– Dáselo a ella -gritó-. Quizá te dé otro hijo. Luego la dejarás tirada como una mierda y pasarás a la siguiente. ¿Ya sabe que la cosa funciona así? ¿Se lo has dicho? Dale por detrás, pero no es suficiente; nada puede hacerte grande por fuera cuando tu interior es tan pequeño.
Dicho esto, cerró de un portazo y se dejó caer contra la puerta, sollozando y golpeándose la cara con los puños. Toby salió disparado hacia la cocina, donde se escondió debajo de la mesa. Joel se levantó, mudo e impotente. Dix fue hacia Kendra, pero Kendra fue hacia Ness.
– Ness, Ness, ¿qué te pasó, cielo? -preguntó, pero la respuesta era demasiado aterradora.
– No pude. -Eso fue todo lo que dijo Ness, y siguió sollozando y golpeándose la cara-. Ella pudo y yo no.
Capítulo 10
Aunque no podía responsabilizarse a Joel de ninguno de los sucesos que interrumpieron la fiesta de cumpleaños de Toby, él sí se sentía responsable. La noche especial de Toby se había echado a perder. Como era consciente de lo poco que su hermano pedía de la vida, Joel decidió asegurarse de que ningún otro cumpleaños tuviera un final así.
El final fue más caos. En cuanto Dix D'Court despachó al Cuchilla, hubo que ocuparse de Ness. El corte de la navaja automática no era algo que pudiera curarse con una simple tirita, así que Kendra y Dix la llevaron corriendo al hospital más cercano, conteniendo la hemorragia con un viejo paño de cocina que llevaba dibujado el rostro descolorido de la princesa de Gales. Aquello dejó a Joel con los restos de la comida y de la visita del Cuchilla, y tuvo que decidir si pasar de todo o encargarse de ellos. Eligió encargarse: fregó los platos, ordenó la cocina y la mesa de comer, quitó con cuidado el cartel de «Feliz cumpleaños» de la ventana de la cocina y guardó los sellos en una cajita junto a la tostadora, que era donde los había encontrado. Quería reparar lo que había sucedido en la casa y sintió la urgencia de hacerlo cuando se puso manos a la obra. Mientras tanto, Toby se quedó sentado a la mesa con la barbilla sobre los puños, observando su lámpara de lava y respirando a través del tubo de buceo nuevo. Toby no dijo ni una palabra acerca de lo que había ocurrido. Se había sumergido en Sose.
En cuanto Joel acabó de ordenar el piso de abajo de la casa, llevó a Toby arriba. Allí, supervisó su baño -que el pequeño vio correctamente como la primera oportunidad de utilizar las gafas y el tubo de buceo- y después plantó a su hermano delante del televisor. Al final, los dos chicos se quedaron dormidos en el sofá y no se despertaron hasta que su tía regresó con Ness. Incluso entonces sólo fue una sacudida en el hombro lo que desveló a Joel y Toby. Ness, dijo Kendra, estaba arriba en la cama. Llevaba la cabeza vendada -el corte requirió diez puntos-, pero podían ir a verla antes de acostarse si querían, para que supieran que se encontraba bien.
Ness estaba en el cuarto de Kendra con la cabeza envuelta en algo blanco, como el turbante de un sij. Llevaba tantos vendajes que parecía que le hubieran operado el cerebro, pero Kendra les dijo que el turbante era más una cuestión estética que otra cosa. Habían tenido que afeitarle una parte pequeña de la cabeza para llegar al corte, les contó, y Ness les había suplicado que le taparan el trozo pelado.
No estaba dormida, pero tampoco hablaba. Joel sabía que lo mejor era dejarla tranquila, así que le dijo que se alegraba de que estuviera bien. Se acercó a ella y le dio una palmadita torpe en el hombro. Ella lo miró, pero como si no lo viera en realidad. No miró a Toby.
A Joel esa reacción le recordó a su madre, y provocó que todavía sintiera más la necesidad de mejorar las cosas, lo que para él implicaba hacer que la vida volviera a ser como había sido para todos ellos en el pasado. Que aquello fuera imposible -dada la muerte de su padre y el estado de su madre- no hizo más que intensificar la urgencia de hacer algo. Joel se paseó con torpeza intentando pensar en un calmante adecuado. Como era un joven con recursos limitados y sólo comprendía de manera imperfecta lo que estaba sucediendo en su familia, decidió que encontrar un sustituto al cartel de feliz cumpleaños sería una actividad destinada a complacer a todo el mundo.
No tenía dinero, pero pronto se le ocurrió una forma de conseguir los fondos que necesitaba. Durante una semana, fue de casa al colegio caminando, ahorrándose así el billete del autobús. Eso significaba dejar que Toby le esperara solo en la escuela Middle Row más tiempo del habitual; también significaba que su hermano llegara tarde al centro de aprendizaje para sus clases particulares. Pero consideró que era un precio pequeño por comprar un cartel de feliz cumpleaños.
Joel realizó su búsqueda del cartel en tres lugares. Empezó en Portobello Road. Como allí no tuvo suerte, continuó en Golborne Road, sin éxito. Al final acabó en Harrow Road, donde había un pequeño Ryman's. Pero allí tampoco dio con nada parecido al cartel que estaba buscando y fue sólo cuando siguió en dirección a Kensal Town que llegó a una de esas tiendas de Londres donde se puede encontrar de todo, desde tarjetas telefónicas a planchas de vapor. Entró.
Lo que encontró fue una pancarta de plástico. Decía: «¡Es niño!», y aparecía dibujada una cigüeña en moto y con casco, un fardo de pañales en el pico. Desanimado por no haber hallado lo que quería a pesar de recorrer tres calles en su búsqueda, Joel decidió comprar la pancarta. La llevó a la caja y entregó el dinero, pero se sentía absolutamente derrotado.
Cuando salía de la tienda, vislumbró un pequeño poster, un papel naranja chillón con un anuncio, parecido al tipo de anuncios que había repartido por North Kensington para el negocio de masajes de su tía. El color del folleto hacía que fuera difícil no fijarse en él. Joel se paró a leerlo.
Lo que vio fue un anuncio de un curso de guiones en Paddington Arts; sin duda aquello no tenía nada de insólito, puesto que Paddington Arts -financiado en parte con dinero de la lotería- había sido diseñado justamente para estimular este tipo de actividades creativas en North Kensington. Lo que era insólito, sin embargo, era el nombre del profesor. El nombre: «I. Weatherall» aparecía impreso debajo del título del curso, tras las palabras «impartido por».
No parecía posible que pudiera haber más de un I. Weatherall en la zona. Sin embargo, para asegurarse, Joel rebuscó en su mochila y encontró la tarjeta que Ivan le había dado el día que había puesto fin a la pelea con Neal. Había un número de teléfono al final de la tarjeta y coincidía con el número que figuraba en el folleto naranja a continuación de las palabras «Para preguntas y más información, por favor llamar al».
La tarjeta le recordó a Joel que Ivan Weatherall vivía en Sixth Avenue. En ese momento, él se encontraba cerca de la esquina con Third Avenue. Esa coincidencia bastó para provocar su siguiente movimiento.
La lógica sugería que la calle en cuestión estaba a poca distancia de Third Avenue, pero cuando Joel se puso en marcha, descubrió que no era así. Cinco calles separaban Third Avenue de Sixth Avenue, y cuando Joel llegó, encontró un barrio de casas adosadas bastante distinto a los que había visto desde que vivía con su tía. A diferencia de las amenazantes urbanizaciones de viviendas subvencionadas que configuraban gran parte de North Kensington, estas casas -rastros curiosos del siglo xix- eran estructuras pequeñas y pulcras de sólo dos pisos y la mayoría tenía piedras, con el año 1880 grabado en ellas, hundidas en los dinteles de los minúsculos porches con tejado. Las construcciones eran idénticas y se diferenciaban las unas de las otras por los números, lo que había colgado en las ventanas, y por las puertas de entrada y los jardines diminutos. El número 32 tenía la característica adicional de un espaldar clavado en la pared entre la puerta y lo que debía de ser la ventana del salón. En este espaldar, cuatro de los siete enanitos escalaban para llegar a una Blancanieves que estaba sentada en lo alto de la moldura de madera. No podía decirse que hubiera un jardín en la parte delantera, sino más bien un rectángulo de losas, donde había una bicicleta encadenada a una verja de hierro, que remataba un muro bajo de ladrillo. Este muro recorría la acera y marcaba los límites de la minúscula propiedad.