Выбрать главу

Fabia pensó que aquello podía ser justo lo que necesitaban. Conocía a Ivan Weatherall por su reputación: un hombre blanco excéntrico de cincuenta y tantos años con un gran sentido de la responsabilidad social poco común en personas de su estatus. Provenía de una familia hacendada de Shropshire cuya condición de hacendados podría haber desarrollado en él la clase de sentimiento de «tener derecho a todo» que a menudo se aprecia en la gente rica, cuya fortuna le permite llevar ligera, o totalmente, una vida sin sentido. Pero quizá porque la riqueza de la familia había nacido de un negocio de fabricación de guantes en el siglo xix, tenían una actitud diferente hacia su dinero y 1o que se suponía que debía hacer con él.

Si podían animar a Joel para que reforzara su vínculo con Ivan Weatherall.

– Llamaré al colegio y comprobaré si el señor Weatherall aún es el mentor de Joel -dijo Fabia-. Mientras tanto, ¿le animará usted a que siga con la poesía? Le seré franca. No es mucho, esto de escribir poemas, pero podría ser algo. Y necesita algo, señora Osborne. Todos los niños lo necesitan.

Kendra tenía poca experiencia en qué necesitaban los niños. Quería que Fabia Bender se marchara, así que le dijo que haría lo que pudiera para que Joel volviera a las veladas poéticas de Ivan Weatherall. Pero cuando la asistente social se fue de la tienda benéfica, colocándose el gorro de pescador en la cabeza y diciendo «Vamos, perros», mientras salía a la acera, Kendra se enfrentó a otra realidad más sobre la asistencia de Joel a «Empuñar palabras y no armas». Si regresaba a las reuniones de poesía, volvería a estar por la calle de noche. Estar por la calle de noche lo ponía en peligro. Algo había que hacer para prevenir ese peligro. Si Dix no podía ayudarla a escarmentar a los chicos que iban tras Joel y Toby, tendría que encargarse ella misma.

* * *

Cuando Kendra le preguntó a Joel el nombre completo del chico que estaba causándole problemas en la calle, Joel supo qué pensaba hacer su tía, pero no lo asoció con «Empuñar palabras y no armas». No le creería si afirmaba ignorar el nombre del chico con el que, según había declarado, había quedado en reunirse en el campo de fútbol; se vio obligado a decirle que se llamaba Neal Wyatt. Pero le pidió que se mantuviera alejada de él. En cualquier caso, ahora las cosas estaban bien. Neal se había divertido quemando la barcaza y hacía semanas que Joel no veía al chico. Esto último era mentira, pero Kendra no podía saberlo. Neal había estado guardando las distancias, pero se había asegurado de que Joel supiera que no andaba lejos.

Kendra le preguntó a Joel si estaba mintiéndole, y el chico logró parecer indignado con la pregunta. No iba a mentir acerca de una circunstancia en la que estaba implicada la seguridad de Toby, le dijo. ¿Acaso no sabía eso de él, como mínimo, si no creía nada de lo que había dicho? Fue una estratagema excelente: Kendra lo examinó y se apaciguó momentáneamente. Pero Joel sabía que no podía dejar las cosas así. Sólo había conseguido un aplazamiento Todavía tenía que detener la búsqueda de su tía. También tenía que alejar a Neal de ellos.

Obviamente, haber devuelto la navaja automática no había impresionado lo suficiente al Cuchilla como para demostrarle su valía. Tendría que hablar con él personalmente.

Sabía bien que no podía volver a preguntar a Ness, no fuera que armara un follón y Kendra la oyera. Así que recurrió a una fuente distinta.

Encontró a Hibah en el colegio, almorzando con un grupo de chicas, sentadas en círculo en uno de los pasillos, para resguardarse de la lluvia. Hablaban de «esa zorra de la señora Jackson» -una profesora de Matemáticas- cuando Hibah vio a Joel. El chico le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que quería hablar con ella. La chica se levantó e hizo caso omiso a las niñas que se reían por lo bajinis porque mantuviera una conversación con un chico más joven.

Joel no se anduvo por las ramas. Necesitaba encontrar al Cuchilla, le dijo. ¿Sabía ella dónde estaba?

Corno su hermana, Hibah quiso saber qué diablos quería Joel del Cuchilla. Pero no esperó a que le contestara. Simplemente siguió hablando y le dijo que no sabía dónde estaba y que nadie que no tuviera que saberlo lo sabía. Y con eso se refería a todo el mundo que conocía ella.

Entonces le preguntó a qué venía todo aquello, en cualquier caso, y prosiguió con astucia para contestar su propia pregunta.

– Neal -dijo-. Te está cabreando. Por lo de esa barcaza y todo lo demás.

Aquello instó a Joel a preguntar a Hibah algo que había querido saber desde el principio. ¿Qué hacía colgada de un patán como Neal Wyatt?

– No es tan malo -contestó ella.

Lo que no dijo, ni podría haber dicho, era lo que Neal Wyatt representaba para ella: una versión moderna de Heathcliff, Rochester y un centenar más de héroes oscuros de la literatura, aunque en el mundo de Hibah él representaba más al héroe misterioso, esquivo e incomprendido de las novelas románticas modernas, de la televisión y del cine. En resumen, era una víctima del mito que se ha endosado a las mujeres desde la época de los trovadores: el amor lo conquista todo; el amor salva; el amor perdura.

– Sé que ha habido problemas entre vosotros dos, Joel, pero todo esto es una simple cuestión de respeto -dijo.

Joel realizó un sonido de burla. Hibah no se ofendió, pero sí lo interpretó como una invitación a continuar.

– Neal es listo, ¿sabes? -dijo-. Podría sacar buenas notas aquí. -Señaló el pasillo en el que estaban-. Si quisiera. Podría ser lo que quisiera. Podría ir a la universidad. Podría ser científico, médico, abogado. Lo que quisiera ser. Pero tú no eres capaz de verlo. Y él lo sabe, ¿entiendes?

– Quiere dirigir una pandilla en la calle -dijo Joel-. Eso es lo que quiere hacer.

– No -dijo Hibah-. Sólo va con los otros chicos porque quiere respeto. Y es lo que quiere de ti también.

– Si la gente quiere respeto, tiene que ganárselo.

– Sí. Es lo que ha intentado…

– Lo ha intentado mal -le dijo Joel-. Y puedes decírselo, si quieres. No te he pedido que habláramos de Neal, de todas formas. Te he preguntado por el Cuchilla.

Empezó a marcharse, para dejarla con sus amigas, pero a Hibah no le gustaba que la gente estuviera enfrentada y no le gustaba estar enfrentada con Joel.

– No sé decirte dónde está ese tipo -dijo-. Pero hay una chica que se llama Six… Seguramente ella lo sabrá, ya que está liada con un tal Greve, y él conoce bien al Cuchilla.

Joel se giró y la miró. Conocía a Six. Pero no sabía dónde vivía o cómo encontrarla. Hibah se lo dijo. En Mozart Estate, dijo. Pregunta por ahí. Alguien la conocería. Era famosa.

Así fue. Cuando Joel llegó a Mozart Estate, no tuvo que preguntar a muchas personas para averiguar el piso donde vivía Six con su madre y algunos de sus hermanos. Six reconoció el nombre de Joel, lo examinó, evaluó su potencial para beneficiarla o perjudicarla y le proporcionó la información que quería. Le habló de un piso ocupado en los límites de Mozart Estate, encajado en la curva de Lancefield Road que conducía a Kilburn Lane.

Joel eligió la oscuridad para acudir, no porque buscara la seguridad dudosa de las sombras, sino porque pensó que era más probable que el Cuchilla estuviera en el piso ocupado de noche que durante el día, cuando seguramente estaría patrullando las calles, haciendo lo que hiciera para mantener sus credenciales con los matones de bajo nivel de la zona.

Joel sabía que había acertado en su suposición cuando vio a Cal Hancock. El artista de grafitis estaba al pie de unas escaleras que daban a Lancefield Court, detrás de una alambrada cuya verja tenía una abertura bastante grande como para que la gente se deslizara por ella con un esfuerzo mínimo. Y la gente lo había hecho, comprobó Joel. Se veían luces parpadeantes de velas o linternas en tres pisos abandonados, dos de los cuales estaban en lo alto del edificio de tres plantas y tan lejos como era posible del piso ocupado en la primera planta, en el que, al parecer, el Cuchilla hacía algún tipo de negocio. Las escaleras que subían hasta este piso eran de hormigón, igual que el propio edificio.