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Decidió ir a visitar a Joel a su casa. Ver al chico in situ, como se describía a sí mismo, le proporcionaría más información sobre cómo ayudarlo mejor.

Joel le dejó entrar en la casa -era obvio que estaba sorprendido, pero cambió la expresión rápidamente para ocultar lo que fuera que estuviera pasándole- y el ruido de dibujos animados procedente del piso de arriba sugería que el hermano pequeño también se encontraba allí. Más allá de la entrada, en la cocina, Ivan vio a la hermana de Joel. Estaba sentada a la mesa, un pie apoyado en el borde mientras se pintaba las uñas de los pies de azul metálico. Un cenicero descansaba al lado del frasco de esmalte. El humo del cigarrillo se elevaba en una espiral perezosa. Una radio encendida en la encimera se sumaba a la cacofonía general de la vivienda. Emitía música rap, la mayoría interpretada con gruñidos indescifrables por un cantante que el pinchadiscos identificó más tarde como alguien que se hacía llamar Big R. Balz.

– ¿Podemos hablar, Joel? -preguntó Ivan.

– Últimamente no he escrito nada. -El chico miró detrás de Ivan, como si deseara que se marchase.

Su mentor no iba a dejar que lo despidiera.

– En realidad, no he venido por tus poemas. Tu tía me llamó.

– Sí. Ya lo sé.

– Me gustaría hablar de ello.

Joel lo condujo a la cocina, donde Ness examinó a Ivan. No dijo nada, pero no hizo falta. Últimamente, igual que en el pasado, lo único que tenía que hacer Ness era clavar sus grandes ojos oscuros en la gente para desconcertarla. Mostraba desdén en la superficie, pero había algo más debajo. Ese «algo más» inquietaba a la gente.

Ivan la saludó con la cabeza. Los labios carnosos de Ness dibujaron una sonrisa. La chica lo evaluó de arriba abajo y no se molestó en ocultarlo: asimiló su pelo lacio gris, su mala dentadura, su chaqueta de tweed gastada y rústica, sus zapatos raspados. Movió la cabeza, pero no para devolverle el saludo. Más bien era un gesto que decía: «Tío, conozco a los que son como tú», y se encendió otro cigarrillo con la colilla del que estaba en el cenicero. Lo sostuvo entre los dedos, mientras el humo se alzaba en espiral alrededor de su cabeza.

– ¿Así que éste es Ivan? -le dijo a su hermano-. Creía que nunca lo vería por aquí. Imagino que no viene mucho por esta zona de la ciudad, ¿verdad? Bueno, tío, ¿te gusta ver cómo vivimos los grupos étnicos?

– Él no es así -dijo Joel.

– Ya -respondió lacónicamente.

Pero Ness no desanimó a Ivan.

– Santo Cielo -dijo el hombre-, te he visto antes, pero no tenía ni idea de que eras la hermana de Joel. Estás en el centro infantil, ¿verdad? ¿Jugando con los niños? Es obvio que tienes un don para trabajar con ellos.

No era la reacción que Ness esperaba obtener del hombre. Su expresión se fijó. Dio una calada al cigarrillo y soltó una carcajada áspera.

– Sí -dijo-. Seré una madre como Dios manda, ¿verdad? -Se separó de la mesa, salió tranquilamente de la habitación, subió las escaleras y desapareció de su vista.

– ¿Acaso he dicho…? -le dijo Ivan a Joel.

– Ness es así -dijo Joel.

– Un alma herida -murmuró Ivan.

Joel lo miró con dureza. La mirada de Ivan se encontró con la de él. Era abierta y demasiado difícil de sostener, así que Joel apartó la cabeza.

Ivan se sentó a la mesa y cerró con cuidado el pintauñas abandonado de Ness. Señaló la silla con la cabeza, para indicar a Joel que también se sentara. Cuando el chico lo hizo, pasaron unos momentos. La música rap continuaba saliendo a todo volumen de la radio. Joel se levantó de la mesa y la apagó. Se quedaron con el sonido de explosiones procedente de arriba: un personaje de dibujos animados frente a su destino y Toby partiéndose de risa mientras miraba.

De acuerdo con su determinación de que la situación requería firmeza, justicia y sinceridad, Ivan sacó a colación «Empuñar palabras y no armas». Más concretamente, sacó el tema de cómo Joel había utilizado la velada poética para sus propios intereses.

– Creía que éramos amigos, Joel -empezó diciendo Ivan-. Pero debo decir que la llamada de tu tía me ha obligado a reconsiderarlo.

Joel, que había aprovechado la oportunidad de apagar la radio para quedarse de pie, se apoyó en la encimera, pero no dijo nada. De todos modos, no sabía seguro de qué hablaba Ivan, aunque a estas alturas ya conocía bastante bien a los adultos como para comprender que la aclaración no tardaría en llegar.

– No me gusta que me utilicen -dijo Ivan-. Y menos aún que utilicen «Empuñar palabras». Porque utilizarlo para un propósito distinto a la creación de poesía se contradice de lleno con las razones por las que creé la reunión. ¿Entiendes?

Joel no lo entendía. Sin embargo, sabía que se suponía que debía entenderlo. Saber eso y saber que no lo había conseguido actuaron conjuntamente para fomentar su silencio.

Ivan interpretó este silencio como indiferencia, y se ofendió. Intentó no tomar la dirección de «después de todo lo que he hecho por ti», y en gran medida lo logró. Sabía lo suficiente sobre los chicos como Joel para comprender que su comportamiento no tenía nada que ver con él. Aun así, había pensado que Joel era distinto, más sensible a los matices, y a Ivan no le gustó plantearse que tal vez se hubiera equivocado.

Se explicó.

– Viniste a «Empuñar palabras», pero te fuiste…, durante «Caminar por las palabras». Creíste que no me había dado cuenta y, tal vez, habría sido así si tu tía no me hubiera llamado. Oh, no cuando me preguntó por el dinero, no la llamada que oíste. Hubo otra.

Joel levantó las cejas a su pesar. Se mordió el labio.

– Sí. Esa misma noche llamó. En pleno «Caminar por las palabras», y así supe que no estabas. Pero no podía estar seguro, ¿no? Podías haber ido al servicio en aquel preciso instante, cuando me sonó el móvil, así que no podía decirle que no estabas, ¿verdad? Le dije: «Por supuesto que está aquí. Incluso nos ha leído un poema pésimo, señora Osborne. No se preocupe. Cuando acabemos irá directamente a casa», le dije.

Joel bajó la mirada. Lo que vio fueron sus deportivas, una desatada. Se agachó y volvió a hacerse el lazo.

Ivan repitió la misma canción.

– No me gusta que me utilicen.

– No tenías que decirle…

– ¿Que estabas allí? Me doy cuenta. Pero estabas, ¿verdad? Tuviste mucho cuidado. Fuiste, te aseguraste de que yo lo supiera y luego te marchaste. ¿Quieres hablarme de ello?

– No hay nada de qué hablar, tío.

– ¿Adonde fuiste?

Joel no dijo nada.

– ¿No lo ves, Joel? Si quieres que te ayude, tiene que haber confianza entre nosotros. Creía que la había. Ver que estaba equivocado… ¿Qué es eso de lo que no quieres hablar? ¿Tiene que ver con Neal Wyatt?

Sí y no, pero ¿cómo iba a explicárselo? Para él la solución a todo era escribir un poema, leérselo a unos desconocidos, escucharlos y fingir que lo que decían cambiaba las cosas, cuando no cambiaba nada en absoluto, salvo en el momento de sentarse delante en la tarima y entablar una conversación con ellos. En realidad, era un teatro, sólo un poco de bálsamo en una llaga que no iba a curarse.

– No es nada -dijo-. Simplemente no quería estar allí. Ya ves que no estoy escribiendo, no como antes. No funciona para mí, Ivan. Eso es todo.

Ivan intentó utilizar aquello, puesto que no veía otra forma de continuar.

– Pasas por una época de sequía. Le pasa a todo el mundo. Lo mejor es desviar tu atención hacia otra área del esfuerzo creativo, relacionado o no con la palabra escrita.

Se quedó en silencio mientras buscaba un remedio para la que interpretaba que era la situación del chico: un bloqueo creativo bastante razonable provocado por las circunstancias que se vivían en casa. Era ridículo sugerir que se apuntara a pintura, escultura, danza, música o a cualquier otra actividad que requiriera presentarse en algún lugar adonde era totalmente improbable que su tía le dejara ir. Pero había una salida…