– … considerar de manera realista su capacidad de hacer frente… -Aquello fue lo que oyó que decía Fabia Bender.
– Son mis sobrinos -contestó Kendra sin ánimo-. No son perros o gatos, señorita Bender.
– Señora Osborne, sé que ha estado haciendo todo lo posible.
– No lo sabe. ¿Cómo puede usted saberlo? No lo sabe. Lo que usted ve…
– Por favor. No se haga esto a sí misma y no me lo haga a mí. No estamos hablando de un atraco frustrado. Es una agresión con intento de asesinato. Aún no la han cogido, pero lo harán pronto. Y cuando la detengan, irá directamente a un centro para menores en prisión preventiva y punto. No van a caerle horas de servicios comunitarios por un intento de asesinato, y no dejan que los niños esperen en casa a que el juez tome una decisión. No pretendo ser cruel diciéndole todo esto. Debe conocer cuál es la situación real de Ness.
La voz de Kendra bajó de volumen.
– ¿Adonde la llevarán?
– Como ya le he dicho, hay centros para menores en prisión preventiva… No la mezclarán con adultos.
– Pero usted tiene que comprender, y ellos también, que hay una razón. Ese chico la agredió. Tiene que ser el que fue tras ella aquella noche. Él y sus amigos. Ness no dirá nada, pero fue él. Lo sé. Se ha metido con los tres niños desde el principio. Y luego está lo que le sucedió antes. En casa de su abuela. Hay motivos.
Joel nunca había escuchado a su tía tan rota. Su tono de voz hizo que le escocieran los ojos. Apoyó la barbilla en las rodillas para detener el temblor.
Tocaron al timbre de la puerta. Abajo, Kendra y Fabia se volvieron a la vez al oírlo. Kendra arrastró la silla hacia atrás y dudó sólo un momento -una mujer armándose de valor para el siguiente suceso horrible- antes de dirigirse a abrir la puerta.
Tres personas estaban apiñadas en el escalón de arriba, con Castor y Pólux aún inmóviles en el suelo, centinelas señalando las circunstancias cambiantes en Edenham Way. Dos de las personas eran policías de uniforme: una mujer negra y un hombre blanco. En medio estaba Ness: sin abrigo, tiritando, el jersey manchado de sangre.
– ¡Ness! -dijo Kendra, y Joel bajó corriendo las escaleras y entró en la cocina. Se paró en seco al ver a los policías.
– ¿Señora Osborne? -dijeron.
– Sí. Sí -dijo Kendra.
La escena era un cuadro: Fabia Bender sentada aún a la mesa de la cocina, pero ahora medio levantada; Kendra con las dos manos extendidas para abrazar a Ness; los agentes evaluando abiertamente la situación; Joel con miedo de moverse por si le decían que volviera a su cuarto; y Ness con una expresión petrificada que decía: «No te acerques y no me toques».
La mujer puso fin a aquella vacilación. Posó su mano en la espalda de Ness, que se estremeció. La agente no reaccionó. Simplemente incrementó la presión hasta que Ness entró en la casa. Los policías avanzaron con ella. Todos levantaron los pies a la vez, como si hubieran ensayado este momento de reunión.
– Esta joven ha tenido algún problema con un tipo en Queensway -dijo la policía. Se presentó como la agente Cassandra Anyworth; su compañero era el agente Michael King-. Era un tipo negro grande. Un tipo fuerte. Intentaba meterla en un coche. Le ha plantado cara. Le ha dejado marcado, dicho sea en su favor. Diría que por eso está ahora aquí. La sangre no es suya. No tienen que preocuparse.
Todos pensaron simultáneamente que aquellos policías no tenían ni idea de lo que había ocurrido entre Ness y Neal Wyatt en Meanwhile Gardens, lo que significaba que no eran policías de este barrio. Ya tendría que haber sido evidente cuando dijeron que habían encontrado a Ness forcejeando con un hombre negro en Queensway, pues Queensway no estaba en el distrito controlado por la Policía de Harrow Road, sino en el de la comisaría de Ladbroke Grove, pero aquello no era en sí mismo una buena noticia.
La comisaría de Ladbroke Grove tenía mala fama. No era probable que recibieran con imparcialidad a alguien que acabara allí, en especial si ese alguien pertenecía a una minoría racial. «Hombre negro» pareció resonar en la habitación.
– ¿Dix te ha encontrado? -le preguntó Kendra a Ness-. ¿Dix te ha encontrado? -Cuando la chica no contestó, Kendra preguntó a los agentes-: ¿El hombre negro se llamaba Dix D'Court?
Habló el agente King:
– No le hemos preguntado su nombre, señora. De eso se encargarán en comisaría. Pero está detenido, así que no tienen que preocuparse por que vuelva a ir tras ella. -Sonrió, pero era una sonrisa desprovista de calidez-. Pronto sabrán quién es. Tendrán sus datos y todo lo que ha hecho en los últimos veinte años. Por eso no hay que preocuparse.
– Vive aquí -dijo Kendra-. Conmigo. Con nosotros. Ha salido a buscarla. Se lo he pedido yo. Yo también la estaba buscando, pero Fabia quería verme, así que he vuelto a casa. Ness, ¿no les has dicho que era Dix?
– No estaba en condiciones de decir nada a nadie -dijo la agente Anyworth.
– Pero no pueden retener a Dix. No por hacer lo que le he pedido…
– Si ése es el caso, señora, todo se resolverá en su debido momento.
– ¿En su debido momento? Pero ¿está preso? ¿Está encerrado? ¿Le están interrogando? -«Van a pegarle si no responde», pensó, aunque no lo dijo. Así era la reputación de la comisaría. Un trato duro seguido de la excusa rutinaria: se dio con una puerta; se resbaló con las baldosas; se golpeó la maldita cabeza contra la puerta de la celda por motivos desconocidos, pero seguramente tiene claustrofobia. Kendra dijo-: Dios mío. -Y luego-: Oh, Ness. -Y nada más.
Fabia intervino. Se presentó y ofreció su tarjeta a los agentes. Trabajaba con la familia. Ella se haría responsable de Vanessa. La señora Osborne les había contado la verdad, por cierto. El hombre que había parecido que agredía a Vanessa sólo intentaba llevarla a casa con su tía. La situación era bastante compleja. ¿Los agentes deseaban seguir hablando de aquello…? Fabia señaló la mesa para indicar que podían sentarse sin ningún problema. Allí descansaban las carpetas que contenían los pasados, presentes y futuros de los niños, y una estaba abierta. La libreta de Fabia aún estaba en el suelo con los papeles esparcidos. Era todo muy oficial.
El agente King dio la vuelta a la tarjeta. Estaba saturado de trabajo y cansado y encantado de poder entregar a la adolescente muda a otros adultos responsables. Lanzó una mirada a la agente Anyworth, una señal con la que se comunicaron sin mediar palabra. Ella asintió. Él asintió. No sería necesario seguir hablando, dijo. Dejarían a la chica con su tía y con la asistente social, y si alguien quería pasar por la comisaría de Ladbroke Grove para identificar al hombre que había intentado meter por la fuerza a Ness en su coche, debería encargarse de hacerlo.
Para Kendra, el énfasis en la palabra «debería» subrayaba la urgencia de alejar a Dix de las garras de la Policía. Dijo «gracias, gracias» a los agentes. Se marcharon y el asunto pareció quedar zanjado.
Pero no lo estaba. Quizá la Policía de Ladbroke Grove no hubiera recibido noticias de la agresión a un adolescente en Meanwhile Gardens y de la búsqueda de la chica responsable, pero acabaría sabiéndolo. Aunque no hubiera sido así, y aunque nadie de Ladbroke Grove hubiera relacionado nunca los dos incidentes, ahora Fabia Bender tenía un deber que iba más allá de calmar las aguas turbulentas de aquel hogar.
– Tendré que llamar a la comisaría de Harrow Road -dijo, y sacó su móvil.
– No. ¿Por qué? No puede -dijo Kendra.
– Señora Osborne -dijo Fabia, el móvil apretado en la oreja-, sabe que no hay alternativa. En Harrow Road saben a quién están buscando. Tienen su nombre, su dirección y sus delitos pasados en los archivos. Si la dejo con usted -cosa que no puedo hacer y lo sabe-, el único resultado será prolongar lo inevitable. Ahora mi trabajo consiste en procurar que Ness avance sin complicaciones por el sistema. El suyo es sacar a Dix D'Court de la comisaría de Ladbroke Grove.