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– ¿Y qué pasó?

– Bueno, sabía que si alguna vez me quedaba a solas contigo seguro que te invitaría a salir, que no podría evitarlo. También estuve pensando en que una vez mi madre comentó que la tuya le había explicado que eras impuntual y muy desordenada con la casa y sabía que no podría soportar eso. Tengo un plan para mi vida, Nerissa, lo tengo todo pensado, adónde voy y cómo voy a llegar hasta allí. Entre otras cosas, quiero una relación seria. Estoy a punto de cumplir los treinta y uno y estoy buscando una pareja a largo plazo, con la que contemplar incluso el matrimonio.

Nerissa asintió con la cabeza y notó que las manos de Darel apretaban las suyas.

– Casarme y tener hijos, también. ¿Por qué no? Pero no quería recorrer este camino desempeñando un papel secundario para una mujer a la que todo el mundo admiraba y adoraba. No quería estar con una mujer que fuera descuidada y…, bueno, disoluta y extravagante. Y no soporto a la gente que siempre llega tarde. Francamente, no estaba dispuesto a ser «el marido de Nerissa Nash», que llega a la clase de fiestas a las que asistes, o la que yo creía que era tu clase de fiesta, una hora tarde y luego no tener a nadie que hablara conmigo porque tú serías el centro de todas las miradas.

Nerissa, que no estaba demasiado segura de entender el significado de disoluta, lo escuchó.

– Pero aquel día que nos encontramos en Saint James Street -continuó diciendo Darel- empezó a cambiarme. Te puse a prueba con pequeños detalles. El día de la cena, por ejemplo. Lo cierto es que llegaste puntual. Y fíjate en este lugar. Supongo que no lo limpiarás tú misma, pero está claro que lo mantienes tal y como lo ha dejado la asistenta. Durante la cena hablaste de política, de moral y…, bueno, incluso de economía. Entonces pensé: «Dejaré pasar un poco de tiempo. Si me llama por teléfono y empieza a mostrarse exigente o caprichosa, si cree que seré suyo siempre que le plazca, entonces se habrá terminado». Pero no lo hiciste -la atrajo un poco hacia sí-. Superaste la prueba. Con gran éxito. Pensé: «Sí, bien, es adecuada para lo que yo quiero, es perfecta». Así pues, ¿qué le parece si cenamos esta noche, señorita Nash?

Nerissa retiró las manos con delicadeza y retrocedió unos centímetros en el sofá. Su corazón, que normalmente latía al ritmo lento y constante de un atleta o de una joven que hacía mucho ejercicio, según le había dicho un médico, en aquellos momentos empezó a acelerarse y a palpitar en su pecho.

– Me parece que no -respondió ella con voz que incluso a sí misma le sonó remota-. No sabía que estaba participando en un concurso, una competición o lo que sea. De haberlo sabido, no lo hubiera hecho.

– ¿De qué estás hablando, mi amor?

– No soy tu amor, y nunca lo seré. Yo no hago pruebas para ver si soy una… una candidata apropiada.

– Vamos, Nerissa, venga…

– Yo soy lo que soy. Y quienquiera que vaya a entablar conmigo eso que tú has dicho, una relación permanente, tendrá que aceptarme como soy. Gracias por venir y deshacerte de ese hombre. Te estoy agradecida, pero no volveremos a vernos.

Él se levantó y su rostro denotó una simple falta de comprensión.

– Adiós, Darel -dijo Nerissa.

En cuanto se marchó, la joven cogió el teléfono, marcó el número del restaurante en el que iba a comer con la mujer de la revista Vogue y dijo que se retrasaría media hora. Entonces estuvo un rato llorando. Mientras volvía a maquillarse para arreglar el daño que habían hecho las lágrimas sonó el teléfono. Era su padre.

– ¿Vino?

– Sí, sí que vino. No tendrías que haberlo hecho, papá. Sé que tu intención era buena.

– Mientras viva, voy a procurar que mi niña tenga lo que quiere siempre y cuando esté en mis manos. ¿Cuándo vas a volver a verle?

– Nunca. Te llamaré más tarde.

Hizo otra llamada antes de salir. El hombre cogió el teléfono después de que sonara dos veces.

– Rodney, ¿querrías llevarme a algún sitio esta noche? A algún lugar horrible. Me apetece ir al Cockatoodle Club del Soho, nunca he estado allí. Saldremos tarde, llegaremos tarde a casa y beberemos champán. No, ya sé que no bebo, pero esta noche voy a saltarme la norma. ¿Quieres? Eres un cielo. Nos vemos.

Mientras subía al taxi pensó que no tenía que tener pareja, que no tenía que casarse. Era joven. ¿Por qué no limitarse a pasárselo bien? Siempre y cuando fuera amable con la gente y no se le subieran los humos a la cabeza ni empezara a pensar que su atractivo era algo que había conseguido y de lo que debía estar orgullosa. Primero iría a su peluquero y le diría que le hiciera unas trenzas cosidas o tal vez incluso unas rastas. Le hacía muchísima falta un gesto desafiante…

«Últimamente me tienen la casa invadida», pensó Mix cuando bajó a recoger el correo. Era al día siguiente, a media mañana, y desde el vestíbulo oía las voces de tres mujeres en el salón, la abuela Winthrop, la abuela Fordyce y… ¿quién era la tercera? Se quedó escuchando. La madre de Nerissa, por supuesto. La señora de nombre impronunciable. ¿Qué sentido tenía que siguieran viniendo día tras día? Hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, Mix se sintió indignado por la vieja Chawcer, a la que ni siquiera dejaban que se fuera unos días a ver a unos amigos. ¿Qué les importaba a ellas? Entonces recordó que la mujer estaba muerta.

Lo más probable era que la señora de nombre impronunciable estuviera al corriente de su enfrentamiento del día anterior con el matón. Por otra parte, podría ser que Nerissa no se lo hubiera contado. Puede que ella quisiera deshacerse del matón y entablar una relación con él antes de decirles nada a sus padres. Dejaría pasar un día o dos y luego volvería y se enteraría de qué había pasado después de que él hubiera decidido que lo más maduro era marcharse. Ese matón tenía algo que le recordaba a Javy, la mirada más que nada. A estas alturas Javy ya estaría canoso, pero antes de que Mix se marchara de casa había tenido esa piel olivácea, las mejillas sonrojadas y una buena mata de cabello negro. Las mujeres lo encontraban atractivo, aunque Mix nunca entendió por qué.

Había ido a la Oficina de Empleo y se había registrado. Le habían dado un poco de dinero y le habían ofrecido un montón de trabajos que a Mix no le habían causado muy buena impresión. Ya tendría tiempo de sobra para eso dentro de un par de semanas. Como no quería encontrarse con ninguna de esas tres mujeres, cogió los catálogos de venta por correo de Dig-it y Wall y se los llevó arriba, aunque, al no ser ni un jardinero ni una mujer, no le iban a servir de mucho. Veintidós escalones hasta llegar al piso donde la mujer había dormido, diecisiete hasta llegar allí donde no dormía nadie y adonde nunca iba nadie y trece más hasta arriba. No siempre los contaba, y menos cuando tenía miedo, pero entonces sí lo hizo, como si pudiera conseguir que fueran catorce.

Hazel Akwaa, con el tanga en el regazo, estaba preguntando a su tía y a Queenie si se les había ocurrido echar un vistazo a la ropa de Gwendolen. Ambas dijeron que no con la cabeza y Olive se encogió de hombros.

– Es que parece tan indiscreto, querida -dijo Queenie-, una invasión de su intimidad. Lo que quiero decir es que ¿a ti qué te parecería si mientras estuvieras fuera tus amigas empezaran a revolver tu ropa? Te sentirías violada.

– Sí, me sentiría así si les hubiera dicho adónde iba y les hubiera dejado la dirección de dónde podrían encontrarme. Pero si yo desapareciera y estuviera perdida me alegraría de que lo hicieran. Querría que me encontraran.

– Visto así, creo que deberíamos hacerlo -admitió Olive. Empezaron a subir las escaleras-. Espero que alguien le esté dando de comer a ese gato.