Fabia se reunió con ella, parecía satisfecha. Ness supuso que su expresión se debía al hecho de haber encontrado a un sujeto en libertad condicional haciendo exactamente lo que tenía que hacer durante ese periodo de restricciones. Pero cuando Fabia habló, fue sobre otro asunto.
– Hola, Ness -dijo-. Tengo buenas noticias. Muy buenas noticias, si me permites añadir. Creo que hemos encontrado una solución que va a permitirte asistir a ese curso en el instituto.
Ness había perdido la esperanza de conseguirlo. A estas alturas, no existía otra posibilidad más que el curso deprimente sobre apreciación musical durante el trimestre de otoño y, cuando la situación se hizo evidente a medida que pasaban las semanas, descartó por completo la idea de los sombreros, y concluyó con amargura que todo lo que Fabia Bender había dicho sobre que se encargaría de ayudarla a financiar su sueño sólo era un ejemplo de la exageración de la asistente social, de aquellos métodos que empleaba para tranquilizarla.
Pero Fabia estaba allí para demostrarle que se equivocaba.
– Tenemos el dinero. Ha tardado lo suyo porque este año la mayoría de los fondos ya estaban asignados, pero he conseguido encontrar un programa bastante recóndito en Lambeth y… -Fabia se saltó el resto de la explicación con un movimiento de la mano-. Bueno, los detalles no importan. Lo que importa es el curso en sí y matricularte para el trimestre de invierno.
Ness apenas podía creer que las cosas se hubieran aclarado, ya que en toda su vida nunca había visto señales de que algo así pudiera suceder. Pero ahora… El curso oficial implicaría tener la oportunidad de labrarse una carrera de verdad, no sólo un trabajo al que fuera día tras día a la espera de que ocurriera algo que alterara las circunstancias.
Aun así, la vida le había enseñado a ser cautelosa con la emoción.
– ¿Van a aceptarme? -dijo-. El curso empezó en septiembre. ¿Cómo voy a ponerme al nivel de las demás chicas si me he perdido el comienzo? ¿Dan los mismos cursos en el trimestre de invierno? Porque no van a dejar que me incorpore si me he perdido la primera parte, ¿verdad?
Fabia juntó las cejas. Tardó un momento en descifrar lo que Ness estaba diciendo. Entonces se dio cuenta. Estaban hablando de dos temas ligeramente distintos.
– Oh. No, no -dijo-. No es el curso oficial, Ness. ¿No sería maravilloso que hubiera conseguido encontrarte la financiación completa para eso? Pero, desgraciadamente, no ha sido así. Lo que sí tengo son cien libras para un solo taller. He echado un vistazo al programa del instituto de formación profesional y hay talleres sueltos.
– ¿Sólo un…? Oh. Sí. Bueno. Imagino. -Ness no se esforzó en ocultar su decepción.
Fabia estaba acostumbrada a este tipo de reacción.
– Espera, Ness -dijo-. De todos modos sólo puedes cursar un taller a la vez. Tienes trabajo aquí y puedo asegurarte que el juez ya ha cedido todo lo que va a ceder en tu caso. No va a revocar los servicios comunitarios. Eso no podemos ni pensarlo, querida.
– ¿Y qué taller es ése? -dijo Ness sin ninguna finura.
– En realidad hay tres, así que puedes elegir. Pero hay un pequeño problema, aunque no es insalvable. Ninguno de los talleres -y eso incluye el programa oficial, por cierto- se ofrece en la sede de Wornington Road.
– ¿Y dónde diablos se ofrecen?
– En un lugar que se llama Hortensia Centre. Cerca de Fulham Broadway.
– ¿Fulham Broadway? -Bien podría ser en la Luna-. ¿Cómo voy a ir hasta Fulham Broadway, sin dinero para el transporte? Tú lo has dicho, tengo que hacer los servicios comunitarios aquí. No puedo hacer eso y conseguir un curro para pagarme el transporte, si hubiera curro, que no lo hay. Y, de todos modos, ¿de qué me va a servir una puta asignatura en ese Hortensia Centre? De una mierda, me parece a mí.
– He pensado que tu tía tal vez podría…
– Curra en una tienda benéfica, Fabia. ¿Qué te crees que gana? No voy a pedirle dinero. Olvida esa mierda.
Majidah había acudido a la puerta de la cocina, al oír la agitación de la voz de Ness, por no mencionar el volumen, su gramática y su elección de las palabras.
– ¿Qué es esto, Vanessa? -le dijo-. ¿Has olvidado que hay niños pequeños e impresionables en la habitación de al lado? Esponjas con orejas. ¿No te lo he dicho ya en más de una ocasión? La blasfemia es una forma de expresión inaceptable en este edificio. Si no puedes encontrar otro modo de compartir tu contrariedad, entonces debes irte.
Ness no contestó nada. Simplemente guardó con furia las cajas de galletas en los armarios. Llevó las bandejas a la sala de juegos como forma de acabar su conversación con Fabia Bender, lo que dio tiempo a Majidah de averiguar qué era lo que había provocado su agitación. Cuando Ness regresó a la cocina, la mujer pakistaní ya lo sabía todo. En particular, había concluido que el interés de Ness por los sombreros había sido el resultado de su visita al estudio de Sayf al Din, en Covent Garden. Secretamente, Majidah estaba encantada. Ness se sentía abiertamente incómoda. Odiaba pensar que cumplía las expectativas que alguien había depositado en ella y, si bien no podía saber cuáles eran las expectativas de Majidah, que el interés de Ness por los sombreros hubiera nacido de su visita al estudio del Soho bastaba para sugerir, que, en cierto modo, la mujer pakistaní era la responsable. Tal como lo veía Ness, aquello daba poder a Majidah, y eso era lo último que Ness quería que tuviera.
– ¿Y bien? -dijo Majidah cuando Ness dejó las bandejas sobre la encimera-. ¿Así reaccionas ante un pequeño revés? La señorita Bender te trae una noticia, que cualquier otro ser humano con una inteligencia razonable se vería obligado a considerar buena, ¿no te parece?, y porque no es exactamente la noticia que deseabas oír, lo echas todo por la borda, ¿no es así?
– Pero ¿qué estás diciendo? -le preguntó Ness, irritada.
– Sabes muy bien qué estoy diciendo. Las chicas como tú sois todas iguales Quieren lo que quieren ya. Lo quieren mañana. Lo quieren ayer. Quieren el fin sin ser capaces de aguantar el esfuerzo para conseguirlo. Quieren ser…, no lo sé…, una modelo de pasarela delgaducha y enfermiza, astronauta, el arzobispo de Canterbury. ¿Qué importa? Siempre lo enfocan del mismo modo, ¿no es así? Y es lo mismo que decir que no tienen ningún plan. Pero aunque sí tuvieran un plan, ¿qué importaría si no pueden conseguir lo que quieren lograr para la hora de la cena? Este es el problema que tenéis las chicas. Y los chicos también. Todo debe ocurriros ya. Tenéis una idea. Queréis el resultado. Ahora, ahora, ahora. Menuda tontería.
– ¿Has acabado? -dijo Ness-. Porque no tengo por qué estar aquí escuchándote despotricar, Majidah.
– Oh, pero eso es exactamente lo que tienes que hacer, señorita Vanessa Campbell. Fabia Bender te ha encontrado una oportunidad y será mejor que la aproveches, maldita sea. Y si no lo haces, tendré que pedirle que te busque otro lugar para tus servicios comunitarios, ya que no puede esperarse que aguante a una adolescente sin cerebro, que es lo que demostrarías ser si no aceptas el dinero para el taller de sombreros.
Ness se quedó sin habla al escuchar que Majidah utilizaba la expresión «maldita sea». No contestó de inmediato.
Por su parte, Fabia Bender fue menos implacable que la mujer pakistaní. Le dijo a Ness que pensara en su ofrecimiento. Cien libras era lo máximo que podía conseguir. Tal vez habría más dinero disponible en primavera o verano, para ayudar a los estudiantes de cara al trimestre de otoño. Pero, por ahora, o lo tomaba o lo dejaba. Ness podía pensárselo, pero como el periodo de matriculación se les echaba encima, tal vez no quisiera pensárselo durante demasiado tiempo…
No hacía falta pensárselo en absoluto, dijo Majidah, si su opinión contaba para algo. Aceptaría, daría las gracias, asistiría al curso y trabajaría mucho.