Entrar en la urbanización no les ocasionó ningún problema. Simplemente se quedaron esperando junto a tres cubos de basura cerca de la verja hasta que se acercó una anciana confiada que arrastraba un carrito de la compra. Tash se adelantó corriendo para sujetarle la puerta en cuanto la mujer la abrió:
– Deje que la ayude, señora.
La mujer se quedó tan sorprendida por que le hablaran y la trataran con tanta educación que no albergó ninguna sospecha cuando Tash la siguió adentro e indicó a Six y Ness que hicieran lo mismo.
Six negó con la cabeza para señalar que dejara marchar a la mujer. Como sería jubilada, era improbable que llevara suficiente dinero encima para lo que querían y, de todos modos, Six ponía el límite en atracar a ancianas indefensas. Le recordaban a su abuela, y no atracarlas era una especie de pacto con el destino, que garantizaba que nadie molestaría a su abuela.
Así que las chicas comenzaron a recorrer los senderos arriba y abajo, observando y esperando. Ninguna de las dos operaciones se demoró. No llevaban ni diez minutos dentro del recinto cuando vieron su objetivo. Una mujer salió de una de las casas adosadas, empezó a caminar hacia Harrow Road y cometió la estupidez -y un desafío directo a todo lo que recomendaba la Policía- de sacar un móvil del bolso.
Parecía una bendición caída del cielo mientras pulsaba unos números, ajena a lo que sucedía a su alrededor. Aunque no llevara dinero, tenía móvil, y hasta la fecha nada había cambiado la vida de Six y Natasha, así que poseer un móvil aún representaba el mayor de sus sueños.
Ellas eran tres, y la mujer una: las probabilidades parecían excelentes. Lo único que haría falta serían dos chicas delante y una detrás. Una confrontación sin violencia, pero con la amenaza del daño físico omnipresente. Tenían pinta de duras porque eran duras. Aún más, ella era blanca; ellas, negras. Ella era de mediana edad; ellas, jóvenes. Era, en resumen, un encuentro ideal, y las chicas no dudaron en seguir adelante.
Six iba en primer lugar. Ella y Tash se enfrentarían con la mujer. Ness sería el refuerzo sorpresa que aparecería por detrás.
– ¿Patty? Soy Sue -le dijo la mujer al móvil-. ¿Puedes abrir tú la puerta? Llego tarde y no creo que los estudiantes esperen más de diez minutos si… -Vio a Tash y a Six delante de ella. Se detuvo en el sendero. Desde detrás, Ness le colocó una mano en el hombro. La mujer se puso tensa.
– Danos el móvil, zorra -dijo Six, y se acercó deprisa. Tash hizo lo mismo.
– Danos el bolso también -dijo Tash.
Sue estaba blanca hasta los labios, aunque las chicas no tenían forma de saber si era su color natural.
– No os conozco, ¿verdad, chicas? -dijo.
– Bueno, en eso tienes razón -dijo Six-. Danos el móvil y hazlo ya. Si no, te pinchamos.
– Sí, sí, claro. Sólo… -Y Sue dijo al teléfono-: Escucha, Patty, me están atracando. Si no te importa llamar…
Ness la empujó hacia delante. Six la empujó hacia atrás.
– No juegues con nosotras, puta -dijo Tash.
La mujer, que parecía aturullada, dijo:
– Sí, sí. Lo siento mucho. Yo sólo… Aquí. Dejadme… Tengo el dinero dentro… -Y fue a meter la mano en el bolso, que tenía correas y hebillas. Se le cayó y el móvil fue a parar al suelo. Six y Tash se agacharon rápidamente para cogerlo. Y, en un instante, el cariz del atraco cambió.
Del bolsillo, la mujer sacó una lata pequeña, con la que comenzó a rociar a las chicas. No era más que un ambientador potente, pero sirvió. Mientras Sue las rociaba y empezaba a gritar socorro, las chicas cayeron hacia atrás.
– ¡No os tengo miedo! ¡No tengo miedo de nadie! Malditas enanas… -Sue gritó y gritó.
Para demostrar lo que fuera que intentaba decir, agarró a la chica que tenía más cerca y le roció directamente la cara. Era Ness, que se dobló hacia delante mientras se encendían las luces de los porches cercanos y los residentes comenzaban a abrir las puertas y a tocar silbatos. Era una patrulla vecinal en toda regla.
Six y Natasha ya habían tenido suficiente y huyeron en dirección a la verja. El móvil y el bolso quedaron atrás, junto a Ness. Como ya estaba incapacitada por el espray, fue fácil para Sue encargarse de ella, y lo hizo sumariamente. La echó al suelo y se sentó encima de ella. Cogió el móvil y marcó el 091.
– Tres chicas acaban de intentar atracarme -dijo al teléfono cuando contestó la operadora de Emergencias-. Dos van en dirección oeste hacia Harrow Road. La tercera, estoy sentada encima de ella… No, no, no tengo ni idea… Escúcheme, le sugiero que mande a alguien enseguida porque no tengo intención de dejar marchar a ésta, y no responderé por su estado si tengo que rociarle la cara con espray otra vez… Estoy justo enfrente de la comisaría de Harrow Road, estúpida. Por mí como si manda al conserje.
Capítulo 11
De este modo, Ness Campbell acabó conociendo a su asistente social. La manera como sucedió obedeció al imperio de la ley. La Policía -representada por la figura de una agente con zapatos robustos y un peinado horrible- llegó para ayudar a Sue, que seguía sentada encima de Ness, a la que le rociaba la cara de vez en cuando con el ambientador. Esta misma agente tardó poco en levantar a Ness en presencia de los vecinos congregados, quienes habían dejado de tocar los silbatos, gracias a Dios, al fin. La abuchearon -la mujer policía no pudo disuadirles- y Ness se encontró pasando entre ellos a la fuerza. En realidad, sintió alivio cuando estuvo lejos de allí. Sintió menos alivio dentro de la comisaría de Harrow Road, donde la policía la metió en una sala de interrogatorios. La dejó allí con los ojos aún llorosos por el espray. También estaba afectada, pero era algo que Ness jamás admitiría.
La Policía sabía que no podía hablar con Ness sin que estuviera presente un adulto no policía que supervisara la conversación. Como Ness no se mostró nada comunicativa acerca de quién era el adulto responsable en su vida, el único recurso que le quedó a la comisaría de Harrow Road fue llamar al Departamento de Menores. Enviaron a una asistente sociaclass="underline" Fabia Bender, la misma asistente social que llevaba semanas intentando contactar con Kendra Osborne para hablar sobre la chica.
En tal situación, el trabajo de Fabia Bender no consistía en interrogar a Ness. La chica no estaba en las dependencias policiales por saltarse las clases, que era la razón por la que el Departamento de Menores se había interesado previamente por ella. En esta situación, el trabajo de la asistente social era actuar de parachoques entre la Policía y el menor detenido, lo que implicaba ocuparse de que no se infringían los derechos del menor interrogado.
Como Ness había sido sorprendida con las manos en la masa en un intento de atraco, las únicas preguntas que tenía la Policía estaban relacionadas con los nombres de sus cómplices. Pero la chica volvió la cara en lugar de delatar a Six y Natasha. Cuando el policía -que se llamaba sargento Starr- le preguntó si comprendía que cargaría ella sola con la culpa si no proporcionaba los nombres de sus colegas, Ness dijo:
– Lo que tú digas. Ni que me importara una mierda. -Y le dijo que quería un pitillo. De Fabia Bender pasó por completo. Era una mujer blanca. El poli, al menos, era negro.
– Nada de cigarrillos -dijo el sargento Starr.
– Lo que tú digas -dijo Ness, y apoyó la cabeza en los brazos, cruzados sobre la mesa.
Estaban en una habitación diseñada para ser incómoda. La mesa y las sillas estaban atornilladas al suelo, las luces eran cegadoras; el calor, tropical. La parte arrestada tenía que pensar que su colaboración en el interrogatorio al menos la llevaría a un entorno más cómodo. Naturalmente, era un cuento de hadas que sólo un idiota creería.