Lo que no se había planteado era que el Cuchilla no correspondiera a esa confianza. No se había planteado que la devolución de una navaja automática no sirviera para expresar adecuadamente sus buenas intenciones. Por este motivo, esperó la respuesta del Cuchilla con una seguridad errónea, dando por hecho que ahora todo estaría bien. No estaba preparado para recibir una respuesta que no se comprometía a nada.
– No eres un hombre de los míos, Jo-el -dijo el Cuchilla, que tiró la ceniza del porro al suelo-. Me escupiste, creo recordar. Delante de la casa de Rissa, ¿te acuerdas?
Era improbable que Joel lo olvidara. Pero también se había visto obligado a hacerlo porque el Cuchilla había hablado mal de su familia, lo que era inaceptable. Se lo explicó, diciendo:
– Es mi familia, tío. No puedes hablar mal de ella y esperar que no haga nada. No está bien. Tú habrías hecho lo mismo que yo, imagino.
– Lo hice y lo he hecho -observó el Cuchilla con una sonrisa-. ¿Significa eso que algún día quieres hacerte con este territorio, colega?
– ¿Qué? -preguntó Joel.
– ¿Te enfrentaste al Cuchilla porque quieres dirigir este territorio algún día? -En el rincón, Arissa se rió al oír aquello. El Cuchilla la silenció con una mirada.
Joel parpadeó. La idea estaba tan alejada de lo que tenía pensado que ni siquiera había aparecido en el horizonte de su mente. Le dijo al Cuchilla que lo que quería era ayuda con su hermano. Dijo que no quería que se metieran nunca más con Toby. Neal Wyatt y su pandilla podían enfrentarse a Joel tanto como quisieran, le explicó, pero tenían que dejar a Toby en paz.
– No puede hacer nada para defenderse -dijo Joel-. Es como perseguir a un gatito con un martillo.
El Cuchilla asimiló toda esta información y se quedó pensativo.
– ¿Estás dispuesto a deberme una? -dijo al cabo de un momento.
Joel ya había pensado en tal contrapartida antes. Sabía que el Cuchilla le arrancaría algún tipo de pago. Era inconcebible que el cerebro de North Kensington hiciera algo por simple bondad humana, puesto que todo lo que hubiera tenido de esa cualidad en su día se había evaporado hacía tiempo de sus venas. Por lo que había visto aquella noche, Joel imaginó que estaría relacionado con drogas: unirse al equipo de camellos del Cuchilla. No quería hacerlo -los riesgos de ser descubierto eran grandes-, pero sólo le quedaba esta última esperanza.
El Cuchilla lo sabía. Su expresión decía que Joel estaba atrapado en un mercado favorable para éclass="underline" podía marcharse y esperar que Neal Wyatt ya hubiera hecho todo lo que quería hacerle a Toby o podía llegar a un acuerdo en el que sabía que iba a acabar pagando más de lo que en realidad valía el producto.
Joel no vio otra opción. No podía recurrir a Cal, quien no haría nada sin el permiso del Cuchilla. No podía recurrir a Dix, que estaba desaparecido en combate. Si le pedía a Ivan que interviniera, lo que seguramente obtendría sería un duelo de poesía entre partes en conflicto. Y esperar a que su tía localizara a Neal y hablara con él no haría más que empeorar las cosas hasta el infinito.
Sencillamente, Joel no veía otra alternativa. Sólo veía este momento y, durante todo el rato, sintió una puñalada que sabía que era de arrepentimiento. Sin embargo, dijo:
– Sí. Te deberé una. Si haces esto por mí, te deberé una.
El Cuchilla dio una calada al porro. Su cara mostró satisfacción y el tipo de placer que Joel imaginaba que, por lo demás, obtenía con las mujeres que se ponían de rodillas delante de él. Se dijo que no importaba.
– ¿Hay trato o qué? -dijo, e intentó sonar tan duro como pudo-. Porque si no, tengo otros asuntos que atender.
El Cuchilla levantó una ceja.
– Te gusta cachondearte de la gente, ¿eh? Tienes que dejar de hacerlo, colega. Si no, te meterás en líos.
Joel no contestó. Arissa se revolvió en el rincón. Se acurrucó en posición fetal sobre el futón sucio y, extendiendo una mano hacia el Cuchilla, dijo:
– Cariño, vamos.
Él no le hizo caso. Hizo un movimiento con la cabeza hacia Joel, el mensaje estaba implícito: Decía: «Sé quién eres; no lo olvides». Apagó el resto del porro en la pared e hizo una señal a Joel para que se acercara a él. Cuando lo hizo, el Cuchilla le puso una mano en el hombro y le habló mirándole fijamente a la cara.
– Tu familia me ha cabreado -dijo-. Me han faltado al respeto. ¿Te acuerdas, tío? Creo que todo esto es una trampa para joderme más y si es así…
– ¡No es ninguna trampa! -protestó Joel-. Si no me crees, habla con la Poli. Te dirán lo que pasó. Te dirán…
La mano del Cuchilla lo agarró con brutalidad. Era tan fuerte y le apretaba tanto que puso fin al resto de lo que Joel quería decir.
– No me interrumpas, chaval. Escúchame bien. Si quieres que te ayude, primero tienes que demostrarme tu lealtad. Demuestras que esta situación no es para faltarme al respeto otra vez, ¿comprendes? Haces el trabajo que te encargue, por adelantado, ¿eh?, y luego yo hago el trabajo que quieres que haga. Y luego me deberás una. Y ése es el trato si lo quieres. Esto no es una negociación entre nosotros.
– ¿Demostrar mi lealtad cómo? -preguntó Joel.
– Ése es el trato -dijo el Cuchilla-. No tienes que preocuparte por el cómo. Eso vendrá cuando venga. -Regresó con Arissa, que había comenzado a roncar suavemente, los labios separados y la lengua colgando entre ellos. La miró y meneó la cabeza-. Joder, odio a las tías que se drogan. Es patético. ¿Ya te has estrenado, Joel? -Miró hacia atrás-. ¿No? Tendremos que encargarnos de eso.
«Tendremos.» Joel se aferró a aquella palabra. A lo que significaba, a lo que prometía, a lo que decía como respuesta.
– Trato hecho -le dijo al Cuchilla-. ¿Qué quieres que haga, Stanley?
Cuando Joel recibió la llamada para que fuera al pequeño despacho del programa de mentores, sabía que Ivan Weatherall estaría esperándole. Caminó penosamente -dispensado de la clase de Religión, lo cual era un alivio, ya que el profesor no hacía más que hablar con voz monótona, como si tuviera miedo de ofender a Dios mostrando entusiasmo por la asignatura- y le entró pavor por lo que iba a suceder a continuación. Pensó febrilmente en la excusa que le daría al mentor que, sin duda, querría saber qué había pasado con su asistencia a «Empuñar palabras y no armas». Decidió que le diría que las clases de este trimestre eran mucho más difíciles que las del año. Le diría que debía dedicarles más tiempo. Debía sacar buenas notas. A Ivan, pensó, le gustaría la excusa de tener que prepararse para el futuro.
Por desgracia, Ivan había hecho sus deberes, y Joel no. El chico se dio cuenta al entrar en la sala de reuniones. El mentor tenía una carpeta abierta, por lo que Joel concluyó correctamente que aquello no presagiaba nada bueno. En esta carpeta estaban las notas actuales de cada asignatura que estaba cursando.
– Tío -lo saludó Joel de un modo notable por el grado de satisfacción artificial-. Eh. Hacía tiempo que no nos veíamos.
– Te hemos echado de menos en «Empuñar palabras» -contestó Ivan. Su voz sonó bastante amable mientras levantaba la vista de la información de la carpeta-. Al principio pensé que estabas empollándote los libros de texto, pero no parece que sea el caso. Estás flojeando. ¿Quieres hablarme de ello? -Separó una silla, con lo que formó un ángulo con la suya. A mano derecha, tenía una taza de café, y dio un sorbo mientras esperaba una respuesta, mirándole fijamente por encima del borde.
Lo último que quería Joel era contarle nada a Ivan. En realidad, no quería hablar en absoluto. Y menos aún quería hablar de sus notas, pero como no había escrito ningún poema desde antes del incendio de la barcaza, tampoco podía hablarle a Ivan de poesía. Dio unos golpecitos con el pie en el linóleo azul reluciente.