Joel no dijo nada. Ella pronunció su nombre, menos paciente esta vez, una mujer menos razonable haciendo una petición razonable.
– Hemos intentado ayudarte -dijo-, pero no has transigido. Ni conmigo ni con Dix. No quieres soltar prenda, supongo que estás en tu derecho. Pero como no sé qué está pasando contigo, tengo que cumplir con mi deber de mantenerte a salvo. Así que irás de casa al colegio y del colegio a casa. Irás a buscar a Toby al colegio y ya está. Esa será tu vida.
Entonces, Joel abrió los ojos.
– No es justo.
– Nada de veladas poéticas ni de visitas a Ivan. Nada de viajes a ver a tu madre, a menos que yo te lleve y te traiga de vuelta. Veremos cómo te va durante los dos próximos meses; quizá luego renegociaremos las condiciones.
– Pero yo no he…
– No tomes a tu tía por estúpida -dijo-. Sé que toda esta situación se remonta a ese pequeño gamberro con el que has tenido unos roces. Así que también voy a encargarme de eso.
Entonces Joel se dio la vuelta y se incorporó. El tono de Kendra sugería lo que vendría a continuación; buscó un modo de atajar sus intenciones.
– No fue nada. El tío ese no pinta nada -le dijo-. No es nadie, joder. Sólo fue algo que tenía que hacer, ¿vale? No infringí ninguna puta ley. No le pasó nada a nadie.
– También trabajaremos tu vocabulario -dijo-. Se acabó hablar como en la calle.
– Pero Dix habla…
– Y eso nos lleva a Dix. Está haciendo todo lo que puede con vosotros. Transige con él. -Se levantó-. Me he callado antes, pero no voy a seguir haciéndolo. Ya es hora de que la Policía…
– Joder, no…
– Vocabulario.
– No puedes meterte en esto, tía Ken. Por favor. Olvídalo.
– Demasiado tarde. Esas dos noches fuera de casa de las que no hablas, Joel…, hacen que sea demasiado tarde.
– No lo hagas. No lo hagas -le suplicó Joel.
Tal protesta le dijo a Kendra que Neal Wyatt era, en efecto, el origen de lo que ocurría en la vida de su sobrino. El incendio de la barcaza, la agresión a Toby en la calle, las amenazas que había recibido ella en la tienda benéfica… Iba a llamar a la Policía y ese chico se iba a enterar. Si a estas alturas nada conseguía corregir su actitud, al menos estaría advertido.
Hibah le dio la noticia a Joel. Se lo encontró esperando el autobús después del colegio, pero no le dijo nada hasta que subió dentro, donde debido a la gran cantidad de viajeros ambos se vieron obligados a quedarse de pie, balanceándose con el autobús y agarrándose a las barras.
– ¿Por qué te has chivado, Joel? -le dijo en voz baja y furiosa-. ¿No sabes lo estúpido que has sido, maldita sea? ¿Sabes qué quiere hacerte ahora?
Joel vio que Hibah ponía cara de pocos amigos debajo del pañuelo. Se percató de su enfado, pero no fue capaz de interpretar su exasperación.
– No me he chivado de nadie -dijo él-. ¿De qué estás hablando?
– Oh, no te has chivado, claro -se burló la chica-. ¿Y cómo ha acabado Neal en presencia de la Poli, si es que no te has chivado? Se lo llevaron a la comisaría por lo de esa barcaza estúpida. Y por empujar a la gente en la calle, tu hermano incluido. Si no has sido tú, ¿quién coño ha sido?
Joel notó que se quedaba sin aire en los pulmones.
– Mi tía. Ha debido de hacerlo ella, dijo que lo haría.
– Tu tía, ya, claro -dijo Hibah con desdén-. ¿Y sabía el nombre de Neal sin que tú se lo dijeras? Maldita sea, Joel Campbell, eres un idiota estúpido. Te digo cómo llevar el tema de Neal y va y decides esto. Le has cabreado; ahora irá a por ti. Y no pienses que puedo ayudarte, porque no puedo. ¿Lo entiendes, tío? No tienes cerebro.
Como nunca había oído a Hibah expresarse con tanta pasión, Joel fue consciente del peligro que corría. Y no sólo él, porque sabía que Neal Wyatt era lo bastante listo y estaba lo bastante decidido como para hacerle daño a través de sus parientes, como ya había demostrado con Toby. Maldijo a su tía por su incapacidad de ver lo que podía provocar si se inmiscuía en sus asuntos.
Joel decidió que había que hacer algo. Aunque el Cuchilla hubiera cumplido con su parte y hubiera escarmentado a Neal Wyatt, que el nombre de Neal hubiera llegado a la Policía lo anulaba todo y reavivaba la animadversión de Neal. En resumidas cuentas, Kendra no habría podido hacer mucho más para empeorar las cosas.
Tras pensar bien en sus opciones, Joel llegó a creer que Ivan Weatherall era la respuesta, al menos, a una parte del problema. Ivan, la poesía y «Empuñar palabras y no armas» representaban la puerta que cruzaría para solucionar las cosas.
Joel no había visto a Ivan desde una semana antes del desastre del cementerio y lo que había sucedido después cuando Kendra dio el nombre del hombre blanco a la Policía de Harrow Road. Pero Joel sabía los días que Ivan iba al colegio Holland Park, así que presentó una solicitud para ver al mentor y esperó a que le llamasen a su presencia. A pesar de lo que había ocurrido, tenía plena confianza en que Ivan lo recibiría, ya que, al fin y al cabo, Ivan era Ivan, optimista con los jóvenes hasta rayar la estupidez. Así que se preparó escribiendo cinco poemas. Eran un puñado de versos malos, pero tendrían que servir. Entonces, esperó.
Sintió una oleada de alivio cuando lo llamaron para reunirse con el mentor. Llevó consigo sus cinco poemas e hizo acrobacias mentales maquiavélicas para convencerse de que utilizar a un amigo no era algo tan terrible si se hacía por una buena causa.
No encontró a Ivan sentado a su mesa habitual, sino de pie junto a una ventana mirando el día gris de enero: árboles pelados, tierra empapada, arbustos desnudos, cielo sombrío. Se dio la vuelta cuando entró en la habitación.
A Joel se le requería algo en este momento, tender un puente entre la llamada de Kendra a la Policía, para advertirles sobre Ivan, y este día. Parecía que sólo una disculpa bastaría, así que Joel se la ofreció; Ivan la aceptó, fiel a su carácter. Era más embarazoso que otra cosa, confesó. Impartía una clase de guiones la primera noche que Joel desapareció y tenía una cena con su hermano la segunda, así que estaba «cargado de coartadas», como dijo irónicamente. Pero no iba a mentirle a Joeclass="underline" era embarazoso tener que dar explicaciones de su paradero y era angustiante tener a la Policía insistiendo en registrar su casa para encontrar indicios de que había retenido a Joel… o algo peor.
– No ha caído muy bien entre mis vecinos, me temo -dijo Ivan-, aunque supongo que debería considerarlo un signo de distinción, que me tomaran por un asesino en serie.
Joel se estremeció.
– Lo siento. Tendría que… No pensé, verás… La tía Ken se puso histérica, Ivan. Vio las noticias de esos chicos asesinados, esos chicos que tenían la misma edad que yo y pensó…
– En mí. Pensándolo bien, es lógico, supongo.
– No es nada lógico. Tío, siento que haya pasado esto, ¿entendido?
– Ya me he recuperado -dijo-. ¿Quieres hablar sobre dónde estuviste esas dos noches?
De ningún modo. No era nada, dijo. Ivan podía confiar en él. No tenía nada que ver con algo ilegaclass="underline" drogas, armas, delitos contra sus conciudadanos o cosas similares. Mientras hablaba, sacó sus poemas. Dijo que había estado escribiendo, sabía que aquello distraería a Ivan de la conversación sobre las dos noches que Joel había pasado fuera de casa. Tenía poemas, dijo. Sabía que no eran muy buenos, confesó, y se preguntaba si Ivan les echaría una ojeada…
Fue como dar carne a un león hambriento. El hecho de que Joel hubiera estado escribiendo poesía era para Ivan -una deducción errónea- una muestra de que no todo estaba perdido con su joven amigo. Se sentó a la mesa, cogió los versos y leyó. La sala estaba silenciosa y expectante, como Joel.