Esta vez, Cal sí que montaba guardia. Estaba sentado, alerta, en el cuarto escalón empezando por abajo y, mientras Joel se deslizaba por la verja de la alambrada, se le veía cómodo pero intimidante para alguien que no lo conociera, con las piernas estiradas y los brazos cruzados.
– ¿Cómo va? -dijo mientras Joel se acercaba. Lo saludó con la cabeza. Su voz sonaba oficial. Algo, por lo tanto, estaba pasando arriba en presencia del Cuchilla.
– Tengo que verle. -Joel intentó sonar tan formal como Cal, pero también insistente. Estaba vez no le disuadiría-. ¿Le diste la navaja automática?
– Sí.
– ¿La tiró o se la quedó?
– Le gusta la navaja, tío. La lleva encima.
– ¿Sabe de dónde salió?
– Se lo dije.
– Bien. Ahora dile que tengo que hablar con él. Y no juegues conmigo, Cal. Esto son negocios.
Cal bajó los escalones y examinó a Joel.
– ¿Cómo has acabado teniendo negocios con el Cuchilla?
– Tú dile que tengo que hablar con él.
– ¿Tiene que ver con esa hermana tuya? ¿Tiene un novio cabrón o algo así? ¿Traes un mensaje de parte de ella?
Joel frunció el ceño.
– Ya te lo dije. Ness ha pasado página.
– Al Cuchilla no le gusta eso, tío.
– Mira. Yo no puedo evitar lo que haga Ness. Tú sólo dile al Cuchilla que quiero hablar con él. Yo me quedaré aquí vigilando y pegaré un grito si alguien quiere subir. Es importante, Cal. Estaba vez no me marcharé hasta que lo vea.
Cal cogió aire y miró hacia arriba, al piso tenuemente iluminado. Empezó a decir algo, pero cambió de opinión. Subió las escaleras.
Mientras Joel esperaba, estuvo atento a los sonidos: voces, música, cualquier cosa. Pero el único ruido procedía de Kilburn Lane, donde de vez en cuando pasaba algún coche.
Unos pasos suaves trajeron de vuelta a Cal. Dijo que Joel podía subir. El Cuchilla estaba dispuesto a charlar con él. Añadió que había gente arriba, pero que Joel no podía mirarla.
– Tranquilo -dijo el chico, aunque él mismo no lo estaba.
Como las escaleras no estaban iluminadas, Joel subió a tientas agarrándose al pasamanos. Llegó a un rellano en el que una puerta se abría al pasillo externo del primer piso. Salió y vio que la luz era mejor, ya que procedía de una farola no muy lejana en Lancefield Court. Se dirigió hacia una puerta entreabierta en la que parpadeaba más luz. A medida que se acercaba, percibió el olor a hierba.
Abrió la puerta tras empujarla un poco más. Daba a un pasillo, al final del cual estaba encendido un farol a pilas que iluminaba las paredes sucias y el linóleo arrancado del suelo. También descubría parte de una habitación donde había apilados colchones viejos y futones destrozados, en los que formas imprecisas realizaban transacciones con el Cuchilla.
Al principio Joel pensó que había ido a un fumadero de crac; comprendió por qué Cal Hancock no se decidía a permitirle subir las escaleras de este lugar. Pero pronto se percató de que lo que estaba viendo era un tipo distinto de negocio. En lugar de hombres y mujeres dormitando en los colchones y futones por las sustancias que les suministraba el Cuchilla, eran chicos a los que se entregaban bolsas -de cocaína, crac y hierba- y direcciones para realizar las entregas. El Cuchilla estaba repartiendo las sustancias en una mesa plegable y hablaba de vez en cuando con la gente que le llamaba al móvil.
El olor a hierba provenía de un rincón alejado de la habitación. Allí sentada estaba Arissa, con los ojos medio cerrados y una sonrisa atontada en la cara. Tenía un porro a medio fumar entre los dedos, pero era obvio que se había colocado con algo más que hierba.
El Cuchilla no hizo caso a Joel hasta que todos los camellos tuvieron su mercancía y salieron del piso arrastrando los pies. Siguiendo las instrucciones de Cal, Joel no examinó a ninguno de ellos, así que no sabía quiénes eran o quiénes había entre ellos, y fue lo bastante listo como para percatarse de que era lo mejor. El Cuchilla cerró el negocio -un ejercicio que consistía en guardar el material en una cartera grande y cerrarla con llave- y miró a Joel, pero no habló, sino que cruzó la habitación hacia Arissa, se inclinó hacia ella y la besó intensamente. Deslizó la mano hacia la parte delantera de su jersey y le acarició los pechos.
Ella gimió e intentó bajarle la cremallera de los vaqueros, pero carecía de la coordinación necesaria.
– ¿Te apetece, cariño? -dijo-. Te importa una mierda que te lo haga delante de la Reina y la Cámara de los Comunes, si quieres, ¿verdad?
Entonces, el Cuchilla miró a Joel y al chico se le ocurrió que todo aquello era una representación, un mensaje que tenía que captar. Pero lo que fuera no contaba, por lo que Joel sabía del hombre que tenía delante.
Ivan había dicho que Stanley Hynds era inteligente y autodidacta. Había estudiado latín, griego y ciencias. Una parte de él no era la parte que veía la gente cuando tenía un roce con él. Pero qué significaba todo eso a la luz del hombre que lo miraba desde el otro lado de la habitación mientras una adolescente colocada intentaba masajearle el miembro… Eso era algo que Joel no comprendía y no se esforzó por comprender. Lo único que sabía era que necesitaba la ayuda del Cuchilla y pensaba conseguirla antes de marcharse del piso ocupado.
Así que esperó a que el hombre decidiera si permitiría a Arissa satisfacerle delante de Joel e hizo todo lo posible para parecer indiferente. Cruzó los brazos como había visto que hacía Cal y se apoyó en la pared. No dijo nada y mantuvo el rostro impasible, con la esperanza de que esta reacción fuera la clave para demostrar lo que fuera que tenía que demostrar al Cuchilla.
El Cuchilla se rió abiertamente y se separó de los dedos ineficaces de Arissa. Volvió a cruzar la habitación hacia Joel y, mientras lo hacía, sacó un porro del bolsillo de la americana que llevaba y lo encendió con un mechero plateado. Dio una calada y se lo ofreció a Joel. Joel lo rechazó sacudiendo la cabeza.
– ¿Cal te dio la navaja? -le preguntó.
El Cuchilla se quedó mirándolo el tiempo suficiente como para informarle de que no tenía que hablar hasta que él le dijera que era el momento de hacerlo.
– Me la dio -dijo entonces-. Buscas algo a cambio, supongo. ¿Es eso?
– No miento -dijo Joel.
– Entonces, ¿qué necesitas del Cuchilla, Jo-el? -Dio una calada que le llenó los pulmones y que pareció durar siglos. Retuvo el humo. En el rincón, Arissa se revolvió sin energías sobre el futón, buscando algo al parecer. El Cuchilla le dijo con dureza-. No hay más, Rissa.
– Me está entrando el bajón, cariño -dijo ella.
– Es lo que quiero -le dijo. Y entonces se dirigió a Joel-: ¿Y qué necesitas?
Joel se lo contó con las menos palabras posibles. Todo se reducía a una cuestión de seguridad. No para él, sino para su hermano. Una palabra en la calle sobre que Toby tenía la protección del Cuchilla y ya nadie molestaría a su hermano pequeño nunca más.
– ¿Por qué no consigues lo que necesitas de otra persona? -preguntó el Cuchilla.
Joel, que no era estúpido en estos temas, sabía que el Cuchilla se lo preguntaba para que dijera lo que el hombre creía sobre sí mismo: nadie más tenía su poder en North Kensington; podía escarmentar a la gente con una sola palabra y si eso no funcionaba, podía hacerle una visita.
Joel recitó la lección. Vio el brillo de satisfacción en los ojos oscuros del Cuchilla Tras esa reverencia, Joel pasó a especificar su petición.
Esto requería relatar sus encuentros con Neal Wyatt y lo hizo, comenzando por su primer roce con el chico mayor y acabando con el incendio de la barcaza. Cruzó la última línea cuando dijo el nombre de Neal antes de alcanzar cualquier acuerdo con el Cuchilla para que le ayudara. No se le ocurría otra forma de demostrar lo dispuesto que estaba a confiar en el hombre.