Joel no dijo nada porque no podía expresar lo que creía, puesto que lo que creía nacía de la historia que compartía con su hermana, además de lo que sentía por ella. Lo que sentía era añoranza: por la Ness que había sido. Lo que creía era que ella echaba de menos a la chica que había sido, pero que aún albergaba menos esperanzas de recuperarla.
Toby bajó corriendo las escaleras, con la lámpara de lava bajo el brazo. La dejó en el centro de la mesa y extendió el cable, para enchufarla a la toma de corriente. Se subió a una silla y apoyó la barbilla en las manos para mirar cómo los glóbulos naranjas brillantes empezaban sus ascensos y descensos rítmicos.
– Aquí tengo su preferido, señor Campbell -le dijo Kendra-. Naan con pasas, almendras y miel. ¿Preparado?
Toby la miró, sus ojos llenos de vida al pensar en el pan. Kendra sonrió y sacó del bolso un sobre con tres sellos extranjeros pegados. Se lo entregó a Toby diciendo:
– Parece que tu abuela tampoco se ha olvidado de tu día especial. Esto ha llegado desde Jamaica. -No mencionó que había llamado a su madre tres veces para que lo mandara; ella misma había incluido el billete de cinco libras que Toby iba a encontrar cuando lo abriera-. Así que ábrelo y veamos qué dice.
Joel ayudó a Toby a sacar la gran tarjeta del sobre. Recogió el billete de cinco libras mustio que revoloteó hasta el suelo.
– ¡Eh, mira esto, Tobe! -dijo-. Eres rico.
Pero Toby estaba examinando una polaroid que Glory también había enviado. En ella, su abuela y George aparecían con una serie de desconocidos, los brazos alrededor los unos de los otros, con las botellas de Red Stripe levantadas. Glory llevaba un top con la espalda al aire -no era una elección adecuada para una mujer de su edad-, una gorra de béisbol de los Cardinals y pantalones cortos; iba descalza.
– Parece que ha encontrado su lugar -dijo Kendra cuando le cogió la fotografía a Toby y le echó un vistazo-. ¿Quién es toda esta gente? ¿El clan de George? ¿Y te ha mandado cinco libras, Toby? Bueno, es todo un detalle, ¿verdad? ¿Qué vas a hacer con tanta pasta?
Toby sonrió contento y tocó el billete que Joel le entregó. Era más dinero del que había visto junto en toda su vida.
Ness se reunió con ellos poco después, justo en el momento en que Joel estaba decidiendo en qué plato especial podía comer Toby el día de su cumpleaños. Se conformó con una bandeja de hojalata pintada con la cara de Papá Noel, que rescató de debajo de dos moldes para tartas y una fuente para el horno. Los bordes estaban llenos de polvo, pero un agua rápida lo remediaría.
Ness tampoco se había olvidado del cumpleaños de Toby. Llegó con lo que anunció que era una varita mágica. Estaba hecha de plástico transparente y llena de estrellitas, que brillaban con intensidad cuando alguien la agitaba. No mencionó de dónde la había sacado, y tanto mejor, porque la había birlado de la misma tienda de Portobello Road donde Joel había comprado la lámpara de lava.
Toby sonrió cuando Ness le enseñó cómo funcionaba la varita mágica.
– Es chulísima -dijo, y la agitó con alegría-. ¿Puedo pedir un deseo cuando la agite?
– Puedes hacer lo que quieras -le dijo Ness-. Es tu cumpleaños, ¿no?
– Y como es su cumpleaños -dijo Kendra-, yo también tengo algo… -Desapareció trotando escaleras arriba y regresó con un paquete largo que entregó a Toby. El niño lo abrió y descubrió un tubo y unas gafas de buceo, tal vez uno de los regalos más inútiles que había recibido un niño de un pariente bienintencionado. Kendra dijo amablemente-: Hacen juego con tu flotador, Toby. ¿Dónde está, por cierto? ¿Por qué no lo llevas puesto?
Naturalmente, Joel y Toby no le habían relatado el enfrentamiento que habían tenido con Neal Wyatt, el día que el flotador había caído mal herido. Desde entonces, Joel había intentado repararlo con cola, pero no se había pegado bien. Por lo tanto, el flotador estaba bastante acabado.
Las cosas no eran perfectas, pero nadie pensó demasiado en eso porque todos y cada uno de ellos -incluida Ness- estaban decididos a mantener un aura de buen ánimo. El propio Toby no pareció percatarse de todo lo que faltaba en su celebración: el cartel de cumpleaños, el carrusel de hojalata y, sobre todo, la madre que le había dado a luz.
Los cuatro atacaron la comida, deleitándose en todo, desde el jalfrezi vegetal a los bhají de cebolla. Bebieron limonada y hablaron sobre lo que Toby podía hacer con las cinco libras del regalo de cumpleaños. Durante todo el rato, la lámpara de lava estuvo en el centro de la mesa, borboteando y brillando con una luz misteriosa.
Acababan de llegar al naan cuando alguien llamó con brusquedad a la puerta. Tres golpes fuertes seguidos de un silencio, dos golpes más, y alguien que gritó:
– Devuélvemelo, zorra. ¿Me oyes? -Era una voz de hombre, desagradable y amenazante.
Kendra dejó de cortar una rebanada de naan para Toby y alzó la vista, Joel dirigió su atención a la puerta. Toby se quedó mirando la lámpara de lava. Ness mantuvo los ojos clavados en su plato.
Los golpes en la puerta empezaron de nuevo, más en serio esta vez. Otro grito los acompañó.
– ¡Ness! ¿Me oyes? He dicho que abras o echaré abajo esta mierda de puerta de una patada, así de fácil. -Más golpes-. No hagas que me cabree, Ness. Te partiré la puta cabeza si no abres cuando te lo digo.
Este tipo de lenguaje no asustaba a Kendra Osborne. Pero sí era el tipo de lenguaje que encendía los cilindros de su indignación. Así que empezó a levantarse diciendo:
– ¿Quién demonios es? No consentiré que nadie…
– Puedo ocuparme. -Ness se puso de pie para detener a Kendra.
– Sola no, no lo harás. -Kendra se dirigió hacia la puerta irritada, y Ness la siguió de cerca.
Toby y Joel fueron detrás. Toby masticaba su rebanada de naan, los ojos muy abiertos de curiosidad, como alguien que creyera que aquello formaba parte de un espectáculo de cumpleaños inesperado.
– ¿Qué demonios quieres? -preguntó Kendra mientras abría la puerta-. ¿Qué pretendes llamando a esta puerta como un vulgar…?
Entonces vio quién era y la imagen le impidió decir nada más. Miró del Cuchilla a Ness y otra vez al Cuchilla, que iba vestido como un banquero londinense, pero a quien, con una boina roja que cubría su calva y una cobra que escupía veneno tatuada en la mejilla, nadie habría confundido jamás con uno.
Kendra sabía quién era. Llevaba viviendo en North Kensington el tiempo suficiente como para haber oído hablar de él. Y aunque no hubiera sido así, Adair Street no estaba muy lejos de Edenham Way, y era en Adair Street donde vivía la madre del Cuchilla, en una casa adosada de la que -según los chismorreos del mercado de Golborne Road- había echado a su hijo cuando le resultó evidente que, si seguían los pasos de su hermano mayor, sus hijos menores estarían adentrándose en un camino que los llevaría directamente a lugares como las cárceles de Pentonville o Dartmoor.
Kendra ató cabos en el tiempo que tardó en digerir las palabras del Cuchilla, que fue cero.
– Tenéis que hablar.
Mientras tanto, el Cuchilla la empujó para entrar, sin que le invitaran a pasar y sin querer esperar a que lo hicieran, algo que supuso correctamente que no harían. Iba acompañado de Arissa, mini-falda negra pegada a los muslos, top negro recortado hasta los pechos, botas negras que le subían por las piernas hasta las rodillas, tacones tan altos y finos que podrían considerarse armas letales. Era la compañera perfecta para la aventura de esta noche, y su aparición al lado del Cuchilla cosechó el resultado deseado cuando le dijo que le acompañara.
Ness dio un paso adelante.