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– Me los ha dado Dix -le dijo Toby a Joel sin preámbulos. Se refería a los rotuladores-. Me los ha traído de la cafetería con un libro para colorear. El libro es para niños pequeños, pero los rotuladores me gustan. Ha traído una peli que se supone que tengo que ver porque quiere hacérselo con la tía Ken.

– ¿Y por qué no estás viéndola? -preguntó Joel.

Toby examinó con detenimiento su obra de arte, entrecerrando los ojos como si fuera a alterar el resultado de algún modo.

– No me gustaba verla solo -dijo.

– ¿Dónde está Ness?

– Con esa señora y su hijo.

– ¿Qué señora y su hijo?

– La del centro infantil. Han ido a cenar no sé dónde. Ness incluso ha llamado y le ha preguntado a la tía Ken si podía ir.

Aquello sí que era sorprendente, y le causó no poca sorpresa a Joel. Señalaba un cambio en Ness y, si bien la cortesía de llamar a su tía no era un suceso trascendental, le dio que pensar.

Toby levantó el monopatín para que lo inspeccionara. Joel vio que había dibujado un rayo, multicolor y casi sin salirse de las rayas que había trazado.

– Muy bonito, Tobe -le dijo su hermano, que dejó la mochila sobre la cama, demasiado consciente de lo que contenía y resuelto a guardarlo en algún lugar seguro en cuanto Toby se durmiera.

– Sí -dijo Toby-, pero he estado pensando, Joel.

– ¿En qué?

– En el monopatín. Si lo dejo bonito y se lo llevamos a mamá, ¿crees que podría ponerla mejor? Me gusta mucho y quiero quedármelo, pero si se lo regalara a mamá y le dijeras qué es y todo eso…

Toby parecía tan esperanzado que Joel no supo qué decirle. Entendía lo que pensaba su hermano: si hacía el máximo sacrificio por su madre, ¿no significaría algo para Dios o para quien decidiera quién se ponía enfermo, quién seguía enfermo y quién se recuperaba? Para Toby, dar a Carole Campbell el monopatín era parecido a darle la lámpara de lava. Era cuestión de entregar algo que querías por encima de todas las cosas y, sin duda, el destinatario del objeto podría darse cuenta de que era tan importante en tu vida que querría formar parte de ella.

Joel dudaba de que funcionara, pero estaba dispuesto a intentarlo.

– La próxima vez que vayamos, le llevaremos el monopatín, Tobe -dijo-. Pero primero tienes que aprender a montar en él. Si se te da bien, puedes enseñárselo a mamá. Así dejará de pensar en lo que le preocupa y tal vez pueda volver a casa.

– ¿Tú crees? -preguntó Toby, la cara iluminada.

– Sí. Es lo que creo -mintió Joel.

* * *

La esperanza de que Carole Campbell se recuperara era desigual en sus tres hijos. Quien más creía en el restablecimiento de su madre era Toby, cuya experiencia limitada aún no le había enseñado a desconfiar de sus expectativas. Joel pensaba en ello fugazmente, cuando tenía que tomar una decisión que implicaba cuidar y proteger a su familia. Para Ness, sin embargo, Carole Campbell constituía sólo un pensamiento pasajero que rechazaba sumariamente. La chica estaba demasiado ocupada, y no abrigaba fantasías en las que su madre volvía a sus vidas como el ser humano entero y funcional que jamás había sido.

Majidah y Sayf al Din eran los responsables, en gran medida. Así como tener un plan para el futuro y un camino que seguir para lograrlo.

Primero, Ness fue a ver a Fabia Bender a las oficinas del Departamento de Menores en Oxford Gardens. Allí, le dijo a la asistente social que estaría encantada y sumamente agradecida -estas dos últimas palabras, dichas con énfasis, las dijo por la insistencia de Majidah- de aceptar la beca, el subsidio o el dinero benéfico, o lo que fuera, que le permitiría cursar un solo taller sobre confección de sombreros en el instituto de formación profesional durante el siguiente trimestre. Fabia declaró que se alegraba muchísimo de aquello, aunque Majidah ya la había informado de todas las estaciones por las que habían pasado para llegar a aquel destino. Permitió que Ness expusiera todo el plan y mostró interés, apoyo y júbilo mientras le explicaba la oferta de empleo de Sayf al Din, junto con el préstamo de Majidah, la forma de devolverlo, el horario de trabajo, la reducción de horas en el centro infantil y todo lo demás, remotamente relacionado con sus circunstancias. El juez, según le dijo Fabia Bender, aprobaría todo aquello.

Fabia utilizó la visita de Ness para preguntar también por Joel. Pero sobre este tema, la chica no se mostró muy comunicativa. No confiaba tanto en la asistente social y, aparte, en realidad no sabía qué pasaba con su hermano. Joel se había vuelto mucho más vigilante y reservado que en el pasado.

Naturalmente, trabajar para Sayf al Din no fue tal como a Ness le habría gustado. En su imaginación, llegaba al estudio llena de ideas que él acogía, lo que le permitía acceder a todos sus materiales y herramientas. En su fantasía, Sayf aceptaba un encargo de la Royal Opera -o tal vez de una productora cinematográfica que realizaba una película de época gigantesca- y ese encargo resultaba demasiado grande para que lo diseñara un solo hombre. Tras buscar un socio, elegía a Ness igual que el príncipe elige eternamente a Cenicienta. Ella expresaba adecuadamente sus humildes dudas sobre su capacidad, y él las rechazaba. Ness daba la talla, creaba una obra maestra tras otra y se ganaba una reputación, así como la gratitud de Sayf al Din y una asociación creativa permanente con él.

Sin embargo, la realidad fue que empezó su labor en el estudio del hombre pakistaní con una escoba en la mano: una vida mucho más parecida a la de Cenicienta antes de que apareciera en escena el hada madrina. Formaba una cuadrilla de limpieza de una sola persona, encargada de tener ordenado el estudio con un recogedor, trapos, mopas y utensilios similares. Aquella tarea le irritaba, pero apretó los dientes y la hizo.

Por lo tanto, el día que al fin Sayf al Din le permitió utilizar la pistola de encolar fue un día de celebración. La tarea era sencilla, tenía que fijar cuentas a una cinta que constituía una parte muy pequeña del tocado general que estaba confeccionando. Pero aunque el trabajo era prácticamente insignificante, señalaba un paso adelante. Tan decidida estaba Ness a realizarlo a la perfección y demostrar así su superioridad respecto a las otras trabajadoras, que le llevó más tiempo del debido y la retuvo en el estudio hasta más tarde. No había ningún peligro por que estuviera allí, puesto que Sayf al Din también se había quedado a trabajar. Incluso la acompañó a la estación de metro cuando por fin estuvo lista para irse a casa, para asegurarse de que llegaba sin problemas. Charlaron por el camino; le prometió un trabajo de más importancia. Estaba haciéndolo bien, estaba cogiéndole el truco, era responsable y la clase de persona que quería que trabajara con él. «Con él», dijo, no para él. Ness se emocionó un poco más con la idea de asociación que implicaba ese «con».

En cuanto la dejó tras el torniquete de la estación de metro de Covent Garden, Sayf al Din regresó al estudio para acabar su trabajo. No se preocupó por que Ness llegara bien a casa, puesto que sólo tenía que hacer trasbordo en King's Cross -atravesando los túneles del metro- y, después, el camino a Edenham Estate desde Westbourne Park sólo eran diez minutos, o unos cinco si andaba deprisa. Sayf al Din había cumplido con su deber, tal como le había ordenado su madre, cuyo interés por los adolescentes con problemas era un misterio para él.