Todo eso estaba muy bien, le dijo Fabia a la mujer pakistaní, pero era Ness quien debía responder.
Majidah ya había decidido cuál sería la respuesta de Ness, así que al día siguiente le ordenó que fuera a su casa a tomar el té a última hora de la tarde, en cuanto el centro infantil estuviera cerrado a cal y canto, con sus luces de seguridad encendidas para la noche. Realizó sus paradas habituales en Golborne Road, para comprar calabacines en E. Price e Hijo, emperador en la pescadería, así como una barra de pan y un cartón de leche en el supermercado. Luego se marchó con sus bolsas hacia Wornington Green Estate y subió a su piso, donde puso agua a hervir. Mandó a Ness que preparara las cosas para el té y le dijo que necesitarían una taza, un plato y una cuchara de más, pero no le dijo quién sería el tercer invitado.
Pronto se hizo evidente. Como si el agua hirviendo fuera un presagio, el sonido de una llave deslizándose en la puerta del piso anunció la llegada de Sayf al Din. Sin embargo, el hombre no entró de inmediato, sino que entreabrió la puerta y gritó:
– ¿Madre? ¿Estás presentable?
– ¿Cómo iba a estar, tontaina?
– ¿Haciendo el amor con un jugador de rugby? ¿Bailando desnuda a lo Isadora Duncan?
– ¿Esa quién es? ¿Alguna chica inglesa desagradable que has conocido? ¿Una sustituta para esa dentista tuya? ¿Y por qué necesitarías una sustituta, te pregunto? ¿Se ha fugado al fin con el ortodoncista? Es lo que sucede cuando te casas con una mujer que le mira la boca a la gente, Sayf al Din. No debería sorprenderte. Te dije lo que pasaría desde el principio.
Sayf al Din entró en la cocina mientras su madre continuaba con su discurso. Se apoyó en el marco de la puerta y la escuchó con tolerancia mientras hablaba y hablaba de su tema preferido. Llevaba un plato tapado, que le tendió cuando Majidah concluyó sus observaciones.
– May te manda cordero rogan josh -dijo-. Al parecer, ha tenido tiempo para cocinar entre escarceo y escarceo con el ortodoncista.
– ¿Es que yo no soy capaz de cocinar para mí, Sayf al Din? ¿Qué se cree? ¿Que su suegra ha perdido su toque?
– Creo que intenta conquistarte, aunque no sé por qué. Si no cambian las cosas, eres un monstruo y no debería molestarse. -Se acercó a ella, le dio un beso fuerte y dejó el plato tapado sobre la encimera.
– Mmmm -respondió su madre. Sin embargo, parecía satisfecha. Miró debajo del papel de aluminio y olisqueó con desconfianza.
Sayf al Din saludó a Ness mientras echaba el agua hirviendo en la tetera y la agitaba un poco para calentar la porcelana. Él y su madre empezaron a preparar el té juntos, mientras hablaban de asuntos familiares, casi como si Ness no estuviera allí. Sus hermanos, sus esposas, sus hermanas, sus maridos, sus hijos, sus trabajos, la compra de un nuevo automóvil, una cena familiar próxima para celebrar un primer cumpleaños, el embarazo de alguien, el proyecto de bricolaje de otra persona. Llevaron el té a la mesa, acompañado de los pappadums de Majidah. Cortaron un plum-cake a rebanadas y tostaron pan. Se sentaron, se sirvieron; añadieron leche y azúcar.
Ness se preguntó qué debía deducir de todo aquello: madre e hijo en armonía juntos. Se sintió mal por dentro. Quería irse de allí, pero sabía que Majidah no lo permitiría; a estas alturas conocía bien cómo era la mujer pakistaní y sabía que no hacía nada sin una intención. Tendría que esperar a ver cuál era esta vez.
Cuando la mujer cogió un sobre del alféizar de la ventana, recostado detrás de la preciada fotografía de ella y de su primer marido, el padre de Sayf al Din, su propósito se hizo evidente. Lo deslizó por la mesa hacia Ness y le dijo que lo abriera. Luego, dijo, seguirían hablando sobre algo de suma importancia para todos ellos.
Dentro del sobre, Ness encontró sesenta libras en billetes de diez. Era el dinero, le dijo Majidah, que necesitaba para el transporte. No se trataba de un regalo -ella no creía en regalar dinero a las adolescentes que no sólo no eran parientes, sino casi delincuentes que estaban cumpliendo una pena de servicios comunitarios-, sino un préstamo. Tenía que devolverlo con intereses, y lo devolvería si sabía lo que le convenía.
Ness dedujo cómo debía emplear dinero.
– ¿Cómo se supone que voy a devolvértelo si voy a ese taller, trabajo en el centro infantil y no tengo trabajo?
– Oh, este dinero no es para el transporte a Fulham Broadway, Vanessa -la informó entonces Majidah-. Tienes que emplearlo para ir hasta Covent Garden, donde ganarás el dinero para el transporte a Fulham Broadway, así como el dinero para devolver este préstamo. -Y le dijo a Sayf al Din-: Cuéntaselo, hijo mío.
Sayf al Din lo hizo. Rand ya no trabajaba para él. Su marido, lamentablemente, le había impedido trabajar en una habitación en la que hubiera otro hombre, aunque fuera envuelta en su claustrofóbico chador.
– Idiota estúpido -terció Majidah.
Sayf al Din, por lo tanto, tenía que contratar a una sustituta. Su madre le había contado que Ness estaba interesada en los sombreros, así que si deseaba un trabajo, estaría encantado de emplearla. No ganaría una fortuna, pero podría ahorrar lo suficiente -después de devolverle el dinero a Majidah, lo interrumpió su madre- para financiarse el transporte a Fulham Broadway.
– Pero ¿Rand no trabajaba a jornada completa para Sayf al Din? -quiso saber Ness. ¿Cómo podía hacer ella el trabajo de Rand, o una pequeña parte de su trabajo siquiera, cuando aún tenía que llevar a cabo sus servicios comunitarios?
Eso, la informó Majidah, no sería ningún problema. En primer lugar, Rand trabajaba a paso de tortuga anestesiada, con la vista tapada por ese estúpido cubrecama negro que insistía en llevar, como si Sayf al Din fuera a violarla allí mismo si sus ojos tuvieran la oportunidad de posarse en ella. No haría falta un trabajador a jornada completa para sustituirla. En realidad, seguramente, un mono con un solo brazo podría hacer el trabajo. En segundo lugar, Ness dividiría el día en dos partes iguales: dedicaría la primera mitad a cumplir su pena de servicios comunitarios, y la segunda a trabajar para Sayf al Din. Eso, por cierto, ya se había arreglado, aclarado, firmado, sellado y entregado por Fabia Bender.
Pero ¿cuándo se suponía que iba a asistir al curso de sombreros? ¿Cómo se suponía que iba a hacer las tres cosas a la vez: trabajar para Sayf al Din, cumplir con sus obligaciones con los servicios comunitarios y cursar también el taller de sombreros? No podría hacer las tres cosas.
Por supuesto que no podría, reconoció Majidah. Al principio no. Pero en cuanto se acostumbrara a trabajar en lugar de andar holgazaneando por ahí como la mayoría de las adolescentes, vería que disponía de tiempo para hacer muchas más cosas de las que creía. Al principio, solamente trabajaría para Sayf al Din y haría sus horas de servicios comunitarios. Cuando hubiera adquirido el ritmo y el aguante para asumir más, ya habría llegado otro trimestre escolar y podría inscribirse en su primer curso de confección de sombreros.
– ¿Así que se supone que tengo que hacer las tres cosas? -preguntó Ness, incrédula-. ¿El curso, trabajar en el estudio de sombreros y los servicios comunitarios? ¿Cuándo voy a comer y dormir?
– Nada es perfecto, niña estúpida -dijo Majidah-. Y nada pasa por arte de magia en el mundo real. ¿A ti te pasó por arte de magia, hijo mío?
Sayf al Din le aseguró a su madre que no.
– Trabajo duro, Vanessa -le dijo Majidah-. Después de la oportunidad viene el trabajo duro. Ya va siendo hora de que lo aprendas, así que decide.
Ness no estaba tan decidida a cumplir sus deseos como para no ver que estaba abriéndose una puerta para ella. Pero como no era exactamente la puerta que quería, no acogió la idea con una gratitud emocionada. Sin embargo, aceptó el plan, momento en que Majidah -una mujer siempre previsora- sacó un contrato absolutamente imposible de cumplir para que lo firmara. En él se incluían las horas específicas de servicios comunitarios, las horas específicas de trabajo para Sayf al Din y el calendario de devolución del préstamo de sesenta libras, con intereses, naturalmente. Ness lo firmó, Majidah lo firmó y Sayf al Din lo atestiguó. El trato estaba cerrado. Majidah brindó por Ness a su manera: