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Mix también la oyó y se preguntó qué estaba ocurriendo. Seguramente nada. Lo más probable es que sólo fueran esos dos viejos buitres que habían decidido quedarse con todo lo que pudieran encontrar antes de que la vieja Chawcer regresara. Sería típico. Era posible que poseyera algunas joyas de valor, esas mujeres mayores siempre tenían cosas así. Se felicitó. La mayoría de hombres en su situación hubieran rebuscado entre sus cosas después de hallarla muerta y él se sintió muy contento por no haber tocado absolutamente nada.

Oyó que se abría y cerraba la puerta principal, la voz de la abuela Winthrop diciendo alguna tontería sobre unas bombillas y, como todas esas idas y venidas lo estaban poniendo nervioso, salió al rellano. La vieja Fordyce bajaba por las escaleras. Cuando la mujer llegó abajo, sonó el timbre de la puerta, cosa que ocurría tan pocas veces que Mix se sobresaltó. La luz se había apagado, por supuesto, y aquella noche era particularmente oscura, no había luna y tampoco se veían tantas luces en las casas como era habitual. En parte era culpa de todos esos árboles tan altos que ocultaban las farolas de la calle tras sus grandes ramas oscuras. Alguien había abierto la puerta de la calle. Mix oyó la voz de un hombre, una voz sonora y melosa, y por un momento pensó lo imposible: que era la policía. Entonces la abuela Fordyce dijo:

– Hola, Tom. Es todo un detalle por tu parte hacer esto, de verdad.

– No hay problema -repuso la voz melosa-. Es un placer. He traído una botella de vino. Pensé que nos vendría bien y, cuando hayamos echado un trago, acompañaré a la señora Winthrop a su casa en mi coche. No puedo permitir que salga sola en una noche como ésta.

Se hizo el silencio. Debían de haber pasado todos al salón. Mix se giró despacio, dio un paso hacia la puerta de su piso y al mirar hacia el pasillo de mano izquierda vio al fantasma al fondo, en la profundidad de las sombras. Mix se tapó la boca con la mano para evitar soltar un grito. El fantasma permanecía inmóvil y parecía estar mirándole fijamente. Entonces avanzó con las manos extendidas al frente como si suplicara algo, como si implorara…, ¿o acaso lo amenazaba? Mix no había cerrado con llave la puerta de su piso; la abrió rápidamente, entró a trompicones tropezando con el felpudo y luego se apoyó contra ella para mantenerla cerrada y que no entrara el fantasma. No obstante, no notó presión alguna contra él y al final, todavía temblando, cerró la puerta con llave, cosa que nunca había hecho antes.

Tom Akwaa fue el primero en levantarse por la mañana. Siempre lo era y no cambió su rutina sólo por haberse tomado el día libre.

– Me quedaré hasta que venga la policía -le dijo a Olive cuando ésta bajó para tomar el té-. ¿Quieres que les recuerde que los estás esperando?

– ¿Lo harías?

Mientras él hablaba por teléfono, Olive no pudo resistirse y empezó a limpiar la cocina. Pertenecía a una generación que cambiaba las sábanas cuando tenía que venir el médico y que se ponían su mejor ropa interior antes de salir de viaje por si acaso sufrían un accidente y tenían que ir al hospital. Así pues, ordenó y fregó la cocina y limpió todas las superficies por si, cuando viniera la policía, los agentes entraban para tomar una taza de té.

El hecho de marcharse suponía un alivio para Mix. Quizá no regresara nunca más. En todo caso, si lo hacía, sería únicamente para recoger sus cosas y alquilar un depósito para sus muebles mientras encontraba otro lugar donde vivir. La aparición del fantasma la noche anterior tras una larga ausencia había sido la gota que colmó el vaso. En comparación, todo ese ir y venir de gente sólo suponía un mero fastidio, y además resultaba preocupante. ¿Quién era ese hombre y qué estaba haciendo allí?

Volvía a dolerle la espalda. No era un dolor excesivamente fuerte, en nada parecido al de esa noche terrible después de cavar la tumba, pero sí bastante intenso. Se tomó dos ibuprofenos y empezó a hacer el equipaje. Lo más probable era que no se quedara más de una noche con Shannon. La idea de compartir un dormitorio con los dos revoltosos hijos de su hermana, uno de los cuales tenía catorce años (Shannon los había tenido a ambos con diecinueve años), no le resultaba atractiva. Metió en la mochila un par de vaqueros de repuesto y tres camisetas. La chaqueta de cuero se la llevaría puesta. Ahora tenía que salir de casa antes de que se encontrara con alguna de esas dos brujas.

En cuanto hubieron comparado la información que primero les proporcionó Abbas Reza y luego Olive y Queenie, la policía no necesitó de ningún recordatorio. Un sargento detective estaba en el jardín con Tom Akwaa cuando Olive vio a Mix Cellini bajando por las escaleras. Fue a esperarlo al vestíbulo, aunque no tenía ninguna intención de decirle que había llegado la policía.

– ¿Adónde va? -preguntó Olive con tono prepotente.

Mix llevaba la mochila colgada de un hombro.

– No es que sea asunto suyo, pero, ya que pregunta, me voy a Essex a ver a mi hermana.

– Últimamente no he visto su coche por aquí.

– No, señora Metomentodo, no lo ha visto por aquí porque no estaba. Lo he vendido.

Abrió la puerta principal, salió y la cerró dando un portazo. Olive dejó de limpiar y empezó a buscar en los cajones abarrotados del salón para ver si Gwendolen tenía una llave del piso de Cellini. Le llevó un buen rato, pero, cuando Queenie llegó, había encontrado dieciocho llaves de distintas formas y tamaños.

– No es ninguna de ésas -dijo Queenie-. Una vez me dijo que guardaba las llaves importantes en la centrifugadora… Bueno, que las guardaba no, que las guarda.

Aquel detalle fascinante de las rarezas de Gwendolen distrajo a Olive de su tarea.

– ¿Y qué pasaba cuando la utilizaba? La centrifugadora, quiero decir.

– Nunca la utilizaba, querida. Al menos no para el propósito para la que fue diseñada.

Entraron en la cocina. El lugar más lógico para una centrifugadora hubiera sido el lavadero, pero Gwendolen tenía la suya entre el horno y la nevera. A través de la ventana vieron al policía, a quien se le había unido otro agente, que hundía un palo largo y fino en un montículo cubierto de hierbajos en lo que mucho tiempo atrás había sido un arriate de plantas perennes. Queenie abrió la puerta de la centrifugadora y extrajo una bolsa de malla que probablemente una vez hubiera contenido cebollas o patatas, pero que ahora contenía una docena de llaves.

– Será ésta -supuso Olive, que sacó la más nueva, una llave Yale dorada y reluciente.

Los dos policías, acompañados de Tom Akwaa, entraron por el lavadero.

– Van a venir unos muchachos para cavar el jardín -anunció el sargento detective.

– ¡Cavar el jardín!

Dio la impresión de que el sargento detective iba a explicar por qué, pero se lo pensó mejor. Él y el otro hombre empezaron a subir las escaleras, Tom los siguió y detrás de él fueron Olive y Queenie, ascendiendo los tramos con lentitud. Al llegar arriba Queenie a duras penas podía hablar; sin embargo, Olive se recuperó cuando uno de los agentes empezó a llamar al timbre de Mix.