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Como nadie, aparte de su hermano Joel, había mostrado a Ness la más mínima lealtad, en realidad no pensó que Cal pudiera negarse a traicionar al hombre que era la fuente de todo lo que permitía al rastafari mantener unidos cuerpo, alma y mente. Como los padres de Cal se habían ido del Reino Unido cuando él tenía dieciséis años -llevándose consigo a sus hermanos, pero dejándole a él atrás para que se las arreglara solo-, había unido sus fuerzas a las del Cuchilla cuando era adolescente, primero demostrando ser el chico más fiable de los camellos en bicicleta y luego escalando rangos deprisa, hasta convertirse en mitad mayordomo y mitad guardaespaldas, una posición que ostentaba satisfactoriamente desde hacía cuatro años. Pero Ness no sabía nada de esto. Cuando veía a Cal Hancock, veía al artista de grafitis con rastas, a menudo colocado, pero que, por lo general, rondaba cerca, salvo que lo echaran durante esos minutos de intimidad que el Cuchilla requería para el acto sexual. Ness se figuró que si alguien sabía la verdad sobre Arissa, sería Cal.

Esperó a que llegara una de esas ocasiones en las que el Cuchilla estaba, como decía él, «atendiendo asuntos». Este «atender asuntos» ocurría esporádicamente y consistía en recibir mercancía robada, drogas u otros artículos de contrabando. Todo esto le llegaba al Cuchilla a locales no relacionados con el piso ocupado. Por lo general, Cal acompañaba al Cuchilla a este escondite, pero un día, como tenía intenciones con Ness que prometió cumplir, tras terminar su reunión, le dijo que le esperara en el piso ocupado. Para que estuviera a salvo en aquel lugar infecto, le dijo a Cal que se quedara con ella. Eso brindó a Ness la oportunidad que había estado esperando.

Cal encendió un porro y se lo ofreció. Ness negó con la cabeza y le dio tiempo para que fumara. Cuando estaba colocado tenía un hablar perezoso, y Ness quería que estuviera menos atento a lo que decía en respuesta a sus preguntas.

Utilizó un enfoque que presuponía un conocimiento.

– ¿Y dónde vive esta tal Arissa, Cal?

El rastafari estaba sumido en su colocón y asintió, dejando que le cayeran los párpados. Como guardaespaldas del Cuchilla, dormía poco. Cualquier oportunidad para echar una cabezadita, la aprovechaba. Se deslizó por la pared para tumbarse en el futón. Sobre él había un grafiti de una chica negra de generosos pechos con una minifalda y pistolas desenfundadas a la manera de un especialista en tiroteos. La chica negra no era una caricatura de Ness, y como ya estaba ahí cuando llegó por primera vez a este lugar, no había pensado más en ella. Ahora, sin embargo, Ness la miró con más detenimiento y vio que su top escarlata estaba recortado y dejaba al descubierto un tatuaje, una serpiente en miniatura idéntica a la del Cuchilla.

– ¿Es ella, Cal? -dijo Ness-. ¿Pintaste a Arissa en la pared?

Cal miró hacia arriba y vio a qué se refería la chica.

– ¿Ésa? -dijo-. No. No es Arissa. Es Thena.

– ¿Ah, no? Entonces, ¿cuándo vas a pintar a Arissa?

– No tengo pensado… -Miró hacia ella y dio una calada al porro mientras dudaba. Se había dado cuenta de lo que estaba haciendo la chica, y ahora intentaba decidir qué bronca iba a caerle por haber dicho lo que ya había dicho.

– ¿Dónde vive, tío? -preguntó Ness.

Cal no dijo nada. Se apartó el porro de los labios y miró la pequeña columna de humo que se elevaba de la punta. Volvió a ofrecérselo, diciendo:

– Vamos. No lo desperdicies, tío.

– No soy un hombre. Y ya te he dicho que no quiero.

Cal dio otra calada y se tragó el humo. Se quitó el gorro. Lo tiró sobre el futón y sacudió la cabeza para soltarse las rastas.

– ¿Y cuánto tiempo lleva el Cuchilla tirándosela? ¿Es verdad que desde antes de follar conmigo?

Cal giró la cabeza hacia ella y entrecerró los ojos. Ness estaba en la ventana con la luz detrás y Cal le hizo un gesto con la mano para que se moviera a donde pudiera verla mejor.

– Hay cosas que no te hace falta saber -dijo-. Supongo que ésa es una de ellas.

– Dímelo.

– No hay nada que decir. Lo hace o no. Lo hacía o no. Lo que descubras no va a cambiar las cosas.

– ¿Y qué se supone que significa eso exactamente?

– Piensa en ello. Pero no preguntes nada más.

– Entonces, ¿es todo lo que vas a decir, Cal? Podría hacerte hablar. Si quisiera. Podría.

Cal sonrió. Pareció tan asustado por su amenaza como lo habría parecido ante un patito armado.

– ¿Sí? ¿Y cómo vas a hacerlo?

– Si no me lo dices, le diré que has intentado follarme, Cal. Imagino que ya sabes qué hará entonces.

Cal se rió abiertamente antes de dar otra calada.

– ¿Ése es tu gran plan? ¿Te crees tan especial para él que matará a quien te toque? Mira, guapa, no ves la vida como es. Te follo y eres historia. Porque para el Cuchilla es mucho más fácil sustituirte a ti que a mí, y ésa es la verdad. Tienes suerte de que no me intereses, ¿comprendes? Porque si me interesaras, se lo diría al Cuchilla y me quedaría contigo cuando se hartara de ti.

Ness ya había oído suficiente.

– Ya vale, tío -dijo, y siguió su patrón habitual, que era desaparecer de escena. Se dirigió a la puerta que no tenía ni pomo ni cerradura, y se dijo que Calvin Hancock se las pagaría, y que se las pagaría donde más iba a dolerle.

Se mantuvo fiel a sus intenciones. La siguiente vez que estuvo a solas con el Cuchilla, le contó lo que Cal le había dicho sobre compartirla. Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba, que era que el Cuchilla montara en cólera justificadamente y le diera a Cal Hancock la paliza que se merecía, el Cuchilla soltó una carcajada.

– Cuando se coloca, ese tío dice lo que sea -dijo, y no dio ninguna muestra de que pensara hacer algo para castigar al otro hombre.

Cuando Ness le exigió que hiciera algo para protegerla, el Cuchilla le acarició el cuello con la nariz.

– ¿Crees que le doy esto a cualquiera? Estás loca si piensas esa mierda.

Pero lo de Arissa seguía ahí; la única forma de conseguir una respuesta a la pregunta era ver si el Cuchilla podía guiarla hasta ella. Sin embargo, Ness sabía que no podía seguirle. Cal era bueno en su trabajo como protector del Cuchilla, así que la vería por mucho que intentara evitar que la descubriera. La única alternativa que vio fue sacarle información a Six. Odiaba hacerlo porque la ponía a merced de la otra chica, pero no le quedaba más remedio.

Como Six no era una chica que guardara rencor a nadie cuando había una fuente potencial de sustancias gratis en juego, fingió que lo que había sucedido entre ella y Ness en Kensington High Street no había pasado nunca. Así que recibió a Ness en el piso destartalado de Mozart Estate, y tras insistir en que la acompañara en una versión de karaoke de These boots are made for walking -mucho más melodiosa gracias a haberse bebido una botella grande del enjuague bucal de su madre para intentar colocarse antes de cantar-, divulgó la información que Ness buscaba. Arissa vivía en Portnall Road. Six no sabía la dirección, pero sólo había un bloque de pisos en esa calle, habitado en su mayoría por jubilados. Arissa vivía allí con su abuela.

Ness fue a Portnall Road y esperó. Encontró el edificio sin problemas y aún le costó menos divisar un lugar desde donde observar la entrada del edificio sin que la vieran. No tuvo que esperar mucho. En su segundo intento por atrapar al Cuchilla en lo que ella consideraba una transgresión sexual, apareció con Cal al volante, como siempre, y entró en el edificio. Por su parte, Cal se quedó holgazaneando en el portal. Sacó una libreta -desde donde estaba Ness parecía un cuaderno de dibujo- y empezó a utilizar un lápiz. Se apoyó en la pared y sólo de vez en cuando alzaba la vista para asegurarse de que la zona seguía segura para lo que tramara el Cuchilla. Que sólo podía ser una cosa, y Ness lo sabía.