—¿Ella le hizo esto a la ciudad? —inquirió Dhamon, indicando con la mano los escombros.
La criatura se encogió de hombros.
—Ella, sus aliados, el pantano; no importa, ¿no es cierto?
—No, no importa.
Dhamon sólo quería verse libre de la maldita escama, y luego, libre de ese territorio. Inició el descenso del cerro y se desvió en dirección a la hilera de tiendas de campaña con la intención de hablar con la gente que había allí. No había dado apenas ni doce pasos cuando el sivak lo alcanzó y lo detuvo posando una zarpa sobre su hombro.
—Lo que buscas, no lo encontrarás aquí —le dijo.
—No busco más que información para averiguar si alguien de aquí ha oído hablar de la sanadora.
Ragh negó con la cabeza.
—No hablarán con vosotros. —Señaló con una garra los atavíos del hombre y luego los de Maldred—. Tenéis el aspecto de esclavos huidos, o de desertores de algún ejército; a todas luces, gente a la que hay que evitar.
Dirigió, entonces, sus siguientes palabras a Dhamon.
—De ti, podrían pensar que eres alguna clase de engendro de dragón.
Dhamon llevaba puesta aún la túnica solámnica, y ésta aparecía cubierta de barro y sudor, y desgarrada en varios puntos; también los pantalones estaban hechos jirones y dejaban al descubierto las escamas de la pierna. Había más de tres docenas de escamas más pequeñas, cubriendo el muslo y deslizándose por su pantorrilla.
Si bien Maldred seguía manteniendo su aspecto humano, sus ropas estaban hechas harapos y apenas le cubrían, y tenía el pecho entrecruzado por ronchas dejadas por una zarza que había atravesado.
—No me importa qué aspecto tengamos —declaró el hombretón—. Haremos que hablen con nosotros.
El sivak emitió un sonido estridente.
—Venid conmigo —dijo Ragh, y empezó a descender por el lado opuesto de la elevación.
Dhamon abrió la boca para protestar, pero decidió seguir a la criatura. Sólo unas pocas de las personas con las que se cruzaron se volvieron para mirarlos mientras se introducían en la población. La mayoría de los humanos que pasaban por la zona iban vestidos pobremente, pero no de forma tan andrajosa como Dhamon y Maldred. Un puñado lucía oxidadas cadenas alrededor de los tobillos, mientras que otros transportaban pesados sacos para los dracs que andaban por delante de ellos, que los conducían como si se tratara de animales de carga. La mayor parte de la gente parecían obreros. Un grupo trabajaba duramente para reforzar el que aparentemente era el edificio de mayor tamaño que seguía en pie. Unos cuantos hombres y mujeres iban vestidos con prendas limpias y en buen estado, y estas gentes se mantenían a buena distancia tanto de los obreros como de Dhamon y Maldred.
—Informadores —dijo Ragh, refiriéndose a los individuos mejor vestidos—. Vienen aquí procedentes de todas las zonas del reino de Sable y de las Praderas, y de sitios tan lejanos como Nuevo Puerto y Khuri-khan. Venden noticias sobre lo que sucede en Ansalon a los aliados de los dragones. Se les paga bien, según la utilidad de sus informaciones. Algunos venden criaturas. Sable posee todo un parque zoológico en ciudades repartidas por el pantano. Paga pequeñas fortunas a aquéllos que le llevan sus extraordinarios animales.
—¿Estos esclavos…?
Dhamon señaló a un trío que iba encadenado.
—Algunos venden gente aquí, pero por esta gente ella no paga ni mucho menos tanto como por información o por criaturas extraordinarias.
Tomaron la que parecía ser la calle más amplia y transitada, y mientras la recorrían y penetraban más en la ciudad, Dhamon observó la presencia de cierto número de pequeñas construcciones de una única habitación, edificadas con deteriorados tablones de madera y recubiertas con pieles de reptiles o tejados de lonas enceradas. Ragh se encaminó hacia uno, señalando un letrero toscamente pintado que indicaba que allí vivía un sastre.
—Tienes monedas de los caballeros de la Legión —declaró el draconiano.
Dhamon palpó en su bolsillo en busca de la bolsa de monedas; luego, irguió los hombros y desapareció por la entrada. Maldred lo siguió tras asegurarse de que el sivak custodiaría la puerta.
Abandonaron la tienda varios minutos más tarde. Dhamon iba vestido con una túnica de un gris indefinido y calzas negras. Llevaba una bolsita sujeta alrededor de la cintura, en cuyo interior había ocultado la docena de monedas que le quedaban. Maldred vestía un atuendo también pardusco, que consistía en una camisa y pantalones de un descolorido marrón terroso.
Realizaron otra parada, ésta en un colmado dirigido por el único enano que habían visto. Dhamon estaba hambriento y arrojó al propietario unas pocas monedas a cambio de una botella de licor y tres docenas de gruesas tiras de cecina de jabalí. Le pasó unas cuantas al sivak; se quedó otras cuantas para él, y entregó el resto a Maldred.
—No os había visto antes —declaró el enano, contemplando a Dhamon y a Maldred con ojos inquisitivos.
—Porque no has mirado —mintió Dhamon—. Aunque admito que no acostumbro a frecuentar esta ciudad.
El enano se metió las monedas en el bolsillo y señaló con un brazo regordete otras tinajas que contenían carnes y pescado escabechado.
—¿Os puedo interesar en alguna cosa más? —inquirió.
Dhamon negó con la cabeza.
—A mí me interesan las cosas antiguas y poco corrientes —interpuso Maldred.
—Hay gran cantidad de cosas antiguas por aquí —repuso el enano.
Paseó la mirada por detrás de Dhamon y descubrió al sivak en la entrada. Hizo una mueca de desagrado al mismo tiempo que meneaba la cabeza en dirección a la criatura.
—Criaturas antiguas, draconianos…
—Gente —dijo Maldred—, gente muy anciana.
El enano se acarició la cabeza.
—Oíste hablar alguna vez de una mujer sabia —quiso saber Dhamon—, una anciana que…
La áspera risa inundó la pequeña tienda.
—¿Sabios? Hay uno en cada esquina.
Maldred tamborileó con los dedos sobre el mostrador del enano.
—Una mujer anciana, muy anciana; una hechicera y sanadora.
—Se dice que es anterior al Cataclismo —añadió Dhamon.
Los ojos del vendedor centellearon claramente.
—Ésa podría ser Maab. Maab la Loca, como la llaman algunos. En el pasado fue una hechicera Túnica Negra; antes de la Guerra de Caos, antes de que los dioses huyeran, antes de que la hembra de Dragón Negro llegara y su pantano engullera esta ciudad. Algunos dicen que nació mucho antes del Cataclismo, pero eso resultaría imposible, ¿no es así?
—¿La has visto?
Dhamon no conseguía controlar su impaciencia.
—No, jamás; aunque tengo amigos que afirman haberla visto hace décadas. Nadie la ha visto desde hace años, por lo que sé.
—¿Muerta? —preguntó Dhamon.
—Podría estar muerta. Probablemente, esté muerta. Se dice que intentó impedir que la ciénaga se apoderara de este lugar.
—¿Y…? —apremió Maldred.
—Bueno, el pantano nos rodea por todas partes, ¿no es cierto? Se puede decir que este lugar está prácticamente en ruinas.
—¿Dónde está su torre? —Los dedos del hombretón se aferraron al borde de la parte superior del mostrador, y los nudillos se tornaron blancos—. Se suponía que habitaba en una torre.
—¡Oh!, todavía sigue ahí, por así decirlo. Es una torre con las fauces de un dragón.
El enano les indicó cómo llegar.
Dhamon y Maldred se apresuraron calle abajo, y Ragh los siguió a una respetable distancia. No se detuvieron hasta llegar al mercado. Docenas de imágenes, sonidos y olores los asaltaron…, ninguno de ellos agradable.
No obstante la lluvia, había una multitud de pie ante una serie de jaulas de piedra y acero que bordeaban una ciénaga que en el pasado había sido un parque. Se veían niños delante de la muchedumbre, y no hacían más que lanzar ahogadas exclamaciones de asombro ante las criaturas que había en el interior de las jaulas.