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– Te lo pagaré -dijo Joel-. Tengo cincuenta libras y puedo…

– Oh, me lo pagarás. Me lo pagarás. -Con cada palabra, el Cuchilla empujaba el arma hacia arriba, con más fuerza.

Joel la acompañó, poniéndose de puntillas.

– Lo haré. Tú sólo dime cómo.

– Te lo diré, capullo. Joder si te lo diré.

El Cuchilla bajó el arma tan deprisa como la había levantado. Joel casi cayó de rodillas: tanto por el movimiento repentino como de alivio. Cal se acercó a él por detrás. Condujo a Joel a una caja y lo sujetó contra ella. Lo mantuvieron allí, agarrándolo por los hombros. No eran unas manos duras, pero estaban lejos de ser amables.

– Vas a hacer exactamente lo que te diga que hagas -dijo el Cuchilla-. Y si no lo haces, Jo-el, te encontraré y me encargaré de ti. Me encargaré de ti de un modo u otro. Antes de que te pille la Poli o después. Da igual. ¿Te queda claro, tío?

Joel asintió con la cabeza.

– Me queda claro.

– Y luego me encargaré de tu familia. ¿Te queda claro eso también?

Joel tragó saliva.

– Me queda claro.

Entonces observó y vio que el Cuchilla limpiaba todo rastro de sus huellas de la pistola. Se la tendió a Joel.

– Coge la pipa y escúchame bien -dijo-. Si la cagas, lo pagarás muy caro.

Capítulo 24

Ness siguió sola, reservada y huraña. Cumplió con su obligación con los servicios comunitarios, pero dejó de ir a Covent Garden.

Al principio, parecía razonable: la habían atacado mientras regresaba de allí. No era imposible que albergara ciertos temores respecto a ir y venir sola de aquel lugar. Pero cuando se negó a unirse a Sayf al Din y a sus ayudantes incluso en pleno horario comercial -cuando habría cogido el metro en compañía de millones de viajeros y tampoco habría recorrido en solitario el camino desde la estación de Westbourne Park a casa-, pareció que hacía falta abordar los temores de la chica.

Majidah lo intentó.

– Vanessa, ¿no ves que estás permitiendo que ganen rindiéndote de esta forma?

A lo que Ness respondió:

– Olvídalo, ¿vale? Estoy haciendo los servicios comunitarios, ¿no? Voy a ese curso estúpido en el instituto y no tengo que hacer nada más.

Era verdad. Ese hecho ataba a todo el mundo de pies y manos. Pero otro hecho era que Ness también estaba obligada por orden del juez a asistir al colegio a tiempo completo, así que si no se matriculaba en algún taller en el instituto -que era para lo que la preparaba el trabajo con Sayf al Din-, iba a verse delante del magistrado de nuevo, y esta vez el hombre no sería indulgente. Ya se habían hecho suficientes excepciones con ella.

Fabia Bender llevaba la batuta en este asunto. Cuando llamó a Kendra para quedar con ella, se había preparado la reunión. Tenía expedientes distintos para cada uno de los niños. El hecho de que estuvieran en su poder y que los extendiera en la mesa de la cocina servía para recalcar a la tía de los niños la gravedad de la situación.

Kendra no necesitaba ninguna metáfora. Tanto la asistente social como el sargento Starr la habían informado del intento de atraco de Joel a una mujer en Portobello Road, así como de la posesión de un arma y su posterior y misteriosa puesta en libertad. Aunque se dijo que probablemente se tratara de un caso de identificación errónea -¿por qué si no lo habían soltado tan deprisa?-, en el fondo no estaba tan segura. Aquello, pues, en combinación con el cambio de Ness bastaba para centrar toda su atención en los tres niños.

– La asistente social va a venir a casa para hablar conmigo -le dijo a Cordie después de que Fabia Bender telefoneara a la tienda benéfica-. Quiere que estemos las dos solas, aunque Dix puede estar si anda por casa en ese momento.

Cordie asintió en silencio de manera comprensiva y escuchando a sus dos niñas jugar en el salón con muñecos de papel mientras la lluvia golpeaba las ventanas. Dio gracias a Dios: por la inocencia de sus hijas, por la presencia sólida de un marido, a pesar de su deseo exasperante de tener un hijo varón, y por su propia suerte. Tenía a un hombre en casa con un trabajo remunerado, una familia que funcionaba plenamente y un empleo que le gustaba, con compañeras que compartían su misma pasión.

– ¿Hice mal llamando a la Poli para darles el nombre de ese Neal Wyatt? -le preguntó Kendra.

Cordie no sabía qué decir. Por su experiencia, nada bueno salía nunca de implicar a la Policía en ningún aspecto de la vida, pero estaba dispuesta a hacer una excepción a esta creencia. Así que dijo:

– Todo se solucionará.

Era la verdad, aunque no predijo si se solucionaría bien o de un modo desastroso. Para Cordie, la vida era mejor si se vivía lejos de la atención de los miles de brazos de las instituciones gubernamentales. Como Kendra y sus parientes habían llamado su atención, era improbable que hubiera un «vivieron felices y comieron perdices».

Cuando Kendra estudió detenidamente el asunto, le pareció que sólo había tres opciones: seguir como habían estado durante el último año, intervenir de manera radical para provocar un cambio inmediato que sacudiera a Ness y a Joel y que les hiciera entrar en razón -si es que Joel lo necesitaba, algo que Kendra aún no quería reconocer-, o esperar a que se produjera un milagro en la persona de Carole Campbell y se recuperara repentina, completa y permanentemente. Era evidente que lo primero no daba resultado, lo segundo parecía implicar recurrir a familias de acogida y, por lo tanto, era impensable, y lo tercero era improbable. Una última opción potencialmente eficaz era casarse con Dix y lograr la apariencia de familia que podía ofrecer ese matrimonio. Pero lo que Kendra no quería era casarse con Dix; en realidad, no quería casarse con nadie. El matrimonio era una forma de renuncia y rendición y no podía enfrentarse a ello, aunque supiera que, tal vez, era la única solución a su alcance.

Fabia Bender no tenía ninguna intención de facilitar las cosas a la tía de los niños. Intentaba detener un tren fuera de control y pensaba utilizar todos los medios disponibles para activar los frenos. Veía que Kendra Osborne no era mala mujer. Pero con Joel en posesión de un arma de fuego -por no mencionar el hecho de que lo hubieran identificado como autor de un atraco y, aun así, hubiera eludido de algún modo un juicio por estos delitos- y con Ness víctima de una agresión en la calle, el peligro que corrían los niños estaba alcanzando rápidamente lo que sólo podía calificarse de «masa crítica». La explosión era inminente. Se lo decían sus años de experiencia como asistente social.

Comenzó por Ness. Abrió su carpeta y la examinó como si necesitara refrescar los detalles, aunque los conocía bastante bien. Delante de ella, estaba sentada Kendra, a quien se había unido Dix, que había aparecido oliendo a aceite y pescado frito tras salir de la cafetería de sus padres, con ganas de irse al gimnasio a entrenar, pero impaciente por apoyar a Kendra: aquel hombre era un cúmulo de energías enfrentadas.

Ness estaba realizando los servicios comunitarios, lo cual estaba bien, les dijo Fabia. Pero había dejado el trabajo para Sayf al Din, que sustituía su formación obligatoria a tiempo completo. Fabia estaba intercediendo -en estos momentos- ante el juez para que Vanessa Campbell cumpliera con su deber conforme a los términos de su libertad condicional. Pero si algo no cambiaba deprisa, Ness iba a tener que comparecer ante el magistrado.

– Sin embargo, sabe lo de la agresión y ha accedido a que reciba terapia en lugar de asistir a la escuela a tiempo completo -le dijo Fabia a Kendra-. Tenemos a alguien en Oxford Gardens a quien puede visitar, si usted nos garantiza que irá. En cuanto a Joel…

– Está arreglado -dijo Kendra deprisa, no porque fuera verdad, sino porque no le había hablado a Dix del atraco ni de la pistola. ¿Por qué tenía que haberlo hecho? Todo había sido un error, ¿no?-. No ha faltado a clase desde esa única vez… -Dix la miró con dureza y frunció el ceño-. Y sabe que tuvo suerte de que la cosa acabara como acabó.