Tras lo ocurrido con los niños, Dix se lo cuestionó todo. Su sueño siempre había girado alrededor del ideal romántico de familia, porque su sueño de futuro se basaba en el pasado, que tenía como característica más notable la afinidad cálida que siempre había experimentado con sus propios parientes. Para él, familia significaba ser el jefe de familia sentado a la cabecera de la mesa, cortando la ternera en la comida del domingo. Significaba luces de colores colgadas del techo en Navidad y excursiones a Brighton los raros días festivos que había dinero suficiente para algodones de azúcar, una bolsa de caramelos de colores y fish and chips junto al mar. Significaba que los padres vigilaban de cerca los trabajos escolares de sus hijos, sus actividades de tarde, sus compañeros, su ropa, sus modales y su crecimiento personal. Un dentista para sus dientes. Un médico para sus vacunas. Termómetros debajo de sus lenguas, sopa y tostadas cuando estaban enfermos. En este tipo de familia, los niños se dirigían a sus padres con respeto y los padres respondían con orientación firme pero afectuosa, castigándolos cuando hacía falta y asegurándose de que nada obstruía las líneas de comunicación. Si había una familia que pudiera describirse como «normal», ésa era la familia en la que había crecido Dix D'Court. Le había proporcionado una imagen de cómo tendría que ser la vida en relación con su propio futuro con una esposa e hijos, pero no le había preparado para enfrentarse a unos niños asediados por los problemas y el horror.
Los Campbell creía, necesitaban ayuda. Más ayuda de la que Kendra o él serían capaces de ofrecerles en cien mil vidas. Dix le mencionó el tema, pero ella no se lo tomó bien.
– ¿Quieres que me deshaga de ellos? -le preguntó.
– No estoy diciendo eso -le respondió en voz baja-. Sólo digo que han pasado por muchas cosas y que nosotros no tenemos las habilidades necesarias para apartarlos de donde están.
– Ness va a terapia. Toby va al centro de aprendizaje. Joel hace lo que tiene que hacer. ¿Qué más quieres?
– Ken, todo esto nos supera, tanto a ti como a mí. Tienes que verlo.
Pero Kendra no lo veía. Se dijo que si no se hubiera empecinado tanto en mantener su vida exactamente igual que cuando Glory le endosó a los niños como tres sacos de arena, tal vez hubiera podido construir una vida adecuada para ellos. Así que cualquier cosa que sonara siquiera a abandonarlos a estas alturas era algo que no se plantearía. Haría lo que tenía que hacer para salvarlos, aunque tuviera que hacerlo sola.
– ¿Aunque signifique renunciar a todo aquello por lo que has estado trabajando? -le preguntó Cordie-. ¿El negocio de masajes? ¿El spa que querías montar algún día? ¿Vas a pasar de todo?
– ¿No es lo que has hecho tú? -replicó Kendra-. ¿No cediste ante Gerald y renunciaste a tus sueños?
– ¿Qué? ¿Porque quiere otro bebé y voy a dárselo? ¿Es eso renunciar a los sueños? ¿Y qué sueños, en cualquier caso? Arreglaba uñas, por el amor de Dios, Ken.
– Tú ibas a formar parte del spa.
– Sí. Es verdad. Pero lo esencial es esto: yo voy a escoger a Gerald si tengo que escoger. Siempre voy a escoger a Gerald. Si sale lo del spa y si encaja con lo que tengo en ese momento, me sumo al sueño. Si no encaja, escojo a Gerald.
– ¿Qué hay de los otros?
– ¿Qué otros?
– Los hombres que te ligas. Ya sabes qué quiero decir.
Cordie la miró impasible.
– Estás equivocada -dijo-. Yo no me ligo a ningún hombre.
– Cordie, has estado besuqueándote con chicos de diecinueve años…
– Sé lo que tengo en casa -dijo Cordie con firmeza, siempre había sido una mujer capaz de hacer la vista gorda a las debilidades de su propia carne-. Y elijo a Gerald. Será mejor que analices lo que tienes y tomes una decisión con la que también puedas vivir.
Allí radicaba la cuestión, en tomar una decisión y vivir con ella. Kendra no quería hacer ninguna de las dos cosas.
La única respuesta parecía ser dar un paso que le transmitiera buena disposición para enfrentarse a las dificultades de los niños.
– Hay que presentar cargos -dijo Fabia Bender cuando Kendra le reveló la información.
Se reunieron previa cita en la Lisboa Patisserie en Golborne Road, con Cástor y Pólux esperando pacientemente fuera mientras su dueña tomaba un café con leche, junto con un sándwich de gambas con mayonesa, que llevaba en su maletín. Fabia dejó el sándwich sobre una servilleta de papel y sacó un cuaderno en el que llevaba de todo, desde su agenda a cupones del supermercado. Empezó a pasar páginas.
– ¿Presentar cargos contra quién? -preguntó Kendra-. George se ha ido. Y en cuanto a sus amigos… Ness no sabe sus nombres y es probable que mi madre tampoco los sepa. ¿Y qué ganamos poniéndola en manos de la Policía para que la interroguen, o de los Servicios de Protección Infantil para que la examinen? No va a hablar con la Policía sobre eso. Casi ni me habla a mí.
Fabia parecía pensativa.
– Explica muchas cosas, ¿verdad? En especial sobre por qué no quiere hablar con Ruma. O colaborar en las pruebas. O en nada, en realidad. La mayoría de las chicas se sienten profundamente avergonzadas por haber sufrido abusos. Creen que dijeron algo, hicieron algo, fomentaron algo. El abusador las condiciona para que piensen eso. Y en el caso de Ness, nadie la preparó de pequeña para que pensara de otra manera: la madre perturbada, el padre muerto, la abuela consumida por otras cosas. Mientras se transformaba en mujer, no había nadie presente que pudiera hablarle del derecho que tenía a proteger su propio cuerpo. -Fabia pensaba en voz alta, mirando hacia la calle, donde caía una lluvia fina. Cuando movió los ojos para centrarse en Kendra, Fabia interpretó la expresión de la mujer. Añadió-: No es culpa suya, señora Osborne. Usted no estaba en esa casa. Su madre sí. Si hay alguien a quien culpar…
– ¿Qué importa? -preguntó Kendra-. Siento lo que siento.
Fabia asintió con la cabeza.
– Bueno -dijo-, habrá que contárselo a Ruma. Y… -Dudó, absorta en sus pensamientos. Observó a Kendra y supo que tenía buenas intenciones. Pero los esfuerzos de la tía para criar a esos niños habían sido indescriptiblemente inadecuados, así que no existía una esperanza real de que Kendra pudiera llegar a la psique de su sobrina y aliviarla. Aun así, había otras vías para explorar-. Voy a hablar con Majidah Ghafoor -dijo Fabia Bender-. Existe algo bueno entre ella y Ness. Un campo para arar, o incluso para plantar. Déjeme ver qué puedo hacer.
Con los nuevos datos que le había proporcionado la asistente social, Ruma sugirió unas medidas distintas, unas medidas que Fabia no habría esperado. Los grupos de apoyo estaban muy bien, dijo, y una evaluación psiquiátrica podría darles información sobre el estado de la química cerebral de Ness en relación con todo, desde la esquizofrenia a la depresión, pero ahora estaban hablando del estado de su psique y su mente, y con un paciente poco dispuesto a tocar el asunto de los abusos y demasiado mayor sin duda para algo tan obvio como muñecas anatómicas para jugar…
– Hipoterapia -concluyó Ruma-. Se han obtenido resultados excelentes.
– ¿Hipopótamos? -Fabia pensó, naturalmente, en los mamíferos africanos voluminosos y pesados, en sus enormes bocas abiertas y orejas minúsculas que se movían nerviosamente.
– Caballos -dijo Ruma para corregir su imagen-. Tratamiento para la mente con la ayuda de un caballo.
Cuando la expresión de Fabia transmitió escepticismo, Ruma le explicó cómo funcionaba esta forma de terapia táctil en la que la interacción caballo-humano y humano-caballo no sólo servía de metáfora para aquellos temas que resultaban demasiados dolorosos para el paciente, como para hablar de ellos, sino también como método rápido para progresar en la recuperación de alguien.