Выбрать главу

—Hemos de ocultarnos —dijo el sivak en voz más alta, y dio a su compañero un empujón con una zarpa para enfatizar sus palabras.

Detrás y por encima de los hombres liberados, había una docena de dracs y draconianos sivaks.

—Harán una carnicería con ellos —musitó Dhamon.

—Sí, y también con nosotros si no nos…

Dhamon desenvainó su espada, pero en lugar de correr hacia Rig y Fiona, lo hizo en dirección a las jaulas de la plaza del mercado, donde se enfrentó al ataque de los dos guardianes dracs que había visto. El sivak lo siguió a varios pasos de distancia, exigiéndole que volviera a sus cabales.

—¡No me sirves de nada muerto! —le espetó Ragh—. No puedes ayudarme contra Nura Bint-Drax si te cogen.

Su compañero puso todas sus fuerzas en un mandoble lateral de su arma y partió prácticamente en dos al primer drac. Continuó hacia el segundo objetivo mientras el primero se disolvía en un estallido de ácido, y fueron necesarios dos mandobles esa vez para acabar con el otro, aunque ninguna de las dos criaturas fue lo bastante rápida como para asestarle un zarpazo.

Corrió, a continuación, hacia los corrales; alzó la espada por encima de la cabeza y la descargó sobre la cadena que mantenía cerrada la puerta más cercana. El eslabón de metal se partió por el impacto, y Dhamon envainó el arma, manipulando torpemente la cadena para soltarla; después, usó toda la fuerza de sus brazos para abrir de un tirón la maciza puerta. Al cabo de un segundo, un enfurecido lagarto de seis patas del tamaño de un elefante salió pesadamente al exterior.

Fue seguido por otras criaturas grotescas, que Dhamon fue liberando, pero usó su fuerza para arrancar las puertas de las jaulas en vez de arriesgarse a partir su única arma.

—¿Qué haces? —chilló el sivak—. ¿Te has vuelto loco?

—¡Guardias! —gritó alguien—. ¡Los animales se escapan! ¡Guardias!

Sobre sus cabezas el frenesí de alas aumentó, y se escuchó gritar órdenes desde todas las direcciones: eran las voces de dracs y de hombres que habían decidido unir sus destinos a la hembra de dragón y a sus aliados. De zonas muy alejadas de la plaza del mercado, les llegó el golpear de pies sobre el suelo: otros guardias, según sospechó Dhamon.

—¿Qué estás haciendo, Dhamon?

—Facilitar una distracción, Ragh; dar a los dracs algo de que preocuparse que no sean unas cuantas docenas de prisioneros huidos. Tal vez algunos de ellos, tal vez Rig y Fiona, puedan liberarse de este Abismo.

El sivak se dedicó a ayudarle con las jaulas mientras mascullaba todo el tiempo que eso sería la muerte de ambos.

—Continúa con esto —le indicó Dhamon—. Eres fuerte; separa los barrotes. Voy a buscar a Mal; luego, marcharemos de aquí.

—Nura… —graznó el sivak.

—Nura Bint-Drax no es mi problema, pero te puedes quedar hasta que aparezca. No voy a ayudarte con ella, Ragh.

Dhamon corrió en dirección a la posada y atravesó la puerta como una exhalación. Despertó al propietario que había estado durmiendo en un sillón de madera de respaldo recto detrás de un escritorio manchado y agujereado.

—Maldred. Un hombretón llamado Maldred cogió una habitación aquí esta tarde.

Se detuvo para recuperar aliento.

El propietario lo miró fijamente, contemplándolo de pies a cabeza.

Las ropas y los cabellos del recién llegado estaban empapados de sudor, y su cuerpo plagado de quemaduras de ácido. Apestaba a los pasillos subterráneos y tenía las facciones cubiertas de mugre.

—Un hombre llamado Maldred —apremió Dhamon—. Un hombre de gran tamaño. ¿Qué habitación?

—No hay nadie con ese nombre —respondió el posadero, negando con la cabeza—. No hay nadie aquí con ese aspecto.

—A primeras horas de hoy.

Dhamon habló con mayor rapidez, y miró en dirección a la calle. Los sonidos de caos habían crecido en intensidad.

El hombre escuchó también el jaleo, y se incorporó con un esfuerzo, alargando el cuello para mirar por la puerta abierta.

—Lo sabría si un hombre como ése se hospedara aquí. He estado aquí todo el día. Siempre estoy aquí todo el día.

Se apartó pesadamente del escritorio y fue hacia la puerta para ver mejor.

Dhamon corrió a la escalera y llamó a gritos a su amigo.

—¡Mal! —rugió lo bastante alto como para despertar a la gente del piso superior—. ¡Maldred!

No obtuvo respuesta.

Con un gruñido, pasó corriendo junto al posadero y regresó a la calle. Se encontró con un espectáculo enloquecedor. Había dracs y draconianos en la zona, intentando contener tanto a las criaturas que huían de los corrales como a los prisioneros, a lo que los dracs habían conducido involuntariamente a la plaza del mercado. Rig y Fiona estaban usando listones de madera como armas, en un intento de defender a los más débiles de los desarmados hombres. No vio a Ragh, aunque eso no le sorprendió. Supuso que el draconiano sin alas se había escabullido y que permanecería oculto hasta que encontrara a Nura Bint-Drax.

Corrió hacia las jaulas del zoológico. Unas cuantas seguían cerradas. Alojaban a la bestia que parecía un cruce entre águila y oso, y también a los enormes manticores. Estas últimas criaturas se dedicaban a pasear la mirada entre él y la batalla. Dhamon levantó su espada mientras se acercaba a la jaula, y descargó la hoja contra la cadena al mismo tiempo que rezaba para que el arma no se partiera.

—¡Os soltaré! —gritó—, y podéis volar lejos de este infierno. Pero me llevaréis con vosotros, ¿entendido? Y a tantos hombres como podáis transportar.

—Por favor —repitió el de mayor tamaño—, libéranos.

—¿Nos sacaréis de aquí con vosotros?

Las criaturas asintieron. Tuvo que asestar tres golpes más antes de conseguir partir un eslabón de la cadena, pero al cabo de un instante ya había sacado la cadena, había abierto la jaula y había indicado a los seres que salieran.

Los animales desplegaron las alas y las agitaron; emitieron un agudo sonido, que fue aumentando de volumen hasta resultar casi insoportable. Los dracs se taparon los oídos, y los hombres escapados los imitaron rápidamente. Dhamon apretó los dientes. El sonido era una tortura.

Libres de los confines de sus jaulas, los manticores se unieron a la refriega. Inclinándose al frente sobre las patas delanteras, las criaturas lanzaron una andanada de púas desde sus largas colas, y los proyectiles acertaron a más de un blanco draconiano.

—¡Rig! —chilló Dhamon cuando volvió a divisar a su viejo camarada, y agitó violentamente el brazo para atraer su atención—. ¡Agarra a Fiona! ¡Ahora! ¡Nos vamos!

Miró a su alrededor, con la esperanza de descubrir a Maldred, pero no podía ver entre la multitud de cuerpos y criaturas, y tampoco oír por encima del agudo sonido que producían las alas de las criaturas.

—No veo nada.

Pero desde un punto de observación más elevado tal vez podría.

En un santiamén llegó junto al manticore de mayor tamaño, se agarró a su pellejo y se izó sobre el lomo. Con mucho cuidado para no ensartarse en las púas que discurrían por la cola, se montó sobre los omóplatos de la criatura y miró por encima del revoltijo de seres y hombres.

Casi la mitad de los prisioneros liberados había muerto a manos de los dracs y los draconianos, y Rig y Fiona se abrían paso a golpes hacia los manticores, llevando a algunos de los supervivientes con ellos.

Un par de draconianos bozaks combatían con el lagarto de seis patas, que tenía la lengua enroscada como un lazo alrededor de la cintura de un drac. Empezaban a encenderse luces en las ventanas, y Dhamon vio aparecer figuras en ellas, ninguna con los hombros lo bastante amplios como para ser Maldred.

—¿Lo habrían capturado? ¿Lo habrían asesinado mientras buscaba a Nura Bint-Drax?