—Me pareció oír música —dijo meneando la cabeza—. Todavía la escucho. —En voz más baja, añadió—: Podría tratarse de viento.
De nuevo estaba a punto de volver sobre sus pasos cuando divisó una abertura al otro extremo de la cueva; otro túnel, éste más estrecho que el que acababan de recorrer.
—¡Cerdos!, no pienso abrirme paso a través de eso —anunció Rikali, que se dejó caer contra la pared, acariciándose el vientre con los dedos—. Además, no me siento demasiado bien esta mañana. Esto de estar embarazada no es nada divertido.
Dhamon había empezado a rodear el estanque, seguido por Maldred. Varek se quedó junto a Riki y, con mucha paciencia, consiguió que el farol que sostenía los alumbrara.
—En ese caso, nos quedaremos aquí y los esperaremos juntos, cariño.
—¿Y si encuentran algo? —Riki frunció el entrecejo—. No queremos que nos dejen fuera de nada valioso. Lo harían, ya lo sabes.
El joven vaciló.
—Yo me quedaré con ella —se ofreció Ragh.
—Ahora sí que sé que no me voy con ellos, Riki.
La semielfa le dedicó una sonrisa de soslayo.
—Estaré perfectamente con este animalito, Varek. No va a hacerme daño.
Ragh se sentó sin cumplidos cerca del estanque, con las garras que tenía por pies balanceándose justo por encima del agua. Varek dirigió una ojeada a Riki, que le hizo un gesto para que se diera prisa. Minutos más tarde, desaparecía en el interior de la abertura en pos de Maldred y Dhamon.
—Con esos hombros enormes tuyos, no podrías haber pasado por ahí —dijo la mujer al sivak.
—Ni querría haberlo hecho.
El delgado túnel se dobló sobre sí mismo y el techo descendió tanto que Dhamon, Maldred y Varek casi se vieron obligados a arrastrarse. Varek tuvo que dejar atrás su bastón, pero Maldred se las arregló de algún modo para conservar el espadón.
Llegados a cierto punto, Dhamon creyó que el túnel finalizaba allí, pero al aproximarse a lo que parecía ser una pared de piedra, descubrió una malla de raíces de árboles que habían penetrado hasta esa profundidad por entre las rocas. Pertenecían a un árbol que había muerto hacía una eternidad, pero las gruesas raíces primarias formaban una espesa maraña. Se abrió paso entre ellas y siguieron adelante.
—También yo escucho algo ahora —declaró Maldred al cabo de un rato—, pero no creo que se trate de música.
—Cristales golpeados por el viento —dijo Dhamon—. Suena un poco como música.
El túnel acabó en una grieta más amplia, cuya profundidad ni siquiera la aguda vista de Dhamon consiguió determinar. Un estrecho puente de roca salvaba la grieta y conducía a otra abertura situada en el lado opuesto. Había cristales incrustados en las paredes, y colgaban estalactitas del techo, algunas de cristal macizo.
—Tu música —indicó Maldred.
—Hemos andado ya demasiado para dar la vuelta —repuso Dhamon al mismo tiempo que empezaba a cruzar el puente.
Maldred lo siguió más despacio, mirando constantemente a su alrededor, y sin dejar de levantar la vista repetidamente hacia las estalactitas mientras cruzaba. Varek aguardó hasta que los dos hombres estuvieron en el otro lado antes de arriesgarse a cruzar.
La grieta siguiente no era tan larga ni tan exigua, y al llegar al final, Dhamon sacó la cabeza y se encontró con una caverna casi tan grande como la primera que habían explorado. Se percibía claramente una brisa allí dentro; procedía de un trío de estrechas hendiduras en el techo de roca que se alzaba sobre sus cabezas. También una neblina producida por agua de lluvia se filtraba al interior.
—Más barcos —anunció Dhamon—. Carabelas y cargueros.
Esas naves estaban ligeramente en mejores condiciones que las otras, si bien no había tantas ahí como en la otra cueva. Y había innumerables tablas hechas añicos que indicaban muelles a los que los barcos habían estado atracados en épocas pasadas.
Dhamon avanzó, seguido por Maldred, que alzó más el farol. La luz rebotó en innumerables cristales que salpicaban estalactitas delgadas como dedos que colgaban del techo.
Los cristales refulgieron con fuerza, y la luz añadida ayudó a iluminar desmoronados edificios de piedra incrustados en la pared meridional situada más allá de las embarcaciones.
—Hemos encontrado uno de los antiguos puertos piratas —sonrió Maldred—. ¡Ja! Puede ser que hallemos una auténtica fortuna aquí.
Incluso Varek se mostró excitado, y pasó junto a ellos para dirigirse hacia una carabela con los mástiles intactos.
Primero, se dedicaron a registrar los barcos y encontraron sedas y alimentos exóticos, y vinos que se habían avinagrado hacía cien años. Los insectos, que habían invadido muchas de las bodegas, habían destrozado tallas de madera y pinturas.
Había gemas, pequeñas urnas rebosantes de perlas, elegantes cajas llenas de collares de diamantes, broches de rubíes, una pequeña colección de patas de palo con incrustaciones de latón, y más cosas. Una alhaja excepcional atrajo la atención de Dhamon. Se trataba de un collar, compuesto de raras perlas negras y cuentas de obsidiana sumamente bruñidas. Que algo tan oscuro poseyera tal fuego y color le impresionó, y pasó la pieza a Maldred, quien estuvo de acuerdo en que ése era uno de los objetos más valiosos que habían encontrado.
—Se lo podríamos dar a Riki —sugirió el hombretón.
Dhamon se encogió de hombros y reanudó su búsqueda.
Varek descubrió un escondrijo de objetos que probablemente estaban hechizados: una pequeña esfera que brillaba alternativamente en color verde y naranja; una daga que despedía una tenue luz azulada, que se apresuró a guardar en su cinto; un lobo de ónice del tamaño de la palma de una mano, que, cuando se le frotaba el costado, emitía una antigua melodía, y una copa de plata que se llenaba continuamente a sí misma con agua fría.
—Para la sanadora, tu libro no es suficiente —dijo Maldred, señalando los tesoros mágicos que habían reunido en un saco conseguido en uno de los barcos.
Dhamon añadió una diadema de bronce a esa colección, jurando que oía voces en su cabeza cuando se la ponía.
A medida que se adentraban más en la caverna, fueron descubriendo más restos de edificios, que consistían en su mayoría en cimientos de piedra. Se hallaban muy al este y al sur de una hilera de barcos, que señalaba probablemente lo que había sido la ribera este del antiguo río. Se veían docenas de esqueletos entre los cascotes, con los huesos bien pelados y con restos de tela a su alrededor. Varek arrojó una vieja vela sobre tres pequeños esqueletos; sospechó que eran de kenders, y no, de niños humanos, a tenor de sus anchos pies.
—Dhamon, cuando hayamos acabado con el saqueo de todo esto…
—Iremos en busca de la sanadora, Mal.
—Sí —asintió él—, pero una vez que acabemos con ese asunto, tenemos que contarle a alguien dónde se encuentra todo esto. Un historiador, diría yo. Entregarle un mapa y dejar que venga aquí.
—Pero no nuestro mapa mágico.
—Eso jamás.
—Después de que hayamos tomado lo que queramos —dijo Varek—. Todo lo que queramos.
Maldred asintió.
—Claro, pero esto es historia, algo que ha quedado de antes del Cataclismo, y debería compartirse y quedar registrado. Dhamon, debemos decírselo a mi padre. Le gustará saber que su mapa nos condujo a un auténtico tesoro.
—Serás tú quien se lo cuente a tu padre.
Dhamon lanzó una risita mientras examinaba una puerta de piedra del edificio que estaba más intacto de la cueva. Todas las ventanas habían sido tapadas con láminas de pizarra, que tenían un desagradable tacto frío.
—No volverás a pescarme en Bloten nunca más, amigo mío.
—Muy bien. No es una ciudad tan mala —repuso el otro—. Hay buenos sitios donde comer. Me gustaría hacerle una visita a Sombrío Kedar, aunque yo tampoco siento el menor deseo de quedarme allí. Hay mucho mundo por ver. Tal vez deberíamos comprar un barco, Dhamon, navegar hacia tierras de las que sólo hemos oído hablar.