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Desde entonces, Tom Star y yo nos hicimos inseparables. Raymond, que se percató de que estábamos locos el uno por el otro, se retiró con la discreta caballerosidad del buen perdedor. Digamos que siguió la senda de la aventura, mientras Tom y yo, por naturaleza más sedentarios, profundizábamos en nuestra mutua "lectura". Aun hoy seguimos haciéndolo con resultados bastante felices. Todavía no conozco visualmente a las encantadoras hermanas gemelas que tanto placer le dan a mi anatomía, pero Tom me ha prometido que quizá algún día, quién sabe, las dos chicas estén dispuestas a ser formalmente presentadas.

Mercedes Abad

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