Se le había ocurrido un modo de explicar por qué los poemas eran tan espantosos: no tenía un lugar tranquilo donde escribir, diría, si Ivan quería hablar sobre el empobrecimiento general de su trabajo. Toby viendo la tele, Ness hablando por teléfono, la radio puesta, la tía Ken y Dix haciéndolo como conejos arriba en el dormitorio… Aquello no contribuía a la soledad que hacía falta para que la inspiración se tradujera en palabras. Pero hasta que las cosas cambiaran en casa -lo que significaba hasta que las restricciones a sus movimientos se suavizaran un poco- no creía que pudiera hacer mucho más.
Ivan alzó la vista.
– Esto es muy malo, amigo mío.
Joel dejó caer los hombros, un gesto de derrota espuria.
– He intentado ver cómo arreglarlos, pero tal vez haya que tirarlos a la basura.
– Bueno, no lo demos todo por perdido -dijo Ivan, y volvió a leerlos. Pero cuando acabó, aún parecía menos optimista. Formuló la pregunta que Joel estaba esperando oír: ¿qué creía que estaba alterando tanto su poesía?
Joel repasó la lista de excusas preparadas. No sugirió nada para rectificar la situación, pero no le hacía falta, pues Ivan estaba programado para realizar él mismo la sugerencia. ¿Consideraría la tía de Joel suavizar una parte de las restricciones que le había impuesto para dejar que asistiera otra vez a «Empuñar palabras y no armas»? ¿Qué creía Joel?
El chico negó con la cabeza.
– Es imposible que yo se lo pregunte. Está superharta de mí.
– ¿Y si la llamara yo o me pasara por la tienda benéfica a hablar con ella?
Aquello era exactamente lo que Joel había esperado, pero no quería mostrar demasiado entusiasmo. Dijo que Ivan podía intentarlo, sin duda. Para empezar, la tía Ken se sentía fatal por haber hablado a la Poli de Ivan, así que tal vez querría hacer algo para compensarle.
Lo único que faltaba era esperar lo inevitable, y no tardó demasiado en suceder. Ivan hizo una visita a Kendra aquella misma tarde, acompañado de los cinco poemas de Joel. Nunca se habían visto personalmente, así que cuando Ivan se presentó, Kendra se sonrojó. Sin embargo, lo superó deprisa, diciéndose que había hecho lo que requería la situación cuando Joel había desaparecido. Le parecía que cuando un hombre blanco se implicaba tanto con chicos negros sólo podía culparse a sí mismo si le sucedía algo a alguno y, después, le consideraban sospechoso a él.
El hecho de que Ivan estuviera tan dispuesto a olvidar el asunto ablandó la resistencia que Kendra pudiera tener a sus ideas. De todos modos, esas ideas eran bastante sencillas: Ivan le explicó que la poesía de Joel, que sin duda era la mejor imagen de su futuro, estaba sufriendo con las restricciones que le había impuesto. Si bien él -Ivan- no tenía ninguna duda que estas restricciones eran absolutamente merecidas, se preguntaba si la señora Osborne podía suavizarlas lo justo para permitir a Joel regresar a «Empuñar palabras y no armas», donde volvería a enfrentarse a otros poetas, cuyas críticas y cuyo apoyo no sólo mejorarían sus versos, sino que también le darían la oportunidad de relacionarse con personas de todas las edades -gente joven incluida-, que participaban en un acto creativo que las mantenía alejadas de las calles y de los problemas.
Los esfuerzos de Dix con Joel -llevarle todos los días al Rainbow Calé- no habían dado un resultado satisfactorio, y Fabia Bender seguía sugiriendo que una influencia exterior sería positiva para mantener a Joel en el buen camino. «Empuñar palabras y no armas» al menos era una actividad conveniente, y la asistencia de Joel no implicaba un largo viaje en autobús al otro lado del río. Además Kendra arrancó a Joel su palabra de honor de que asistiría a las reuniones de poesía y luego volvería a casa… Así pues, Kendra accedió. No obstante, si descubría que había ido a algún lugar, aparte de a «Empuñar palabras y no armas», una noche en la que se celebrara la reunión de poesía, escarmentaría a Joel de una forma que actualmente desafiaba su imaginación.
– ¿Ha quedado claro? -le preguntó a su sobrino.
– Sí, señora -le dijo el chico solemnemente.
Por dentro, Joel iba tirando, haciendo planes. Neal había reaparecido, lo que no era una sorpresa. Guardaba las distancias, pero seguía vigilándole, y Joel nunca sabía dónde lo vería la próxima vez. El otro chico parecía capaz de «materializarse», como si alguna fuerza mezclara los átomos de su ser, lo transportara y lo volviera a juntar donde deseara estar. También parecía tener contactos en todas partes -chicos que Joel nunca había asociado con Neal-, y tales contactos le daban fuertes empujones entre las multitudes, murmuraban el nombre de Neal en las paradas de autobús o en Meanwhile Gardens o saludaban a gritos a un Neal invisible justo delante del colegio de Toby. Neal Wyatt se convirtió en una presencia incorpórea, y Joel sabía que sólo estaba aguardando el momento oportuno para ajustar las cuentas que Kendra había dejado a deber tras proporcionar a la Policía el nombre de Neal.
Todo aquello le decía a Joel que tenía que volver a ver al Cuchilla. «Empuñar palabras y no armas» le dio la oportunidad. Cuando llegó la noche habitual de la reunión, salió con la advertencia de su tía retumbando en sus oídos. Llamaría a Ivan para asegurarse de que iba a «Empuñar palabras y no armas» y no a otra parte, ¿Lo entendía? Joel dijo que sí.
En realidad no tenía un plan. Había asistido a suficientes veladas poéticas como para saber cómo las organizaba Ivan. Cuando llegaba el momento de «Caminar por las palabras», aquellos que no querían participar en el reto se permitían un tentempié, se relacionaban, hablaban de poesía, buscaban a Ivan y se buscaban entre ellos para ayudarse en privado con sus poemas. Lo que no hacían era vigilar lo que hacía un niño de doce años. Aquél, decidió Joel, sería su momento, pero necesitaba un mal poema para que funcionara.
Se aseguró de que todo el mundo supiera que estaba en el Basement Activities Centre: subió a la tarima y leyó uno de sus poemas más espantosos. Al final de la lectura, sufrió con valentía el silencio hasta que desde el fondo de la sala una garganta carraspeó y alguien ofreció un poco de crítica que pretendía ser constructiva. Se aportaron más críticas cautelosas y se inició un debate. Durante todo el rato, Joel hizo todo lo posible para comportarse como el estudiante serio de poesía que los demás suponían que era, tomando notas, asintiendo, diciendo arrepentido: «Vaya. Eso duele. Sabía que era malo, pero estáis empezando a mosquearme», y siguió adelante con el resto de las formalidades: entre ellas hubo una conversación con Adam Whitburn, en la que se vio obligado a escuchar palabras de ánimo hacia un acto creativo que ya no tenía ninguna importancia para él.
Después de que Adam lo agarrara del hombro y le dijera «Qué huevos leerlo, tío», llegó el momento de «Caminar por las palabras». Joel se escabulló hacia la puerta. Imaginó que cualquiera que se fijara concluiría -como era su intención- que escapaba de la vergüenza.
Cubrió la distancia de Oxford Gardens a Mozart Estate corriendo. Allí, serpenteó por las calles estrechas de la urbanización hasta llegar al piso ocupado de Lancefield Court. Sin embargo, esta vez estaba totalmente oscuro. Cal Hancock no se encontraba al pie de las escaleras, protegiendo al Cuchilla de quienquiera que pudiera estar interesado en el negocio que llevara a cabo.
– Mierda -murmuró Joel, y pensó en su siguiente movimiento.
Regresó deprisa por Mozart Estate y, bajo la luz tenue, examinó el plano de las viviendas, un gran mapa metálico colocado en Lancefield Street. No le ofreció nada útil. El lugar era una extensión dispersa de edificios, y aunque sabía que una chica que se llamaba Veronica vivía allí -la madre del último hijo del Cuchilla-, tuvo que plantearse las probabilidades de encontrarla y, aunque la encontrara, las probabilidades de que el Cuchilla estuviera con ella. Ya había utilizado a la chica para sus propósitos y había pasado a la siguiente. El bloque de pisos de Portnall Road, donde vivía Arissa, era el lugar más probable donde encontrarlo.