Joel se dirigió hacia allí a buen ritmo. Llegó jadeando al edificio situado a mitad de la calle. Pero tampoco vio a Cal Hancock repantingado en la puerta, lo que significaba que el Cuchilla no estaba arriba.
Joel se sintió frustrado. Se le estaba acabando el tiempo. Tenía que estar en casa cuando acabara «Empuñar palabras y no armas»; si no, las consecuencias serían funestas. Se sentía derrotado. Esa sensación hacía que quisiera dar un puñetazo a una pared de ladrillo sucia. No le quedaba más remedio que irse a casa.
Eligió un camino que lo llevaría por Great Western Road. Empezó a pensar en otro plan para encontrar al Cuchilla. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no advirtió que un coche avanzaba a su altura. Sólo se dio cuenta cuando percibió un aroma inconfundible a hierba. Levantó la cabeza y vio al Cuchilla detrás del volante de un coche, con Cal Hancock en el asiento del copiloto y con Arissa detrás, inclinada hacia delante para lamer el cuello tatuado de su hombre.
– Colega -dijo el Cuchilla.
Detuvo el coche e hizo un gesto con la cabeza hacia Cal, que se bajó, dio una calada al porro y saludó a Joel.
– ¿Qué tal, chaval? -le dijo, pero Joel no contestó, sino que le dijo al Cuchilla-: Neal Wyatt no se comporta como si le hubieran escarmentado, tío.
El Cuchilla sonrió, sin alegría ni satisfacción.
– Escuchadle -dijo-. A pesar de todo, es un tipo duro. Bueno. ¿Estás listo para Arissa, entonces? Le gustan jovencitos.
Arissa sacó la lengua y recorrió todo el borde de la oreja del Cuchilla.
– ¿Has escarmentado a ese tío? -preguntó Joel-. Porque tú y yo teníamos un trato.
El Cuchilla entrecerró los ojos. Bajo la luz interior, la serpiente de su mejilla se movió al tensar el músculo de la mandíbula.
– Sube, colega -dijo, y señaló con la cabeza el asiento de atrás-. Tenemos planes, ahora que eres un tipo tan duro.
Cal echó el asiento hacia delante. Joel lo miró para ver si había alguna señal en su rostro de lo que sucedería a continuación. Pero Cal era impenetrable, y la hierba que había fumado no había relajado sus facciones.
Joel se montó en el coche. Sobre el asiento había un manual grande y maltrecho abierto boca abajo. Cuando lo apartó, vio que tapaba un agujero irregular de una quemadura en la tapicería del asiento. Alguien había estado metiendo el dedo y el relleno salía de dentro.
Cuando Cal volvió a subirse al coche, el Cuchilla arrancó antes de que la puerta se cerrara. Los neumáticos chirriaron como en una película mala de cine negro. Joel salió despedido hacia atrás.
– Hazlo, cariño -dijo Arissa. Echó los brazos sobre el pecho de su hombre y empezó de nuevo a lamerle el cuello.
Joel mantuvo la mirada alejada de ella. No pudo evitar pensar en su hermana. Ella había sido del Cuchilla, antes que Arissa. No se la imaginaba en el lugar de aquella chica.
– ¿Cuántos años tienes, colega?
Joel encontró la mirada del Cuchilla en el retrovisor. Doblaron una esquina demasiado deprisa. Arissa cayó hacia un lado. Se rió, se levantó y se inclinó sobre el asiento delantero para deslizar las manos sobre el suéter negro del Cuchilla.
Cal miró hacia atrás a Joel y le ofreció una calada del porro. Joel dijo que no con la cabeza. Cal agitó el porro hacia él con más insistencia. Había algo en sus ojos, un mensaje que debía entender.
Joel cogió el porro. Nunca había fumado hierba, pero había visto hacerlo. Dio una calada suave y se las arregló para no toser. Cal asintió con la cabeza.
– Doce -dijo Joel en respuesta a la pregunta del Cuchilla.
– Doce. Do-ce. Eres un mierdecilla con huevos. No me contestaste cuando te lo pregunté. ¿Aún no te has estrenado?
– Neal Wyatt no se comporta como si le hubieran escarmentado, Stanley -dijo Joel-. Hice lo que me dijiste. ¿Cuándo vas a cumplir con tu parte?
– Aún no se ha estrenado -le dijo el Cuchilla a Cal-. Mola, ¿verdad? -Mirando a Joel por el retrovisor, siguió hablando-: A Arissa le gusta estrenar a los chicos, colega. ¿Verdad, Riss? ¿Quieres estrenar a Joel?
Arissa se separó del Cuchilla y examinó a Joel.
– Se correría antes de que me bajara las bragas -dijo la chica-. ¿Quieres que se la chupe? -Alargó la mano hacia la entrepierna de Joel.
Joel se la apartó antes de que llegara a tocarle.
– Mantén a tu zorra lejos de mí, tío -dijo-. Teníamos un trato, tú y yo. De eso quiero hablar.
El Cuchilla paró de repente junto al bordillo. Joel miró afuera, pero no sabía dónde estaban. Sólo que se trataba de una calle en algún lugar con árboles altos y pelados, casas elegantes y aceras limpias. No reconocía aquella parte de la ciudad.
– Llévala a casa -le dijo el Cuchilla a Cal-. Aquí el señor y yo tenemos temas de los que hablar.
Se volvió en el asiento y agarró a Arissa por debajo del brazo. La levantó -la chica agitó las piernas y se le vieron las bragas- y la besó con fuerza, su boca descendiendo sobre la de ella como un puñetazo. Se la entregó a Cal y le dijo:
– Que no se ponga más esta noche.
Cal cogió a Arissa del brazo. La chica protestó, frotándose la boca amoratada.
– Tío -dijo-. No quiero caminar.
– Te despejará -le dijo él, y cuando Cal cerró la puerta, arrancó de nuevo y se incorporó a la calle.
Condujo deprisa y dobló muchas esquinas. Joel intentó memorizar la ruta, pero pronto se dio cuenta de que no tenía demasiado sentido. No tenía ni idea de dónde había comenzado esta etapa del viaje, así que conocer el camino hasta su destino no era especialmente útil.
El Cuchilla no habló hasta que aparcó el coche. Luego, sólo dijo: «Bájate». Joel lo hizo y se encontró en una esquina delante de un edificio abandonado y en ruinas. El exterior era de ladrillo y se veía sucio incluso con la iluminación nocturna de una farola que estaba a unos veinte metros. La carpintería era verde y estaba pelándose. Había un letrero desportillado y despintado sobre una puerta de garaje que decía «A.Q.W. Motors», pero el negocio que hubiera albergado el edificio estaba cerrado hacía tiempo. Tablas de madera y placas de metal cubrían las ventanas del primer piso, mientras que, arriba, unas cortinas harapientas indicaban que en su día alguien había ocupado el apartamento de la primera planta.
Joel imaginó que el Cuchilla se dirigiría a este piso: otro local más en el que hacer negocios cuando fuera demasiado peligroso conducirlos desde el piso de Lancefield Court. Pero en lugar de llevar a Joel a la entrada de aquel edificio, el Cuchilla lo guió hacia la parte trasera. Allí, se abría un callejón, las sombras sólo rotas por una bombilla solitaria encendida a cierta distancia en la parte de atrás de un edificio.
Detrás de A.Q.W. Motors, un muro de ladrillo cercaba una especie de patio. Una verja metálica daba acceso a él, y si bien tenía un candado que parecía a la vez oficial e impenetrable, no era así. El Cuchilla sacó una llave de su bolsillo y la utilizó. La verja se abrió silenciosamente en la noche. Con el pulgar, el Cuchilla le indicó a Joel que entrara.
Joel se mantuvo firme. No tenía demasiado sentido hacer nada más, puesto que si el Cuchilla tenía intención de liquidarle, iba a hacerlo, así que no importaba cómo reaccionara.
– ¿Vamos a hablar de Neal Wyatt o qué? -dijo.
– ¿Cuánto de hombre tiene el hombre? -contestó el Cuchilla.
– No voy a jugar a las adivinanzas contigo. A la mierda, tío. Hace un frío de la hostia y tengo que volver a casa. Si esto es una especie de juego de mierda…
– ¿Crees que todo el mundo es estúpido porque tú lo eres, colega?
– Yo no soy…
– Entra. Hablaremos cuando hablemos. Si no te gusta, vete a casa. Una camita calentita, una taza de Ovaltine, un cuento para dormir. Lo que necesites.