Выбрать главу

A Joel el corazón le dio un brinco de esperanza al oír aquello. A lo largo de los años, su madre rara vez había reconocido la existencia de una tía Ken.

– Está bien -dijo Joel-. Dix ha vuelto. Es su novio. La hace bastante feliz.

– La tía Ken y sus hombres -contestó Carole. Sacudió la melena cobriza-. Su punto flaco siempre han sido los que la tienen gorda, ¿verdad?

Serena soltó una carcajada y le dio una palmadita en la mano a Carole.

– Esa boca, señorita Caro, o tendré que dar parte.

– Pero es verdad -dijo Carole-. Cuando la abuela de Joel siguió a su hombre hasta Jamaica y la tía Ken empezó a cuidar a los niños, lo primero que pensé fue: «Ahora sí que van a recibir educación sexual». Incluso lo dije, ¿verdad, Joel?

Joel no pudo evitar sonreír. Su madre nunca había dicho eso, pero el hecho de que fingiera que sí, que fuera consciente de que su abuela se había marchado a Jamaica, que supiera muy bien dónde estaban viviendo sus hijos y con quién y por qué… Antes de este momento, Carole Campbell no había hablado de Kendra, de Glory, de Jamaica ni de nada que indicara que sabía en qué época vivía. Así que todo aquello -apropiado o no, verdadero o no, imaginado o no- era tan nuevo para Joel, tan inesperado, tan grato… Se sintió como si estuviera a las puertas del Cielo.

– ¿Y Ness? -dijo Carole-. ¿Por qué no viene a verme, Joel? Sé lo mucho que sufre por la muerte de tu padre, por cómo murió, por todo. Entiendo cómo se siente. Pero si viniera a hablar conmigo, no puedo evitar pensar que a la larga se sentiría mucho mejor. La echo de menos. ¿Le dirás que la echo de menos?

Joel apenas se atrevía a responder, tan difícil le resultaba creer lo que estaba oyendo.

– Se lo diré, mamá -dijo-. Está… Está pasando por una mala racha ahora mismo, pero le diré lo que me has dicho.

No añadió más. No quería que su madre supiera que Ness había sufrido una agresión, ni cómo estaba reaccionando ante aquello y ante todo lo demás. Darle a Carole algo parecido a una mala noticia parecía demasiado arriesgado. Podía mandarla de vuelta a la Tierra de Ninguna Parte, aquel lugar que había habitado durante tanto tiempo.

Por lo tanto, Joel se estremeció cuando Toby habló inesperadamente.

– Ness se metió en una pelea fea, mamá. Unos tipos fueron a por ella y le pegaron. La tía Ken tuvo que llevarla a Urgencias.

Serena se volvió hacia ellos, una ceja levantada y un tubo de pegamento para uñas suspendido en los dedos.

– ¿Ahora está bien? -preguntó antes de aplicar el pegamento a una uña postiza, que presionó inútilmente en uno de los muñones de Carole.

Carole guardó silencio. Aguantando la respiración, Joel esperó a ver qué decía. Su madre ladeó la cabeza y pareció pensativa, la mirada clavada en Joel. Cuando por fin habló, su voz era la misma de antes.

– Cada día te pareces más a tu padre -dijo, aunque la observación era extraña, pues todos sabían que nada podía estar más lejos de la verdad. Aclaró la afirmación diciendo-: Tienes algo en los ojos. ¿Cómo va el colegio? ¿Me has traído algún trabajo para que lo vea?

Joel soltó el aire. Se sintió incómodo con el comentario sobre su padre, pero lo aparcó.

– Se me ha olvidado -dijo-. Pero te hemos traído esto. -Le dio la bolsa de WH Smith.

– Me encanta Harper's -dijo Carole-. ¿Y esto qué es? Vaya, ¿hay caramelos dentro? Qué ricos. Gracias, Joel.

– Te la abriré.

Joel cogió la lata y arrancó el envoltorio de plástico. Lo tiró en un cubo de la basura, donde se quedó pegado al pelo cortado y húmedo de alguien. Quitó la tapa de la caja y volvió a darle los caramelos a su madre.

– Cojamos uno cada uno, ¿de acuerdo? -dijo ella pícaramente.

– Son sólo para ti -le dijo Joel. Sabía que había que ser cauteloso con los caramelos cuando Toby estaba cerca. Le ofrecías uno y probablemente se los comería todos.

– ¿Puedo coger uno? -preguntó Toby entonces.

– ¿Para mí sola? -dijo Carole-. Oh, cielo, no me los puedo comer yo todos. Coge uno, venga. ¿No? ¿Nadie quiere…? ¿Ni siquiera tú, Serena?

– Mamá… -dijo Toby.

– De acuerdo, pues. Los guardaremos para otro día. ¿Te gustan mis corazones? -Señaló con la cabeza el cartón con las uñas decoradas-. Son una tontería, ya lo sé, pero como vamos a celebrar una pequeña fiesta de San Valentín… Quería algo festivo. De todos modos, es una época del año deprimente, febrero. Te preguntas si el sol habrá desaparecido para siempre. Aunque abril puede ser peor, sólo que entonces es la lluvia y no esta condenada niebla.

– Mamá, quiero un caramelo. ¿Por qué no puedo coger uno? Joel…

– Cualquier cosa que sirva para animarnos en esta época del año es algo en lo que quiero participar -prosiguió Carole-. Pero siempre me pregunto por qué febrero parece tan largo. En realidad es el mes más corto del año, incluso en año bisiesto. Pero parece durar y durar, ¿verdad? O quizá la verdad es que quiero que sea largo. También quiero que todos los meses que lo preceden duren y duren. No quiero que llegue el aniversario. De la muerte de tu padre, verás. No quiero revivir ese aniversario.

– ¡Joel! -Toby alzó la voz y cogió a su hermano del brazo-. ¿Por qué mamá no me deja coger un caramelo de ésos?

– Chist -dijo Joel-. Luego te consigo uno. Hay una máquina en algún lugar y te compraré una chocolatina.

– Pero Joel, no quiere…

– Espera, Tobe.

– Pero Joel, yo quiero…

– Espera. -Joel se soltó-. ¿Por qué no sales fuera con el monopatín? Puedes montar un poco en el aparcamiento.

– En el aparcamiento hace frío.

– Nos tomaremos un chocolate caliente después de que practiques un poco por aquí. Cuando a mamá acaben de hacerle las uñas puedes enseñarle lo bien que montas, ¿vale?

– Pero yo quiero…

Joel giró a Toby cogiéndolo por los hombros y lo empujó hacia la puerta de la caravana. Le daba pavor que algo pudiera hacer estallar a su madre y, para él, Toby parecía cada vez más un detonador humano.

Abrió la puerta y bajó a su hermano por las escaleras. Miró a su alrededor y vio un espacio libre en el aparcamiento; allí Toby podría practicar con seguridad. Se cercioró de que llevara el anorak abrochado y le caló bien el gorro de punto.

– Quédate aquí y luego te conseguiré unos caramelos, Tobe -le dijo-. Y un chocolate caliente también. Tengo dinero. Ya sabes que mamá no está bien de aquí arriba. -Se señaló la cabeza-. Le he dicho que los caramelos eran para ella y seguramente lo habrá entendido mal cuando yo he dicho que no quería. Habrá pensado que tú tampoco querías.

– Pero yo he dicho… -Toby estaba tan triste como triste era el día, y más triste aún el aparcamiento, lleno de baches y sin ningún lugar donde practicar con el monopatín. El niño se sorbió los mocos ruidosamente y se limpió la nariz con la manga del anorak-. No quiero montar en monopatín -dijo-. Es estúpido.

Joel pasó el brazo alrededor de su hermano.

– Quieres enseñárselo a mamá, ¿no? Quieres que vea lo bien que se te da. En cuanto acaben de hacerle las uñas, va a querer verte, así que tienes que estar preparado. No tardará.

Toby miró de Joel a la caravana, y de nuevo a Joel.

– ¿Me lo prometes? -dijo.

– Yo no te he mentido nunca, tío.

Fue suficiente. Toby se alejó hacia el espacio abierto, el monopatín colgado en una mano. Joel observó hasta que el niño dejó el monopatín en el asfalto irregular y avanzó unos metros, un pie en el monopatín y el otro en el suelo. Era lo máximo que hacía en cualquier lado, así que no importaba demasiado qué clase de superficie hubiera debajo de las ruedas.

Joel regresó con su madre. Estaba examinando las uñas postizas que Serena había logrado pegarle hasta el momento en los dedos. Eran muy largas y puntiagudas y la manicura trataba de explicarle que necesitaba recortarlas considerablemente para que al menos le duraran un día. Pero Carole no iba a consentirlo. Las quería largas, pintadas de rojo y decoradas con corazones dorados. No aceptaría menos, incluso Joel, que carecía de conocimientos sobre uñas de plástico, pegamento y decoración de uñas, comprendía que la idea de Carole era mala. No se podía pegar algo a nada y esperar que aguantara.