperatura de aquel verano especialmente caluroso. El calor resultaba asfixiante, y ésa había sido la causa de que abandonara su preciosa cota de malla. El sudor le pegaba la larga melena roja al rostro y fijaba los restos andrajosos de las polainas y el tabardo a su piel. Con un movimiento de hombros, apartó los restos harapientos de la capa y la echó a un lado, un gesto que no le sirvió para refrescarse. Tenía los pies tan sudorosos en el interior de las botas de cuero que resbalaban a cada paso que daba, lo que le originaba dolorosas ampollas.

Inspiraba con fuerza, en un intento de despejar los pulmones, pero en su lugar el calor y la humedad penetraban en el interior, echando raíces en su pecho hasta el punto de que sentía la boca y la garganta pegajosas. Le dolía terriblemente la cabeza.

—¡Fiona, espera!

Apenas oyó las palabras, y no se había dado cuenta de que Rig Mer-Krel había gritado su nombre tres veces. Se detuvo, permitiendo que la atrapara.

—¡Fiona, esto es una locura! No deberíamos viajar por el pantano de noche. Esa antorcha es como un faro para cualquier cosa que esté hambrienta y se oculte por ahí acechándonos. Ya me parece oír cómo suena la campana del cocinero en la cocina: un pirata de los mares y una Dama de Solamnia listos para servir. ¡Jóvenes y sin grasas, muy sabrosos!

Ella hizo una mueca y se volvió para mirar a su compañero. La tez oscura de Rig brillaba cubierta de sudor, y el chaleco y los pantalones estaban tan mojados que parecían pintados sobre su cuerpo. La expresión del hombre se mantuvo severa durante un instante más, pero sus ojos se ablandaron al encontrarse con los de la mujer.

—Fiona, hemos…

—Hace más fresco de noche —respondió ella tercamente—. Quiero seguir adelante.

El hombre abrió la boca para razonar con ella, pero luego se interrumpió, pues comprendió por la forma en que la mujer erguía la barbilla que sus palabras caerían en saco roto.

—Además —siguió ella—, no estoy cansada. No mucho, de todos modos. Quiero avanzar un poco más en dirección a Shrentak.

Aquella última palabra hizo que un escalofrío recorriera la espalda del marinero. La ciudad en ruinas de Shrentak era la madriguera de Sable, la enorme hembra de Dragón Negro y señora suprema que había convertido en una ciénaga fétida esas tierras, en el pasado templadas, y se había adueñado de ellas y de todas las criaturas que vivían allí.

—Mientras haya caballeros solámnicos retenidos en las mazmorras de Sable, no quiero perder más tiempo —repuso Fiona, que frunció el entrecejo, quitándose con la mano unos mosquitos que se habían quedado pegados al sudor de su rostro—. A lo mejor mi hermano también se halla allí, en Shrentak; vivo o muerto, como lo viste en tu visión.

—Quiero liberarlos tanto como tú, Fiona. Ir en busca de los caballeros, y de quienquiera que esté prisionero allí, fue tanto idea mía como tuya.

—Maldito sea Dhamon Fierolobo.

Alzó un dedo para apartar de un golpecito un rizo húmedo que caía sobre los ojos de la mujer y se dio cuenta de que ésta contenía las lágrimas.

—Le creí, Rig. Confié en él. Él y Maldred, ese…, ese…

—Ogro. Lo sé —dijo él, recorriendo el labio inferior de su compañera con el pulgar—. Supongo que una parte de mí los creyó también, o al menos quiso hacerlo.

Semanas atrás, Fiona había ido en busca de Dhamon Fierolobo, a pesar de saber que aquél, en el pasado honorable héroe, se había unido a ladrones y cosas peores. La joven necesitaba conseguir un rescate para liberar a su hermano de las garras de Sable, y se le había ocurrido que su ex compañero podía facilitarle el modo de obtenerlo. Al fin y al cabo, el Consejo Solámnico se había negado a ayudar. Dhamon la había involucrado en cierta misión para Donnag, el caudillo ogro de Blode. El encargo, que requería la eliminación de unos trolls en las montañas, había proporcionado un cofre lleno de monedas y joyas para ser utilizado como rescate.