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Joel y Toby estaban contentos de tener a Dix en casa, porque para ellos era una especie de dios. No sólo había surgido de la nada y había salvado el día como si de un héroe de cine de acción se tratara, sino que a sus ojos también era perfecto en todos los sentidos. Les hablaba como si fueran sus iguales, era evidente que adoraba a su tía -lo cual era una ventaja, ya que también estaban encariñándose con ella-, y si tal vez estaba demasiado obsesionado con la perfección del cuerpo, en general, y la suya en particular, resultaba fácil obviarlo por la seguridad que les aportaba su presencia.

El único problema era Ness. Pronto se hizo evidente que, debido a lo borracha que estaba en esa ocasión, no recordaba que Dix había sido el hombre que la había salvado de un destino desagradable en el Falcon. Simplemente no le tenía ninguna simpatía, a pesar de su oportuna llegada cuando el Cuchilla estaba agrediéndola. Los motivos eran varios, aunque no estaba dispuesta a reconocer ninguno.

El más obvio era que se sentía desplazada. Desde que los Campbell habían llegado a North Kensington desde East Acton, Ness había compartido el cuarto de Kendra las noches que decidía dormir en casa; tras la llegada de Dix, vio cómo la echaban de la habitación de su tía y quedaba relegada al sofá. El hecho de que el hombre montara un biombo para darle intimidad no mejoraba sus sentimientos, y tales sentimientos se agravaron al ver que Dix -que era sólo ocho años mayor que ella y un hombre que quitaba el hipo- permanecía ostensiblemente indiferente a su presencia y que estaba loco por su tía. Se sentía como una rejilla de tostadas frías en su presencia, y tradujo lo que sentía en una renovación de la hosquedad hacia la familia y una renovación de la amistad con Six y Natasha.

Aquello dejaba perpleja a Kendra, que había supuesto equivocadamente que Ness cambiaría después de que el Cuchilla la atacara, cuando se percatara de lo equivocado de su comportamiento anterior, y estaría agradecida de que ahora todos dispusieran de la protección de un hombre. Ante la frustración de la grosería continuada de la chica, le señaló que, en cualquier caso, ella era la responsable de que Dix D'Court se hubiera mudado a vivir con ellos. Si no se hubiera liado con el Cuchilla, no estaría en aquella situación: durmiendo en el sofá, en el salón, detrás de una pantalla plegable.

Con tal enfoque infructuoso, aunque comprensible, se corría el riesgo de empeorar la situación. Dix se lo comentó a Kendra en privado, y le dijo que se tomara las cosas con más calma con la chica. Si Ness no quería hablar con él, no pasaba nada. Si salía enfurruñada de la habitación cuando él entraba, tampoco pasaba nada. Si utilizaba su cuchilla de afeitar, vaciaba su loción corporal en el retrete y tiraba sus zumos 100% orgánicos por el fregadero de la cocina, había que dejarla. Por el momento. Ya llegaría el día en que se daría cuenta de que nada de eso iba a cambiar la realidad. Y entonces tendría que elegir un camino distinto. Necesitaban estar dispuestos a proporcionárselo; debían impedir que eligiera un sendero que le ocasionara más problemas.

Para Kendra, se trataba de una forma abiertamente optimista de abordar el problema de Ness. Desde su llegada, la chica no había traído más que dificultades cada vez mayores a la vida de Kendra. Sin embargo, no se le ocurría nada aparte de dar órdenes y proferir amenazas, la mayoría de las cuales -por el deber que sentía hacia su hermano, el padre de Ness- no cumplía porque carecía de valor para llevarlas a cabo.

– Sigues esperando que sea como tú. -Esa era la evaluación exasperantemente razonable que hacía Dix de la situación cuando él y Kendra hablaban del tema-. Si superas eso, podrás aceptarla como es.

– ¿Sabes lo que es? Una puta -le dijo Kendra-. No va a clase, es una vaga y una zorra.

– No lo dices en serio -contestó Dix, poniéndole un dedo en los labios y sonriendo. Era tarde. Tenían sueño. Habían hecho el amor y estaban preparándose para dormir-. Es tu frustración la que habla. Igual que habla la suya. Estás dejando que te saque de quicio, en lugar de analizar por qué hace lo que hace.

Principalmente, se evitaban, cautelosas como gatos. Kendra entraba en una habitación; Ness salía airada. Kendra asignaba una tarea a la chica; Ness sólo la hacía cuando la petición se transformaba en exigencia, y la exigencia se convertía en amenaza e, incluso entonces, la hacía tan mal como podía. Hablaba con monosílabos, estaba enfadada y se mostraba sarcástica cuando lo que Kendra esperaba de ella era gratitud. No gratitud por tener un techo -algo que incluso Kendra sabía que era pedir demasiado, teniendo en cuenta por qué Ness y sus hermanos habían acabado viviendo en Edenham Way-, sino gratitud, al menos por que Dix la hubiera salvado del Cuchilla. En realidad, era la segunda vez que el hombre la salvaba de un problema, una verdad que Kendra le señaló.

– ¿Ese tío era él? -respondió Ness a la noticia-. ¿El del Falcon? Imposible. -Pero después de saber aquello, Ness lo miró distinto y de una manera que habría preocupado a una mujer menos segura de sí misma que Kendra.

– Era él -respondió su tía-. ¿Tan borracha estabas que no te acuerdas, hija?

– Demasiado borracha para mirarle a la cara -dijo-. Pero lo que sí recuerdo… -Sonrió y puso los ojos en blanco expresivamente-. Kendra, Kendra, Kendra. Qué suerte tienes, tía.

Su comentario fue una piedrecita lanzada a un estanque grande, pero las ondas siguieron su camino hacia fuera. Kendra intentó evitar prestarles atención. Se dijo que, en su estado actual, a Ness le gustaba confundir mentes y no le importaba cómo.

Aun así, no pudo evitar que se produjera una reacción en lo más profundo de su ser, una reacción que a la larga provocó que le dijera a Dix, para abordar el tema indirectamente:

– Tío, ¿qué haces amando un cuerpo de mediana edad como el mío? ¿No te gusta la carne joven? ¿Es eso? A tu edad, pensaría que querrías a alguien joven.

– Tú eres joven -dijo él de inmediato, una respuesta gratificante. Pero siguió con una pregunta intuitiva-: ¿A qué viene todo esto en realidad, Ken?

Aquello exasperó a Kendra: que Dix descubriera sus manipulaciones.

– A nada -respondió.

– No te creo -dijo él.

– Muy bien. ¿Pretendes que crea que no miras a las chicas? ¿A mujeres jóvenes? En el pub, en el gimnasio, tomando el sol en el parque…

– Claro que las miro. No soy un robot.

– ¿Y cuando Ness va por aquí medio desnuda? ¿Te fijas?

– Repito, Ken, ¿a qué viene todo esto?

Al verse presionada, sin embargo, Kendra no logró decir más. Decir más habría indicado falta de confianza, de seguridad y de estima. No estima hacia sí misma, sino hacia él. Para no pensar en lo que Ness claramente quería que pensara, Kendra intensificó sus esfuerzos por aumentar su lista de clientes de masajes, diciéndose que todo lo que no estuviera relacionado con el futuro que intentaba construir era secundario.

Sin embargo, no había pensado que ese futuro incluiría a los Campbell, y mientras Ness continuaba demostrando lo desagradable que podía ser la vida con una adolescente, Kendra, comprensiblemente, dirigió sus pensamientos a cómo poner fin a la vida con una adolescente. Consideró la posibilidad de que su madre volviera a entrar en su mundo y se los llevara con ella. Incluso visitó a Carole Campbell en privado para evaluar si podían despertarse sus escasos instintos maternales. Pero Carole, que tenía un «día ausente», como llamaban al periodo de estado de fuga en el que se sumía, guardó silencio respecto a la situación de Ness y de Joel. El asunto de Toby, Kendra lo sabía, era mejor no mencionarlo.