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Dhamon carraspeó para llamar la atención del otro y señaló con la cabeza en dirección a un par de ogros que acababan de entrar en la posada y habían elegido una mesa situada sólo a pocos metros de ellos.

—Creo que puedo acceder a la magia del plano —indicó Maldred, haciendo caso omiso de los recién llegados.

—Tal vez deberías hacerlo en algún otro lugar —sugirió Dhamon, pues la pareja de ogros los observaba, arrugando las narices y entrecerrando los ojos para mostrar su desprecio por los humanos.

—No. —Su compañero no pensaba en los ogros, extasiado ante las posibilidades del mapa—. Quiero ver de qué va todo esto. Apostaría a que mi padre no sabía que este mapa era mágico.

Colocó la palma de la mano sobre un símbolo en la parte inferior que servía de brújula. Estaba descolorido, como todo lo demás, pero las flechas que señalaban el norte y el sur se distinguían con más claridad que cualquier otra cosa del pergamino.

A Dhamon le preocupó que la mano sudorosa de su camarada pudiera emborronar lo que podían leer, y miró a la pareja de ogros, que empezaban a mostrar cada vez más curiosidad por lo que hacía Maldred.

—¿No crees que…?

El otro desechó las palabras de su compañero con un ademán. Cerró los ojos, y sus labios formaron palabras silenciosas que ayudaron al conjuro.

—La clave —murmuró en voz baja entre series de palabras arcanas—. ¿Cuál es la clave de este mapa maravilloso? La clave… ahí.

De improviso, el mapa se iluminó con luz propia, pálida y de un amarillo dorado, lo que atrajo al instante la atención de Dhamon y de los dos ogros situados más cerca. Estos últimos se inclinaron hacia adelante, pero siguieron sentados.

—La clave —repitió Maldred, y su voz ya no era un susurro—. Muéstranos el puerto pirata de épocas pasadas, el puerto que había antes del Cataclismo, en la época en que las Praderas de Arena estaban repletas de filibusteros y relucientes promesas de oro, y más, y… ¡Ah!

Se formó una imagen sobre el mapa, transparente pero reproducida con increíble detalle. La superficie de la mesa adoptó el aspecto de un mar, de un azul brillante y en movimiento; las espirales formadas por las vetas de la madera se convirtieron en olas espumosas. Las jarras de cerveza relucieron y tomaron el aspecto de barcos. Habría uno de tres mástiles con hinchadas velas de un blanco espectral ondeando a impulsos de una brisa que parecía rodear la mesa y eliminar el calor del fuego y del verano. Se escuchó un grito, bajo y agudo, de una gaviota, y en respuesta, los rasgos del mapa se tornaron más nítidos y concretos. Por todas partes surgieron nombres de ciudades y bosques, mientras una fluida escritura indicaba senderos y ríos. Los colores se volvieron brillantes e hipnóticos, y capturaron la atención de Dhamon y Maldred con la misma firmeza que una tenaza.

—El puerto pirata, el lugar donde guardaban los tesoros robados —dijo Maldred.

Sonrió cuando un punto del mapa se tornó más brillante aún: se trataba de una señal en forma de concha de almeja, situada a unos pocos centímetros por encima del sitio donde el río desembocaba en el mar.

—El puerto pirata como era en el pasado —declaró—, y más o menos como está ahora. El puerto allí donde se encuentra en este mismo instante.

El pergamino refulgió, y las olas desaparecieron. La brisa se desvaneció al instante para ser reemplazada por el calor de la taberna; el chasquear de las velas fue sustituido por el chisporroteo del fuego que había detrás de ellos. Las marcas del mapa seguían siendo visibles, pero eran diferentes a como habían aparecido un instante antes. El mar del extremo meridional del mapa había desaparecido, y en su lugar se veía un glaciar. Las Praderas de Arena también eran diferentes, y el río ya no estaba, aunque la señal en forma de concha que indicaba el puerto pirata seguía allí. El puerto parecía encontrarse en medio de una extensión de tierra árida.

—Está enterrado —indicó Maldred—. El puerto ha quedado enterrado por la tierra y el tiempo. No sé a qué profundidad se encuentra el tesoro pirata. No importa. Lo encontraremos. Tiene que haber un tesoro.

En respuesta, el aire centelleó como un reluciente diamante por encima de la señal en forma de concha.

—Sin duda alguna, hay un tesoro. —Movió la mano libre sobre la superficie, barriendo la imagen del territorio—. Ahora muéstranos a la mujer sabia, a la Mujer Sabia de las Praderas.

Dhamon abrió la boca para decir «¿qué?», pero la palabra no surgió. El asombro ante la magia le oprimía la garganta.

Se iluminó un círculo; era de color negro reluciente y con luz interior. Se encontraba a kilómetros al norte y al oeste de donde se hallaba el puerto pirata de Maldred. El círculo brilló y se tornó más alto para representar una torre de piedras negras que reflejaban estrellas invisibles.

—La torre de la Mujer Sabia de las Praderas —empezó Maldred con voz entrecortada—. No he olvidado las tradiciones locales. Sombrío Kedar, ese viejo ogro amigo mío, me habló de una humana que, según se decía, podía curar todo mal y encontrar un remedio para cualquier problema. Una sanadora. Sombrío quería conocerla. Nosotros la conoceremos por él.

—¿Curar todo mal? —bufó su compañero—. ¿Remedios para cualquier problema?

—Tu escama es tanto un mal como un problema muy definido, Dhamon. Podría costarte la vida. Me pregunto si ella no podría ser la respuesta.

—Estás mirando un mapa que tiene siglos de antigüedad, Mal —respondió él, meneando la cabeza—. Los humanos no viven tanto tiempo. Lo sabes perfectamente. Aunque aprecio tu gesto, y a pesar de que deseo con ansia deshacerme de esta cosa, no… ¿Qué es esto?

—La Mujer Sabia de las Praderas en la actualidad.

El mapa cambió cuando Maldred volvió a pasar la mano sobre la superficie una vez más para mostrar el territorio tal y como estaba entonces: sin mar, con un glaciar en el extremo meridional y sin el río por el que habían navegado los piratas. La imagen de la torre permaneció, no obstante, aunque ya no era brillante, y las estrellas no se reflejaban en los bordes.

El hombretón ahuecó la mano cerca de la imagen de la torre, y apareció una figura flotando sobre la palma. Era una mujer vestida con una túnica negra, pero las facciones resultaban demasiado diminutas como para adivinar mucho más sobre ella.

—La Mujer Sabia de las Praderas —anunció.

La imagen asintió con la cabeza, y luego, desapareció. El mapa resplandeció, y ellos lo contemplaron con fijeza y en silencio durante unos instantes.

Dhamon rompió finalmente el silencio.

—¿De modo que consideras que esa mujer sabia, que crees que es capaz de curar males y que piensas que ha seguido viva durante todos estos siglos, puede… —buscó la palabra adecuada— curarme? —Al cabo de un momento, apretó los labios para formar una fina línea, con los ojos todavía fijos en la vacilante imagen de la torre—. No, una persona así no podría existir; ni entonces ni tampoco ahora. Y no está bien darme tales esperanzas.

También Maldred tenía la vista fija en el pergamino.

—Existía entonces. Los relatos de Sombrío Kedar son ciertos. Existe hoy en día; lo sé. Dhamon, éste es el motivo por el que seleccioné el mapa de las Praderas de Arena de mi padre. Aunque la verdad es que no lo creía capaz de generar magia. Recordé los relatos de Sombrío. Recordé la existencia de la mujer sabia. Recordé las historias sobre el puerto pirata y su fabuloso botín.

—El tesoro pirata —instó el otro—. Tú lo quieres. Yo lo quiero.

Maldred asintió, pero su amigo no percibió el gesto.

—Lo necesitamos. Sombrío dijo que la sanadora podía realizar maravillas, pero que cada hazaña suya era muy cara… Podía exigir las riquezas de un príncipe a cambio de su magia. En el tesoro pirata debería haber la cantidad suficiente como para satisfacer sus deseos.