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Casi al unísono, las enormes criaturas batieron las alas, produciendo aquel sonido hiriente otra vez, y como una sola alzaron el vuelo y, dirigiéndose al oeste, se alejaron del claro.

«Regresaré aquí —se juró Dhamon—. Dejé a Maldred en alguna parte de esa ciudad inmunda, a mi amigo más íntimo y querido. Regresaré a buscarlo».

No muy al este de la ciudad había una cueva enorme, y la oscuridad de su interior era casi un manto palpable que envolvía cómodamente a la criatura que tenía su guarida en el interior. Tan sólo su respiración delataba la presencia del ser. Su aliento era chirriante e irregular, y resonaba en las paredes de piedra. La brisa jugueteaba con los rizos cobrizos de la niña que se hallaba justo pasado el umbral.

Nura Bint-Drax parecía una querúbica criatura de no más de cinco o seis años, ataviada con un vestido diáfano, que brillaba como si estuviera hecho de magia.

—¿Amo? —llamó con su voz infantil mientras se adelantaba.

Conocía la cueva de memoria, y mientras avanzaba su figura cambió para convertirse en la de una joven ergothiana de cabellos muy cortos. Entonces se cubría con una túnica de cuero negro, una que había pertenecido a Dhamon Fierolobo.

—Amo.

Dos esferas de un apagado color amarillo aparecieron en medio de las tinieblas, proyectando sólo la luz necesaria para mostrar el enorme hocico de la criatura y a la mujer de piel oscura que quedaba empequeñecida por su tamaño. Los ojos del ser tenían una circunferencia mayor que las ruedas de un carro y lucían unas lóbregas rendijas de aspecto felino. La gruesa película que los cubría daba una idea de los muchos años que tenía la bestia.

—He acabado de poner a prueba a Dhamon Fierolobo —anunció orgullosa la mujer con voz seductora—. Ha sobrevivido a mis pruebas y a mis ejércitos en la cercana ciudad. Es la persona que buscamos, del mismo modo que yo soy tu elegida, tu favorita.

—Una de mis elegidos —corrigió la criatura, cuyas palabras eran interminablemente largas y aspiradas, y las frases, tan sonoras que el suelo retumbó con cada sílaba—. El otro llegó justo antes que tú.

Un humano bronceado por el sol se apartó de la pared de la cueva, acercándose lo suficiente para que la luz que proyectaban los ojos de la criatura lo mostrara.

—Maldred —siseó Nura Bint-Drax.

El mago ogro luciendo el aspecto de un humano le dedicó un saludo con la cabeza; luego, se volvió para mirar a la criatura.

—Dragón —dijo Maldred—, también yo he puesto a prueba a Dhamon Fierolobo. Estoy de acuerdo en que es la persona que buscamos.

—Es la persona que buscamos. —Las sonoras palabras hicieron temblar el suelo—. Pero ¿cooperará? —quiso saber el dragón. Observó, secretamente complacido, que Nura y Maldred se dirigían airadas miradas; el odio entre ambos era espeso y dulce en el aire—. ¿Hará lo que necesito que haga?

Nura abrió la boca, pero Maldred habló primero.

—¡Oh, claro que cooperará! —dijo con tranquilidad—. Puedo manipularlo para que siga tu plan. Ya lo he manipulado muy bien hasta el momento. Confía ciegamente en mí. Cree que soy su mejor amigo y aliado. Regresará pronto en mi búsqueda. Lo que queda de su honor lo exige.

Satisfecho, el dragón cerró los ojos y sumió la cueva en una oscuridad absoluta. Maldred y Nura Bint-Drax aguardaron hasta que el sonido de su sopor proyectó una oleada de suaves temblores a través del suelo; entonces, abandonaron la caverna y se marcharon en dirección a la ciénaga que se extendía más allá.