Un empujón más, y la puerta se abrió de par en par. Maldred se apartó de ella de un salto y recuperó el farol a toda prisa. Regresó y cruzó el umbral antes de que Dhamon se hubiera movido. El aire parecía estancado, frío e impregnado de un fuerte aroma a putrefacción. Dhamon tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. También Maldred se vio afectado, pero sus sentidos no eran tan agudos. Se lanzó al frente.
—¡Quédate ahí afuera, Varek! —advirtió.
El joven negó con la cabeza y los siguió.
—No vais a dejarnos ni a Riki ni a mí fuera de nada.
—No parece la casa de un hechicero —declaró Dhamon—. Varek, ¿por qué no te quedas fuera?
Había ocho enormes cofres dispuestos de manera uniforme en el centro de una habitación cuadrada y toscamente tallada: cuatro a cada lado, separados por pilares de madera que daban la impresión de ir a desplomarse en cualquier momento.
Varek se abrió paso por entre Dhamon y Maldred, y se dirigió al primer cofre. Observó que había más cera verde alrededor de los bordes.
Dhamon sintió que la temperatura se enfriaba.
—Varek, no creo que esto tenga nada que ver con piratas o hechiceros.
El muchacho intentó levantar la tapa.
—Algún pirata que no confiaba en sus compañeros del puerto puso sus riquezas aquí dentro.
—Deja que te eche una mano con esto.
Maldred introdujo los dedos bajo la tapa y tiró hacia arriba.
—Mal… —El aire era cada vez más helado—. No creo que esta habitación quedara enterrada durante el Cataclismo. Mira. Con magia o sin ella, ninguna de las paredes está agrietada. Los cofres no parecen tan viejos como la madera de los barcos ni la de los otros cofres que encontramos. Creo que esto fue puesto aquí mucho después del Cataclismo. Fíjate…
Dhamon señaló el otro extremo de la habitación, donde tres peldaños de piedra conducían a una pared sellada con más cera verde.
—Creo que deberíamos salir de aquí. Tendríamos que…
—¡Ya está! —exclamó el gigantón—. ¡Jamás ha existido cerradura o puerta que se me pudiera resistir!
Tanto él como Varek retrocedieron y echaron la tapa hacia atrás. Ambos tosieron cuando un remolino de polvo surgió violentamente del interior.
Justo detrás de la nube de polvo apareció una figura diáfana y de relucientes ojos rojos.
—¡Muertos vivientes! —exclamó Dhamon, desenvainando la espada y cargando al frente—. Fantástico y maravilloso.
La criatura tenía una vaga forma humana, pero a medida que se movía iba creciendo. Al final, se dividió, transformándose en dos.
La primera voló hacia Maldred, con los finos brazos estirados, mientras la boca se formaba y castañeteaba. La segunda corrió hacia otro cofre, introduciendo unos brazos insustanciales en el interior, que se solidificaron y, a continuación, rompieron la madera. Otra criatura salió al exterior.
Dhamon se lanzó hacia ese segundo cofre, blandiendo la espada ante él y atravesando la criatura, de nuevo transparente. El arma prosiguió su camino y fue a golpear una de las columnas de madera, a la que partió en dos. Una lluvia de rocas cayó del techo y le hirió los brazos y la cabeza, sin afectar en absoluto a las criaturas.
—¡Por los dioses desaparecidos! —chilló Varek—. ¿Qué son estas cosas?
—Espectros —replicó Dhamon mientras volvía a asestar un mandoble.
—Tu muerte —respondió uno de los seres, y la inquietante voz resonó en las paredes de roca.
Había ya cuatro criaturas no-muertas; la recién liberada se había dividido también en dos.
—Somos libres —susurró una de ellas—. Hemos dejado de estar prisioneros, y nos reuniremos con nuestros hermanos.
—Sí —intervino otra—. Libres, debemos marchar.
Maldred atacó a una situada justo frente a él. Gruñó cuando la hoja la atravesó sin apenas infligirle ningún daño, si es que le infligió alguno.
—¿Por qué no os morís?
—Libres —repitieron como una sola.
—Al fin, estamos libres de nuestra prisión —dijo la que se encontraba más cerca de Dhamon.
Dhamon corrió hacia otro cofre, que uno de los espectros intentaba abrir. El ser le dirigió una tétrica mirada y solidificó un brazo para golpearlo, pero el hombre fue más veloz y alzó su espada en el último instante, que chocó contra algo sólido. El espectro soltó un alarido.
Sus ojos se encendieron, furiosos, y parecieron taladrar a Dhamon.
—No podíamos responder a la llamada atrapados como estábamos. ¡Libres, podemos responder ahora!
Flotó hasta otro cofre e introdujo un brazo en el interior. Al cabo de un instante, otra criatura había quedado libre.
—¡Libres!
Se convirtió en una salmodia siseante, y a través de ella, Dhamon oyó cómo Maldred jadeaba mientras seguía combatiendo con uno de los seres. Varek masculló una serie de juramentos contra una criatura que flotaba cerca de él y la acuchilló con la refulgente daga que había cogido.
—¡Hermanos, éste hace daño! —gritó el espectro cuando el arma del joven quemó la figura insustancial del ser—. Éste debe morir primero.
—Dulce muerte —canturrearon—. Muerte al hombre que nos hiere.
Dhamon escuchó un crujido que se abría paso por entre la salmodia.
—¡No! —chilló—. ¡Mal! ¡Varek! ¡Cuidado!
Uno de los fantasmas se había vuelto sólido junto a una columna de madera y tiraba de ella; lanzó enloquecidas carcajadas cuando ésta se rompió e hizo caer con ella parte del techo. Enormes pedazos de roca se precipitaron sobre otro cofre, lo hicieron añicos y liberaron más no-muertos.
—¡Somos libres!
—¡Nos llaman! ¡Se nos pide que nos unamos a nuestros hermanos! —gritó otro—. ¡Siento el tirón!
—¡Pues que se os lleve lejos de aquí! —chilló Dhamon—. ¡Dejadnos!
Algunas de las criaturas abandonaban ya la estancia, y una nube de muerte penetraba en la caverna situada más allá. Otras trabajaban en los pilares para derribar el edificio.
—¡Maldred, Varek, salid de aquí! —ordenó Dhamon.
Comprendió que los no-muertos iban a abrir el resto de los cofres y a liberar a sus otros macabros camaradas, usando las rocas que caían del techo, pues el peso de las piedras no podía hacer daño a algo que ya estaba muerto.
—¡Nos llaman!
—¡Magia! —gimoteó uno de ellos—. Huelo a magia.
—Es el arma del hombre. Nos hiere.
—¡Magia!
La palabra se convirtió en un cántico mientras tres de los espectros descendían sobre Varek; uno alargó una mano transparente y la cerró sobre la reluciente hoja.
—¡Me hiere! —exclamó el ser, pero se negó a soltar el cuchillo—. ¡Magia! ¡Absorberé la magia!
—¡Dhamon! ¡Socorro!
Varek intentó arrancar la daga de la mano de la criatura, pero sus dos compañeros se habían solidificado y lo mantenían inmóvil.
—Magia deliciosa —canturreó el espectro. Cuando soltó finalmente el arma, la hoja ya no brillaba.
—Magia deliciosa —repitieron sus compañeros al mismo tiempo que lanzaban al muchacho contra la pared de piedra con tanta fuerza que lo dejaron momentáneamente aturdido.
Se volvieron como uno solo en dirección a Maldred.
—¡Magia! —exclamaron.
Dhamon intentaba desesperadamente apartar a los espectros de los pilares a la vez que intentaba abrirse paso alrededor de los cofres rotos para llegar hasta el hombretón, rodeado entonces por las fantasmales imágenes.
—¡Hay magia en este hombre! —exclamó uno, y sus ojos refulgieron al rojo vivo, esperanzados.
—Hechicero encantador —entonaron los espíritus—. Una deliciosa muerte para el encantador hechicero.
—¡Enfrentaos a mí! —gritó Dhamon.
Los seres, sin embargo, sólo parecieron interesados en Maldred, y uno de los no-muertos se solidificó ante Dhamon para impedirle el paso.
—¡La espada del hechicero! —exclamó la criatura—. Fue forjada con magia. ¡Absorbed la magia!
—Magia deliciosa.
—¡El hombre! —dijo en un lamento agudo otro—. Contiene mucha más magia que su espada. ¡Absorbed la magia! ¡Bebed su vida!