Como las delicias del día habían sido justo eso -una delicia-, Ness no dejó, de camino a casa desde la estación de metro, de imaginar cosas sobre el futuro. Por lo tanto, cruzó Elkstone Road con la mente abrumada por su éxito. Anduvo junto a los límites de Meanwhile Gardens sin la plena atención que requería un paseo en invierno por un parque mal iluminado en una zona cuestionable de la ciudad.
No vio nada. Pero la vieron. A medio camino de la escalera de caracol -y, por lo tanto, ocultos a la vista- un grupo de observadores llevaba mucho tiempo esperando este momento. Vieron a Ness cruzar Elkstone Road. Un movimiento con la cabeza fue lo único que necesitaron para saber que aquélla era la chica que habían estado buscando.
Avanzaron con el silencio y la gracilidad de un gato, bajaron la escalera y recorrieron el sendero. Subieron deprisa la elevación del terreno que marcaba una de las laderas del jardín, y cuando Ness llegó a la entrada del lugar -nunca cerrada, puesto que no había verja-, ellos ya estaban allí también.
– ¿Esta zorra amarilla nos va a hacer un regalo o qué? -preguntó alguien a la espalda de Ness.
Como se sentía bien, capaz y a la altura de lo que fuera, infringió la regla que, de lo contrario, tal vez habría garantizado su seguridad. En lugar de pedir socorro, correr, dar un silbido, chillar o llamar la atención sobre el peligro que la acechaba -comportamiento que, había que reconocerlo, sólo tenía una posibilidad limitada de dar resultado-, se dio la vuelta. Sabía que la voz era joven. Pensó que tan joven como ella.
Sin embargo, no contaba con que fueran tantos. De lo que no se percató fue de que no se trataba de un encuentro fortuito. Había ocho chicos detrás de ella; cuando comprendió lo que implicaba la desventaja numérica, ya los tenía encima. Una cara emergió del grupo, genéticamente extraña y contraída a propósito y por el odio. Antes de poder ponerle un nombre a la cara, un golpe en la espalda la tiró al suelo. La agarraron de los brazos. La arrastraron de la acera al parque. Gritó. Una mano le tapó la boca.
– Te va a gustar lo que vamos a darte, zorra -dijo Neal Wyatt.
Ni Kendra ni Dix estaban en casa cuando tres golpes secos sonaron en la puerta, seguidos de la voz de un hombre hindú con acento. Si no hubiera sido por esa voz, Joel no habría contestado. De todos modos, siguió dudando hasta que oyó que el hombre decía:
– Debes abrir la puerta de inmediato, por favor; me temo que esta pobre jovencita está muy mal herida.
Joel buscó a tientas el cerrojo y abrió la puerta de golpe. Un hindú que le resultaba familiar y que llevaba gafas gruesas y un shalwar kamis debajo del abrigo sujetaba con los dos brazos a Ness. La chica estaba desplomada sobre él, agarrada a la solapa de su abrigo. No llevaba ni la chaqueta ni la bufanda, y el jersey estaba desgarrado en el hombro derecho y salpicado de suciedad y sangre. Alrededor de la mandíbula tenía marcas feas, de las que salen cuando se intenta cerrarle la boca a alguien o mantenérsela abierta.
– ¿Dónde están tus padres, joven? -preguntó el hombre. Dijo que se llamaba Ubayy Mochi-. Esta pobre chica ha sido agredida en los jardines, me temo.
– ¿Ness? -dijo Joel-. ¿Nessa? ¿Ness? -Le daba miedo tocarla. Se retiró de la puerta y oyó que Toby bajaba las escaleras. Mirando atrás dijo-: Toby, quédate arriba, ¿de acuerdo? ¿Viendo la tele? Sólo es Ness, ¿de acuerdo?
Fue como una invitación. Toby descendió el resto de los peldaños y cruzó la cocina. Se detuvo en seco, abrazando su monopatín contra el pecho. Miró a Ness, luego a Joel. Se echó a llorar de inmediato, atrapado entre el miedo y la confusión.
– Mierda -murmuró Joel.
Él también estaba atrapado entre tranquilizar a Toby y hacer algo para atender a su hermana. No sabía cómo conseguir ninguna de las dos cosas. Se quedó quieto como una estatua y esperó a que sucediera algo.
– ¿Dónde están tus padres? -volvió a preguntar Ubayy Mochi, esta vez con más insistencia. Entró a Ness a la casa-. Hay que hacer algo con esta chica.
– No tenemos padres -contestó Joel, y pareció que aquellas palabras arrancaban otro lamento a Toby.
– No viviréis aquí solos, ¿no?
– Tenemos una tía.
– Pues debes ir a buscarla, chico.
Era imposible, pues Kendra había salido con Cordie. Pero llevaba el móvil encima, así que Joel fue tropezándose a la cocina para llamarla. Mochi le siguió con Ness, pasando por delante de Toby, el cual alargó la mano para tocar el muslo de su hermana. No hizo más que sollozar más fuerte cuando Ness se estremeció y se apartó de él.
Ubbayy Mochi sentó a Ness en una de las sillas de la cocina y entonces se reveló más de lo que le había ocurrido. Ese día llevaba una falda corta, que ahora estaba rasgada hasta la cintura. Le faltaban las medias. Y también las bragas.
– Ness. Nessa -dijo Joel-. ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho daño? ¿Quién…? -Pero en realidad no quería que respondiera, porque sabía quién había sido, sabía por qué y sabía qué significaba. Cuando escuchó la voz de su tía en el móvil, sólo le dijo que tenía que volver a casa-. Es Ness -dijo.
– ¿Qué ha hecho? -preguntó Kendra.
El impacto inesperado de la pregunta hizo que Joel intentara coger aire y no lo consiguiera con facilidad. Colgó. Se quedó a un lado de la cocina, junto al teléfono. Toby se acercó a él, buscando consuelo. Joel no tenía nada que ofrecer a su hermano pequeño.
Ubbayy Mochi puso agua a hervir a falta de otra cosa que hacer. Joel le dijo que su tía estaba en camino -aunque no sabía si era realmente así- y esperó a que el hindú se marchara. Pero se hizo bastante evidente que Mochi no tenía ninguna intención de irse.
– Coge el té, jovencito. Y la leche y el azúcar. ¿Y no puedes hacer nada con el pobre niño?
– Toby, tienes que callarte -dijo Joel.
– Alguien ha pegado a Ness -dijo Toby entre sollozos-. No habla. ¿Por qué no habla?
El silencio de Ness también ponía nervioso a Joel. Podía sobrellevar que su hermana estuviera furiosa, pero no tenía recursos para enfrentarse a esto.
– Toby. Cállate, ¿de acuerdo? -dijo.
– Pero Ness…
– ¡He dicho que te calles, joder! -gritó Joel-. Vete de aquí. Sube arriba. ¡Lárgate! No eres estúpido, así que hazlo antes de que te dé una patada en el culo.
Toby se marchó de la habitación como un animal en plena huida. Sus alaridos rotos resonaron en la escalera. Subió el siguiente tramo. Un portazo indicó que el niño se había escondido en su cuarto. Así que sólo quedaban Ness, Ubbayy Mochi y la orden de preparar té. Joel se puso a ello, aunque al final nadie bebió ni una taza. De hecho, a la mañana siguiente lo encontraron aún reposando, un brebaje frío y repugnante que acabó en el fregadero.
Cuando Kendra llegó, vio a un absoluto desconocido, a su sobrina y a Joeclass="underline" dos de ellos estaban sentados a la vieja mesa de pino y otro estaba de pie delante del fregadero. Entró en la casa gritando el nombre de Joel.
– ¿Qué sucede? -dijo antes de verlos.
Lo comprendió sin que hiciera falta contárselo. Fue al teléfono. Marcó los tres dígitos y habló lacónicamente, en el inglés perfecto que le habían enseñado para un momento como aquél, el tipo de inglés que obtenía resultados. Cuando colgó, se acercó a Ness.
– Se reunirán con nosotros en Urgencias -dijo-. ¿Puedes andar, Nessa? -Y le preguntó al hombre hindú-: ¿Dónde ha pasado? ¿Quién ha sido? ¿Qué ha visto?