—¿Por qué necesitas curarte?
—Yo… —Dhamon la miró y buscó las palabras apropiadas—. Lo que necesito es…
—Ayuda, evidentemente —finalizó ella—, o de lo contrario no habrías conseguido entrar en nuestro castillo. —Regresó al taburete, y consiguió trepar a él entre resoplidos y jadeos—. ¿Qué es lo que Maab y su hermana pueden hacer por ti? ¿Padeces una parálisis o una maldición? ¿Una herida abierta que no podemos ver?
—Tiene una escama de dragón pegada a la pierna —dijo Ragh con un carraspeo—. Pertenece a un señor supremo. Esa cosa es un veneno para él. Le están creciendo más.
—Y me están matando poco a poco.
La mujer arrugó la nariz.
—Mi hermana y yo no prestamos atención a criaturas tales como los dragones. Ya no. Tienen mal genio y son irracionales. No nos gustan. —Clavó en Dhamon una mirada siniestra—. No nos gustan los dragones en absoluto. Nunca nos gustaron.
Dhamon apretó las mandíbulas, y su aliento surgió en forma de siseo por entre los dientes.
—Te pagaré —empezó a decir.
—¿Pagarme con qué? No tienes ni una moneda en el bolsillo.
—Encontraré el modo de pagarte.
Le impresionó que ella pudiera ver a través de la tela y el cuero, o tal vez le leía la mente. Apretó los puños, contrariado. Físicamente, la hechicera no era un adversario para él, pero era evidente que controlaba poderes mágicos.
—De todos modos —reflexionó la mujer—, aunque no necesitamos dinero, y no nos hacen falta más objetos mágicos, una escama de dragón en un humano resulta algo interesante. —Cerró los ojos, pensativa, por unos instantes; luego, los abrió—. Creo que días atrás, o puede que fueran décadas, mi hermana y yo estudiamos a los dragones. Nunca nos gustaron, te lo aseguro, pero valía la pena analizarlos. De hecho, su estudio nos consumió durante un tiempo. No pensábamos en nada más, no explorábamos ninguna otra clase de magia. Los Dragones Rojos en particular. A decir verdad, nosotras…
—En realidad, se trata de una escama de Dragón Rojo.
Se subió la pernera de los pantalones, con dedos nerviosos. El pequeño grupo de escamas pequeñas y la parte inferior de la grande quedaron a la vista y relucieron bajo la luz de la lámpara.
—No, no —rió ella por lo bajo—. Eso es claramente de un Dragón Negro.
Dhamon le contó todo lo relativo a la señora suprema Malys y cómo la escama se la colocó un Caballero de Takhisis, y cómo, algún tiempo después, un Dragón de las Tinieblas y una hembra de Dragón Plateado rompieron la conexión entre él y la hembra Roja.
—La escama se tornó negra durante el proceso —indicó.
—Chiflado, eso es lo que está —dijo Maab a su reflejo en el espejo—. El joven está loco, creo. Mal de la cabeza. ¿No te parece? Daltoniano, además. —Aguardó, ladeó la cabeza y escuchó—. Muy bien. Tal vez podamos ayudarlo, de todos modos. Sólo porque fue tan amable de venir a visitarnos. —Devolvió la mirada a Dhamon, entrecerrando los ojos, y las arrugas de su rostro parecieron aún más pronunciadas bajo la incierta luz.
»Puede ser que no tengas ni una moneda, pero hay precio para nuestra magia.
—Esto es una insensatez —refunfuñó el sivak—. Es ella la que está loca. Deberíamos irnos de aquí.
—Fíjalo —espetó Dhamon—. Di tu precio, y encontraré el modo de pagarlo.
La anciana torció la cabeza para volver a mirar al espejo y retorció los dedos.
—Ya se nos ocurrirá algo a mi hermana y a mí, algo que nos gustaría que nos consiguieses. Pero será caro, muy caro.
El sivak profirió un gemido.
—No puedes pensar esto en serio, Dhamon. No puede ayudarte. Estamos perdiendo el tiempo. —Ragh pateó el suelo a más velocidad con el pie en forma de zarpa—. Además, Dhamon, no puedo retener…
El hombre se volvió, contemplando con ojos desorbitados cómo la imagen del drac empezaba a relucir. En cuestión de instantes el disfraz de drac negro se desvaneció, y el draconiano sin alas y cubierto de cicatrices ocupó su lugar.
—… el aspecto mucho tiempo.
—Ya lo veo.
—Interesante —observó Maab—. Mantén a tu curiosa mascota fuera de mi habitación, por favor.
—La escama de mi pierna… —apuntó él, devolviendo su atención a la anciana—. Se me dijo que si me la quitaba, moriría.
—Probablemente, pero sería totalmente distinto si fuéramos mi hermana y yo quienes te la quitáramos. Nosotras comprendemos la magia de los dragones. Claro está que necesitaríamos mis herramientas. Mis libros. Hay algunos polvos que nos vendrían bien. —Miró al espejo—. ¡Oh, sí! Necesitaríamos eso, también, querida hermana. Esa querida chuchería que nos dio Raistlin. Cuando hayamos terminado, y él esté libre de todas esas escamas negras, estableceremos un precio por nuestros servicios.
Dhamon volvió a pasear la vista por la habitación, y no vio ninguna de las herramientas que la mujer había mencionado.
—¿Dónde están esos polvos y libros?
Con un considerable esfuerzo, la anciana descendió de nuevo del taburete.
—Abajo.
Avanzó pesadamente hacia la puerta, agitando una sarmentosa mano al sivak, como si lo despidiera.
—Muy abajo. Mi hermana conoce el camino.
Se volvió, incapaz de verse en el espejo, con expresión aterrorizada y llevándose las manos al pecho; luego, retrocedió despacio hasta donde pudo ver la cristalina superficie, y se relajó.
—Lo siento mucho. No podemos ayudarte después de todo, muchacho. Mi hermana no quiere abandonar nuestra habitación hoy. No se siente bien. Vuelve mañana y veremos si se siente mejor.
—Tú no tienes ninguna hermana, anciana —refunfuñó Dhamon.
La mujer adoptó una expresión herida, y sus hombros se doblaron hacia adentro aún más.
—Nos insultas.
—Es un espejo —repuso él—. No es más que un condenado espejo, y lo que contemplas es tu reflejo. Estás completamente sola aquí. No tienes ninguna hermana.
«Y no eres ninguna hechicera ni sanadora, y todo esto ha sido un viaje en balde», añadió para sí.
—Joven, siento lástima por ti —dijo ella, sacudiendo la cabeza—. ¡Llevar tan poco tiempo en el mundo y estar tan sumido en la locura como lo estás tú! ¿Cómo puedes disfrutar de la vida en tu estado? Realmente, creo que has perdido la cabeza por completo. —Alzó un dedo huesudo y lo agitó ante él—. Mi hermana y yo podemos curar tu escama y tu enajenación, pues se trata de una cuestión sencilla para nosotras, aunque debo confesar que la eliminación de la locura es una hazaña más difícil de lograr. Podríamos no ser capaces de curarte eso.
Cruzó los brazos, manteniendo los ojos en su reflejo.
»Pero no podemos ayudarte hoy si mi hermana se niega a moverse de la habitación. Es bastante obstinada. Siempre lo ha sido. Es peor ahora que es más vieja. Regresa mañana o pasado mañana. Tal vez la convenceremos de abandonar esta habitación entonces.
Dhamon cerró los ojos y soltó un profundo suspiro. Dio un paso en dirección al espejo y alzó el puño para hacerlo añicos, pero descubrió que no podía moverse.
—No te atrevas a amenazar a mi hermana —advirtió Maab—. Me vería obligada a matarte. Eso pondría fin a tu problema con la escama de Dragón Negro, ¿no es cierto?
El hombre sintió una opresión en el pecho, como si hubieran extraído todo el aire de la habitación, y una oleada de vértigo lo golpeó como un martillo. Un instante después, fue liberado del hechizo, y se llevó la mano a la garganta para frotarla al mismo tiempo que aspiraba grandes bocanadas del fétido aire.
—Bien, eso está mejor —indicó ella—. Como dije, regresa mañana, y veremos si mi hermana tiene ganas de viajar.
—No. —Dhamon fue a colocarse frente a la anciana—. No regresaré mañana. Necesito tu ayuda hoy.
—Lo siento mucho —repuso la mujer, meneando la cabeza.
El hombre notó cómo el aire se enrarecía.
—Deberíamos salir de aquí, Dhamon —dijo el sivak, golpeando con suavidad el marco de la puerta.