Joel soltó un taco para impresionarle y cruzó la verja. El Cuchilla le siguió adentro.
El patio estaba oscuro como la boca del lobo. Joel sólo logró ver algo después de esperar a que se le acostumbraran los ojos. Entonces, las formas que parecía intuir se transformaron en cubos de basura viejos, algunas cajas de embalaje, un baúl, una escalera tirada y malas hierbas. Al fondo del edificio, unas puertas tapiadas daban acceso desde el interior a un andén de cemento que se extendía a lo largo de todo el edificio y se elevaba más de un metro del suelo. Joel dedujo que estaban en la parte trasera de una estación de metro abandonada -que no era subterráneo en esta parte de la ciudad-, una de las muchas en Londres que habían aparecido y desaparecido con los ajustes de población y las alteraciones de diversas líneas en toda la ciudad. Las puertas en forma de arco por las que se accedía al edificio eran testimonio mudo de ello.
El Cuchilla cruzó el patio y pasó por encima de los restos rotos de dos vías de tren. Subió de un salto al andén y lo atravesó hacia una segunda puerta. También era de metal y de las que sirven para alejar a okupas y a otros vagabundos, pero no supuso ningún problema para el Cuchilla. Abrió el candado como antes y entró. Joel lo siguió.
La vieja estación de metro había alterado su uso: de centro de transportes a taller de coches. El aire helado del interior aún olía a gasolina y aceite. Cuando el Cuchilla encendió una linterna que había cogido cerca de la puerta, descubrió que la ventana de la antigua taquilla seguía en su lugar; un viejo mapa del metro cubierto de polvo todavía mostraba las rutas de ochenta años atrás. El resto del lugar evidenciaba signos de un uso distinto: estanterías para herramientas, un elevador hidráulico, mangueras colgando del techo. Debajo, alguien había apilado algunas cajas de madera. El Cuchilla se acercó a ellas y utilizó un destornillador para levantar la tapa de una.
Por lo que sabía del Cuchilla, Joel esperaba que dentro de las cajas hubiera drogas. Esperaba que le dijera que tenía que hacer repartos en bicicleta como tantos otros chicos de su edad de North Kensington. Esta conclusión no sólo le cabreaba, sino que tiñó de fanfarronería su voz.
– Mira -dijo-. Vamos a hablar o qué, ¿colega? Porque si no, me largo de aquí. Tengo cosas que hacer más importantes que verte manipular tu mercancía.
El Cuchilla ni siquiera miró en su dirección. Sacudió la cabeza ingenuamente y dijo:
– Eres un tipo duro, ¿verdad, chaval? Señor, tengo que andarme con cuidado contigo.
– Puedes andar por donde quieras andar -dijo Joel-. ¿Vas a ayudarme o no?
– ¿Acaso he dicho que no? -le preguntó el Cuchilla con tranquilidad-. Quieres que le escarmiente y le escarmentaré. Pero, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado últimamente, no voy a escarmentarle como tú tienes pensado.
Dicho esto, el Cuchilla se irguió y se volvió hacia Joel. Tenía algo en la palma de la mano, pero no era una bolsa de cocaína. Lo que le tendía era una pistola.
– ¿Cuánto de hombre tiene el hombre? -preguntó.
Capítulo 23
El Cuchilla llevó a Joel de regreso a Edenham Estate. Durante todo el camino, el arma estuvo sobre el regazo del chico como una cobra enrollada. No tenía ninguna intención de utilizarla. Tocarla ya le había puesto bastante nervioso. El Cuchilla se la había tendido bruscamente -el mango por delante- y le había dicho que fuera acostumbrándose a ella: al peso y al tacto, al metal frío y al poder y a que todo el mundo en la calle que lo mirara a partir de ahora viera a un hombre de verdad. Porque un hombre de verdad era capaz de ser violento, así que nadie se metía con un hombre de verdad. El respeto estaba a la orden del día cuando alguien llevaba una pistola encima.
No había balas en el arma. Joel se alegraba. No podía ni imaginar qué podría deparar el futuro si el arma hubiera estado cargada: que Toby la encontrara por muy bien que la hubiera escondido; que Toby pensara que era de juguete y la disparara sin saber que podía matar; que Toby disparara a Joel por accidente, a Ness, a Kendra, a Dix.
El Cuchilla se inclinó por delante de él y abrió la puerta.
– ¿Todo claro, tío? ¿Entiendes cómo funcionan las cosas?
Joel lo miró.
– ¿Eso es todo? ¿Después escarmentarás a Neal Wyatt? Porque no voy…
– ¿Llamas mentiroso al Cuchilla? -Su tono era duro-. Me parece a mí que tienes que hacer lo que el Cuchilla quiere que hagas, no al revés.
– Hice lo del cementerio de Kensal Green, como querías. ¿Cómo sé que no vas a pedirme otra cosa si hago esto?
– No lo sabes, colega -contestó el Cuchilla-. Sólo demostraste tu confianza. Confianza y obediencia. Funciona así. Si no confías en el Cuchilla, el Cuchilla no confía en ti.
– Sí. Pero si me pillan…
– Bueno, ése es el asunto, Jo-el. Si te pillan, ¿qué vas a hacer? ¿Te chivarás del Cuchilla o te harás el tonto? ¿Qué harás? En cualquier caso, procura que no te pillen. Sabes correr, ¿no? Tienes una pipa. ¿Qué esperas que ocurra si tienes cuidado? -Sonrió, sacó un porro y lo encendió, mirando a Joel por encima de la llama, y pareció como si unas chispas danzaran en sus ojos-. Eres un cabronazo listo, Jo-el. Se trata de tu familia. Y eres listo de cojones. Así que te veo haciendo este trabajo perfectamente. Y tómatelo como otro paso más, tío. Te acercará un poco más a la persona que tienes que ser. Así que coge la pipa y andando, tío. Cal te dirá cuándo tienes que actuar.
Joel miró primero al Cuchilla y luego Edenham Estate. Desde allí no veía la casa de su tía, pero sabía lo que le esperaba cuando subiera los escalones de la puerta de entrada: lo que en su mundo era la familia, así como las responsabilidades para con ella.
Llevaba consigo su mochila de «Empuñar palabras y no armas». La abrió y metió la pistola tan al fondo como pudo. Se bajó del coche y se inclinó para tener unas últimas palabras con el Cuchilla.
– Nos vemos, tío -dijo asintiendo con la cabeza.
El Cuchilla le ofreció una sonrisa perezosa por la hierba.
– Nos vemos, chaval -dijo-. Y saluda a la zorra de tu hermana.
Joel cerró la puerta con fuerza ante la risa del Cuchilla.
– Sí, lo haré, Stanley. Vete a la mierda -le dijo a nadie mientras el coche salía disparado calle abajo en dirección a Meanwhile Gardens.
Joel caminó hacia la casa de su tía. Estaba absorto en sus pensamientos; la mayoría de ellos tenían que ver con decirse a sí mismo que podía hacer lo que el Cuchilla le pedía. El riesgo era mínimo. Con Cal ayudándolo a elegir a la víctima -porque Joel sabía que Cal no se quedaría de brazos cruzados mientras escogía él solo sin aconsejarle-, ¿cuánto tiempo y esfuerzo se necesitaban para llevar a cabo un atraco normal y corriente? Incluso podían ponerse las cosas más fáciles, con un tirón de bolso. El Cuchilla no había dicho que tuviera que quedarse mirando mientras una mujer pakistaní con las manos temblorosas buscaba el monedero entre sus pertenencias para entregárselo. Sólo había dicho que quería que Joel robara el dinero a una pakistaní en la calle. Ésas habían sido todas sus instrucciones. Sin duda, pensó Joel, podía interpretarlas como quisiera.
Para el chico, aquella noche todo parecía señalar la facilidad con que sería capaz de llevar a cabo la misión encargada por el Cuchilla. Había ido a buscarlo él, pero había sido el Cuchilla quien lo había encontrado. La reunión había acabado sobre la hora en que también terminaba «Empuñar palabras y no armas». Regresó a casa sin problemas e incluso tenía notas de las críticas a las que había expuesto su horrendo poema. Todo aquello no podía sino mejorar su situación a ojos de su tía. Y si todo eso no era una señal de lo que tenía que hacer a continuación, ¿qué lo era?
Joel imaginaba que Kendra estaría sentada a la mesa de la cocina con los ojos clavados en el reloj, para comprobar la veracidad de los planes que había anunciado para la noche. Pero cuando entró, encontró el piso de abajo vacío y a oscuras. Oyó sonidos arriba, así que subió las escaleras. En el salón, estaba puesta una película de vídeo: un grupo a caballo de ladrones de trenes se alejaban al galope de un furgón que habían hecho explotar mientras el dinero volaba por todas partes y el sheriff y sus hombres los perseguían. Pero no había nadie. Joel dudó, escuchando y preocupándose, y notó la mochila más pesada de lo que debería. Subió el segundo tramo de escaleras, donde vio una línea de luz debajo de la puerta de su cuarto. Oyó los sonidos rítmicos de los muelles detrás de la habitación de su tía. Aquello bastó para decirle por qué Kendra no estaba esperándole. Abrió la puerta de su cuarto y encontró a Toby despierto, sentado en la cama, decorando con rotuladores su monopatín.