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Un trío de jóvenes andrajosos corría hacia el sur, sin preocuparles la oscuridad ni los charcos, gritando. Otros se movían en esa dirección también, y en cuestión de minutos la calle quedó vacía.

—Ahora —indicó Dhamon.

Avanzó, decidido, hacia el edificio, con los ojos puestos en la entrada y atisbando a través de la oscuridad. La luz parpadeante provenía de una antorcha situada muy lejos de la entrada. El aire era mohoso bajo la arcada; olía a humedad y al sebo rancio con el que se había impregnado generosamente la antorcha. No había puerta, sólo peldaños que ascendían al interior del lugar. Dhamon los subió de dos en dos, y en unos instantes, se encontró en un gabinete espacioso y redondo.

Las paredes eran negras, pero no debido a un incendio. Estaban cubiertas con mosaico hecho de ónice y pedazos de sílex, y al mirar con más atención, Dhamon distinguió las imágenes de hombres vestidos con túnicas color pizarra.

—Un lugar habitado por hechiceros Túnicas Negras —murmuró señalando con el dedo las figuras—. Mira aquí. —Su dedo se alzó más en la pared, hasta una esfera hecha de pedacitos de perlas negras—. Nuitari, su luna mágica.

El sivak lo contempló por educación, ya que el mosaico no significaba nada para él. Dirigió una ojeada en dirección al punto donde una escalera descendía desde la alcoba circular. A poca distancia, se veía un pasillo, y Ragh aguardó, pacientemente hasta que su compañero hubo finalizado el estudio de la pared.

Entonces, Dhamon señaló el suelo de la alcoba. Estaba, también, cubierto de mosaicos y hecho a imagen de Nuitari. Vio la escalera que conducía abajo, pero miró hacia el pasillo y decidió seguir por aquel camino.

El corredor era sinuoso y redondeado.

—Como el interior de una serpiente —susurró.

De repente, se le ocurrió que el edificio los estaba engullendo a él y al sivak. Aquello le hizo estremecerse y dio la vuelta; decidió descender por las escaleras en lugar de seguir por allí.

Más allá de la escalera que iba en dirección opuesta había un pasillo cuya presencia no había advertido antes.

—Eso no estaba ahí hace un momento —dijo; también era redondeado y curvo—. Bajemos —indicó a Ragh.

Los escalones estaban hechos de pizarra, y eran lisos y cóncavos debido a la cantidad de pies que había pasado por ellos y los habían desgastado a través de las décadas. Dhamon avanzó en silencio y con agilidad; los dedos le revoloteaban de vez en cuando en dirección al pomo de la larga espada solámnica.

Escuchaba con atención. De abajo, llegaba el sonido de agua que goteaba debido a las constantes lluvias caídas durante el día, pero de más abajo surgía el murmullo de pies sobre piedra, y de voces; una sonaba humana, y la otra, sibilante. Las voces iban aumentando de volumen. Dos personas subían por la escalera.

Dhamon se recostó contra la pared del hueco de la escalera. El sivak le imitó, con la cabeza ladeada y escuchando a todas luces lo mismo que había detectado su compañero. Segundos más tarde, un semielfo bien vestido hizo su aparición, barriendo los peldaños a su espalda con la larga capa azul. Un drac subía torpemente tras él; siseando, le decía al elfo que tendría que regresar al día siguiente para recibir su pago.

—¿Quién sois? —el semielfo se detuvo y olfateó, arrugando la nariz ante Dhamon y el sivak.

—No es asunto tuyo —replicó Ragh.

—Careces de alas —ronroneó el otro; luego, dirigió una veloz mirada a Dhamon—. Y tú de modales. Os he preguntado vuestros nombres.

—No son asunto tuyo —repitió Dhamon como un loro.

Dhamon había empezado a sudar, aunque no debido a los nervios. Notaba el calor de la escama en su pierna, captaba imágenes de escamas negras y ojos amarillos procedentes del drac, y sentía cómo el familiar e incómodo calor vibraba por todo su cuerpo. Sabía que el intenso frío no tardaría en aparecer y lo dejaría incapacitado para actuar.

—¿Qué os trae aquí? —preguntó el drac.

—Traemos información —respondió rápidamente el sivak.

El ser empujó al semielfo escaleras arriba.

—Esssta información —apuntó el drac— podéisss dármela a mí. Me ocuparé de que sea transmitida y que os paguen… si lo vale. Mañana os pagarán.

Dhamon negó con la cabeza. Los dedos de su mano izquierda localizaron un hueco en la pared a la que sujetarse, y su mano derecha apretó con fuerza la empuñadura de la espada, como si aquellos gestos pudieran servir para reducir el dolor.

—Se trata de información importante, demasiado importante para dártela a ti.

El drac instó al semielfo a seguir adelante y le dedicó un gruñido.

—Te essscucho, humano. Dime esssta información. El agente de la señora Sable no esssta aquí. Nura Bint-Drax no llegará hasssta mañana o passsado. Esss ella quien te pagará.

Dhamon se estremeció ante el nombre, recordando a la naga del poblado de los dracs.

—Nura Bint-Drax…

—Esss el agente principal de Sable aquí —finalizó el otro.

—Nuestra información no puede esperar —empezó Dhamon, pensando con rapidez—. Sabemos de un plan…

Tragó aire, sintiendo cómo lo atravesaba una helada convulsión; ésta fue seguida por un calor intenso, como si lo hubieran marcado al rojo vivo, pero aun así se obligó a concentrarse.

El drac golpeó el suelo de la escalera con el pie en forma de garra.

—Dame esssta importante información.

—No es para tus oídos —intervino Ragh.

El otro siseó. Sobre sus labios se acumuló ácido, que descendió luego al suelo y chocó contra el peldaño. El ser se aproximó más al sivak.

—Yo decido lo que esss para misss oídosss. Yo…

Dhamon retrocedió justo a tiempo de evitar la nube de ácido que cayó sobre la escalera y el sivak. Acababa de ensartar al drac por la espalda con la larga espada solámnica y acabó con él al instante.

—Hay más de ellos —dijo jadeando mientras señalaba con la cabeza la caja de la escalera—. Dracs o draconianos. Oigo sus siseos.

Se dejó caer, impotente, sobre los peldaños, sujetando aún su arma.

Ragh había resultado dañado por el ácido, principalmente alrededor del cuello, donde las escamas se habían deteriorado; pero a pesar del dolor, pasó corriendo junto a Dhamon y alargó los brazos en la oscuridad situada más allá para ir al encuentro de los dracs. Dhamon escuchó otro chapoteo de ácido, que indicaba la muerte de otro de los secuaces de Sable; luego, sintió cómo le arrebataban la espada de las manos. Ragh la había tomado y la usaba contra otro drac atacante.

20

Reflejos de demencia

Las escamas negras formaban una cortina tan ancha que Dhamon no podía ver por detrás de ella. Tras unos instantes, se produjo una interrupción en la oscuridad: inmensos ojos amarillos que brillaban sordamente, hendidos por negras pupilas achinadas que miraban directamente al frente.

Los ojos se cerraron y solamente volvió a quedar la negra pared de escamas.

Dhamon sacudió la cabeza, desterrando el sueño y despertando en medio de las tinieblas con un martilleo en la cabeza. Se recostó contra una pared revestida con paneles de madera cubiertos de moho. El aire estaba inmóvil y mohoso, y arrastraba el fuerte aroma de la putrefacción y un olor más suave, que recordaba el taller de un herrero. El sivak se hallaba cerca.

Al cabo de unos momentos, su aguda visión percibió sombras negras y grises, y algo más pálido, que, evidentemente, desprendía calor.

—¿Ragh? —susurró; escuchaba respirar al draconiano, y al concentrarse, pudo jurar que oía también el latir de su corazón, mucho más lento que el de un humano—. Ragh.

El draconiano profirió un sonido.

Dhamon se apartó los cabellos empapados de sudor de los ojos y apretó el oído contra la pared. Había al menos dos dracs hablando al otro lado del muro; discutían en voz baja en su curioso lenguaje siseante, en el que figuraban unas pocas palabras humanas. Parecía que estaban debatiendo algo referente a un trampero elfo que había capturado a un lagarto de lo más insólito; conversaron durante varios minutos, y luego, se alejaron. Dhamon acercó una mano a su cintura y descubrió que el sivak le había devuelto la espada.