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Mix no percibió nada más aparte del olor habitual que tenía aquella casa fuera de los confines de su piso, un olor a polvo, a insectos muertos y a fibras vetustas que no se habían limpiado nunca. El olor de una persona vieja, pero no de una persona muerta. Su siguiente movimiento lógico fue acercarse a la ventana que daba al jardín. A pesar de la falta de lluvia, la maleza estaba creciendo, verde y vigorosa, sobre el leve montículo de la tumba de Danila. No tardaría en resultar imperceptible para todo el mundo, salvo para él.

¿Por qué no se tomaba unas pequeñas vacaciones? Podía aprovechar los días que faltaban hasta el día que había señalado para volver a ver a Nerissa. No recordaba cuándo había sido la última vez que se había ido de vacaciones. Claro que el hecho de ir a Colchester a ver a tu hermana no era lo que la mayoría de personas definirían como vacaciones, pero el viaje tendría otro propósito. Por mediación de Shannon se enteraría de dónde se encontraba Javy entonces. Mix estaba seguro de que no seguiría con la misma mujer que había sucedido a la madre de ambos. Javy habría avanzado hacia una nueva vida, una nueva novia, una nueva oficina de empleo.

Resultaba curioso, o lo que podría llamarse irónico, que el miembro de su familia con quien mejor se llevaba, de hecho, el único con quien tenía alguna relación, fuera la hermana a la que Javy dijo que había intentado matar. Y no era que ella no lo supiera. Javy se había encargado de decírselo. Aún entonces, Mix podía oír sus palabras.

«No dejarías que tocara tus muñecas si supieras lo que ha hecho. Intentó matarte. Te hubiera roto la cabeza si yo no hubiera llegado a tiempo.»

El viernes por la mañana acudieron juntas a la comisaría de policía de Ladbroke Grove. Hazel dijo que no la necesitaban y que tenía que irse a casa, pero que le contaran lo que les hubiera dicho la policía y todo lo que ocurriera. Cuando ellas entraban, salió un hombre de Oriente Próximo acompañado por una mujer rubia bastante joven.

– Me pregunto a qué habrán venido -comentó Queenie-. Quizás él busque asilo político y ella vaya a casarse con él para convertirlo en ciudadano británico.

– Ya no funciona así -Olive se quedó mirando a la pareja-. El asunto es mucho más complicado.

Les entregaron un formulario de personas desaparecidas que Olive rellenó lo mejor que pudo.

– ¿Y ya está? -le preguntó al joven agente detective.

– ¿Qué más quiere?

– Pues, para empezar, podrían buscarla.

El detective se marchó, estuvo fuera unos diez minutos y luego regresó con otro agente, el que había atendido a Abbas y Kayleigh. Éste preguntó:

– ¿En el inmueble vive un hombre joven llamado Michael Cellini que antes trabajaba para la empresa Fiterama Gym Equipment?

– De eso del Gym Equipment no sé nada -contestó Olive con voz llena de desdén-, pero se llama Cellini, en efecto. ¿Por qué?

De haber sido menos ingenua o de haber visto más televisión, no hubiera hecho esa pregunta que, naturalmente, quedó sin respuesta.

– Si pasamos por esta dirección, ¿habrá alguien allí que nos deje entrar?

– Me imagino que Cellini -contestó Queenie, quien había dejado de llamarle «señor» a raíz del comentario que hizo Mix sobre el Instituto de la Mujer-. No, espere, no pueden fiarse de él. Ya procuraremos estar allí una de nosotras.

– Lo haríamos de todas formas -terció Olive en tono grave-. Si dejamos la casa vacía, ese hombre es capaz de prenderle fuego.

Queenie compró dos porciones de pastel de queso al limón y dos cuernos de crema para tomar con el té en una pastelería de Holland Park Avenue y después regresaron las dos a Saint Blaise House en taxi.

– Me pregunto si estará arriba -dijo Queenie al pie de las escaleras.

Mix sí estaba en casa. Se había pasado casi todo el día telefoneando a antiguos clientes con los que aún no se había puesto en contacto, pero, en total, sólo eran seis los que habían accedido a quedarse con sus servicios y uno de ellos aún estaba indeciso. A media tarde telefoneó a su hermana para preguntarle si podía ir a verla y quedarse unos días. Shannon, que no podía entender por qué nadie que no tuviera que hacerlo querría pasar siquiera un solo día en una casa de un complejo de viviendas de protección oficial en las afueras de Colchester con una mujer agotada, el novio de ésta, los tres hijos de ella y los dos de él, le preguntó el motivo.

– ¿Es que tengo que tener un motivo? Pensé que estaría bien veros a ti, a Markie y a los niños, eso es todo.

– No es que me importe Mix, lo que pasa es que tendrás que dormir con los niños. Sólo tenemos tres dormitorios.

– No te he visto desde hace no sé cuánto tiempo, Shan. Debe de hacer cinco años como mínimo.

– Más bien siete -dijo Shannon-. Lee era tan sólo un bebé. Mira, tengo que marcharme. ¿Cuándo tenías pensado venir?

Mix dijo que al día siguiente, por la mañana. Tendría que ir en tren.

– Tengo el coche en el taller. Le están cambiando el cárter. Tomaré un taxi desde la estación. -Mix iría en autobús, pero no había necesidad de decírselo a ella.

En la planta baja, Queenie y Olive esperaban la llegada de la policía. Eran las ocho de la tarde, empezaba a oscurecer y, aunque les habían preguntado si habría alguien en la casa más tarde, no había acudido ningún agente.

Queenie estaba de pie frente a la cristalera, mirando el jardín en penumbra. Había estado observando al señor Singh, que llamaba a sus gansos para encerrarlos durante la noche, pero el hombre ya había entrado en su casa y ya no se veía a nadie por allí fuera. Las luces de colores de la palmera se encendían, se apagaban y se encendían de nuevo, centelleantes.

– La verdad es que es un hombre muy atractivo, ¿sabes, querida? Tiene un aspecto muy distinguido. Posee el porte de un oficial de alto rango del ejército.

– ¡No seas ridícula, Queenie! -Últimamente, al oírse hablar a sí misma, Olive era consciente de que estaba adquiriendo los gestos y la manera de hablar de Gwendolen. Debía tener cuidado-. Se me ha ocurrido que tal vez una de nosotras debería quedarse a pasar la noche.

– Bueno, pues a mí no me mires. Me moriría de miedo quedándome en esta casa. ¿Te has fijado en lo oscura que está? Y es imposible hacer que haya más luz. El voltaje de las bombillas es demasiado bajo. Tendríamos que haber comprado algunas bombillas de cien vatios.

– ¿Por qué no vas un momento a casa y traes algunas? Yo me quedaré aquí hasta que vuelvas. No me importará -sugirió Olive, a quien sí iba a importarle, y mucho, pero que estaba haciendo de tripas corazón-. Llamaré por teléfono a mi sobrina y veré si puede convencer a su esposo para que venga y se quede. Es un hombre encantador, pero es muy grandote y su aspecto impone mucho.

Queenie se fue a buscar las bombillas y Olive se quedó allí en el salón. Se habían preparado unos huevos revueltos con tostadas para cenar y de postre habían tomado melocotón en almíbar. La lata de melocotones estaba en el armario de Gwendolen y había caducado el 30 de noviembre de 2003, pero Queenie pensó que no podía hacerles mucho daño. Al cabo de un rato, Olive telefoneó a los Akwaa y Tom dijo que iría a la casa sobre las nueve y media. Dijo que resultaría divertido estar en un lugar tan extravagante como aquél.

Había que organizar las cosas si Tom y ella iban a dormir allí. Olive detestaba la idea, pero no le serviría de nada posponerlo. Subió penosamente las escaleras hasta el primer piso. Éste se hallaba ocupado casi en su totalidad por el dormitorio, el vestidor y el baño de Gwendolen, pero había otras dos habitaciones con cama y colchón. Éstas parecían ser menos húmedas que el resto de la casa y las cortinas de las ventanas podían correrse sin resistencia y no colgaban hechas unos andrajos. En el armario de uno de estos dormitorios encontró sábanas, fundas de almohada y mantas. Las mantas no estaban ni mucho menos limpias y las sábanas, aunque se habían lavado, no se habían planchado nunca, pero servirían. Por una noche servirían. Mientras hacía la cama de la habitación más próxima al rellano Olive se preguntó si estaba loca decidiendo quedarse a pasar la noche en aquella casa. Entonces oyó los pasos de Mix Cellini en el piso de arriba y entendió que hacía bien. Por la mañana llamaría por teléfono a la policía y les preguntaría si tenían intención de venir.