Vio que su tía tenía una tabla de planchar montada al fondo del local. Estaba ocupándose de las arrugas de una blusa color lavanda; un montón de otras prendas esperaban su atención en una silla a su izquierda.
– No tiene sentido no darle una idea a la gente de qué aspecto deben de tener las cosas cuando se tratan bien -dijo Kendra cuando lo vio-. Nadie va a comprar algo que esté todo arrugado. -Levantó la blusa de la tabla de planchar y la colgó pulcramente en una percha de plástico-. Mejor -dijo-. No puedo decir que el color me vuelva loca, pero a otra persona sí. ¿Has decidido no esperar a Toby en el centro?
A Joel se le ocurrió una explicación.
– He ido a dar un paseo.
– Hace un poco de frío.
– Sí. Bueno.
No sabía por qué había entrado en la tienda. Podía achacarlo a un vago deseo de consuelo, pero no tenía más capacidad para explicarse las cosas a sí mismo. Quería que algo alterara cómo se sentía por dentro. Quería que su tía fuera ese algo o, si no, que ella se lo proporcionara.
Kendra siguió planchando. Puso unos pantalones negros sobre la tabla y los examinó de arriba abajo. Meneó la cabeza con desaprobación y los levantó para que Joel los viera. Había una mancha de grasa delante, alargada, con la forma de Italia. Los tiró al suelo y dijo:
– ¿Por qué la gente cree que «pobre» es sinónimo de «desesperado», cuando lo que significa, en realidad, es querer algo que te haga olvidar que eres pobre, no algo que te recuerde que eres pobre cada vez que te lo pones? -Volvió al montón de ropa y cogió una falda.
Joel la observó y sintió un deseo irresistible de contárselo todo: lo del Cuchilla, lo de Cal Hancock, lo de la pistola, lo de la mujer. En realidad, tenía la necesidad imperiosa de hablar. Pero cuando su tía levantó la cabeza, no le salieron las palabras y se alejó de ella; caminó todo el largo de la tienda. Se detuvo a examinar una tostadora con forma de perrito caliente y, al lado, una bota de cowboy transformada en lámpara. Pensó en lo extraño de los objetos que la gente llegaba a comprar. Querían algo y luego no lo querían, en cuanto veían el efecto que tenía sobre sí mismas y sobre el resto de sus posesiones, en cuanto sabían qué parecía todo lo demás a su lado, en cuanto se daban cuenta de cómo haría que se sintieran a la larga. Pero si lo hubieran sabido, si lo hubieran sabido antes, no habría desperdicio. No habría rechazo.
Kendra habló.
– ¿Sabías lo que hacían, Joel? Quería preguntártelo, pero no sabía cómo.
Por un momento, Joel pensó que hablaba de la tostadora y de la bota de cowboy transformada en lámpara. No podía imaginar qué clase de respuesta tenía que dar.
Su tía siguió.
– Después… ¿Notaste algo distinto en ella? Y si lo notaste, ¿no pensaste en recurrir a alguien?
Joel miró de la lámpara a la tostadora.
– ¿Qué? -dijo. Tenía calor y estaba mareado.
– Tu hermana. -Kendra presionó sobre la plancha, que crepitó cuando unas gotas del agua caliente que había dentro cayeron sobre la prenda en la que estaba trabajando-. Esos hombres y lo que le hicieron; Ness no lo contará nunca. ¿Lo sabías?
Joel negó con la cabeza, pero escuchó más de lo que su tía estaba diciéndole en realidad. Oyó el «deberías» implícito. Su hermana había recibido abusos por parte del novio de su abuela y de todos sus amigos; Joel debería haberlo sabido, debería haberlo visto, debería haberlo reconocido, debería haber hecho algo. Aun teniendo siete años o la edad que tuviera cuando comenzaron a sucederle esas cosas terribles a su hermana, debería haber hecho algo, por mucho que los hombres le parecieran gigantes y más que gigantes: abuelos potenciales, padres potenciales. Parecían todo menos lo que eran.
Joel notó los ojos de su tía clavados en él. Estaba esperando algo visto, algo oído, algo percibido, cualquier cosa. Él quería dárselo, pero no pudo. Bajó la mirada.
– ¿La echas de menos? -dijo Kendra.
Joel asintió con la cabeza.
– ¿Qué le han…? -dijo.
– Está en un centro para menores en prisión preventiva. Está… Joel, es probable que esté lejos un tiempo. Fabia Bender cree…
– No va a ir a ninguna parte. -El chico emitió la declaración con más ferocidad de la que quería.
Kendra dejó la plancha a un lado.
– Yo tampoco quiero que la manden lejos -dijo con tono amable-. Pero la señorita Bender está intentando arreglar las cosas para que la pongan en algún lugar donde puedan ayudarla en vez de castigarla. Algún sitio como… -Calló.
El chico levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron. Los dos sabían hacia dónde se encaminaba esa explicación y no era reconfortante: «Algún sitio como en el que está tu madre, Joel. Tiene la maldición de la familia. Dile adiós». Los bordes del mundo de Joel seguían doblándose sobre sí mismos, como una hoja seca caída de un árbol.
– No será asín -dijo.
– Así -le corrigió pacientemente su tía.
Volvió a coger la plancha, aplicándola a la falda extendida sobre la tabla.
– No lo he hecho bien con ninguno de vosotros. No vi que lo que tenía era más importante que lo que quería. -Hablaba con mucho cuidado. Planchaba con mucho cuidado, pese a que la tarea no requería la concentración ni la atención que estaba dedicándole.
– Echas de menos a Dix, ¿verdad? -dijo Joel.
– Claro -contestó ella-. Pero Dix es…, es algo distinto. Para mí, Joel, el asunto era que Glory os dejó conmigo y yo pensé: «De acuerdo, lo aguantaré porque son mi familia, pero nada va a cambiar mi forma de vivir. Porque si cambio mi forma de vivir, acabaré odiando a estos niños por obligarme a cambiar las cosas, y no quiero odiar a los hijos de mi hermano porque nada de esto es culpa suya. Ellos no querían que a su padre le pegaran un tiro y, evidentemente, no pidieron que su madre se pasara la vida entrando y saliendo del manicomio. Pero, aun así, todos tenemos que seguir caminos distintos. Así que los meteré -matricularé- en el colegio, les daré de comer y un lugar donde vivir; con eso, estaré cumpliendo con mi obligación». Pero no se trataba sólo de cumplir con una obligación. No quise verlo.
Tras aquel discurso, Joel se dio cuenta de que su tía estaba disculpándose con él, con todos ellos, en realidad, a través de él. Quería decirle que no hacía falta. Si hubiera sido capaz de expresarlo con palabras, le habría dicho que ninguno de ellos había pedido lo que les había tocado, y si la habían fastidiado intentando hacer frente a la situación, ¿de quién era la culpa? Su tía había hecho lo que había creído acertado en cada momento.
– No pasa nada, tía Ken -dijo.
Pasó el dedo por la bota de cowboy transformada en lámpara y luego lo apartó. Como el resto de la mercancía de la tienda benéfica, estaba limpia y sin una mota de polvo, lista para que alguien que buscara algo extravagante que le distrajera del resto de su vida la comprara y se la llevara a casa. A Toby, pensó, le habría encantado la lámpara. Con cosas sencillas, extravagantes, le bastaba.
Kendra se acercó a su lado. Le pasó el brazo por los hombros y le dio un beso en la sien.
– Todo esto pasará -dijo-. Lo superaremos. Toby, tú y yo. Vamos a superarlo. Y cuando lo hagamos, seremos una familia como es debido. Seremos una familia como Dios manda, Joel.
– Vale -dijo el chico en voz tan baja que sabía que era imposible que su tía lo oyera-. Será maravilloso, tía Ken.
Joel se sintió atraído hacia Alerta criminal como un espectador de un accidente de tráfico. Tenía que mirar, pero no sabía cómo hacerlo sin llamar la atención sobre lo que pensaba hacer.
A medida que se acercaba el programa, Joel se esforzó por pensar en cómo arrebatar el mando del televisor a su hermano pequeño. Toby estaba viendo una película de vídeo -un joven Tom Hanks liado con una sirena- y sabía que no podía parar la cinta sin que pusiera el grito en el cielo. Pasaban los minutos: diez, luego quince, y Joel se devanaba los sesos pensando en un modo de separar a Toby de su película. Fue el compromiso que Kendra asumió para mejorar su papel en el cuidado de los niños lo que al final le dio la oportunidad que necesitaba. Su tía decidió que tenía que supervisar el baño de Toby y le dijo al pequeño que podía ver el resto de la película en cuanto estuviera bañado y se hubiera puesto el pijama. Cuando se llevó a su hermano al lavabo, Joel corrió al televisor y encontró el canal adecuado.