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– A casa. Sí. Ya lo sé. Ninguna chica de su edad debería estar en una comisaría de Policía. Estoy de acuerdo. Y podrá llevársela a casa enseguida. Pero primero me gustaría mucho hablar con usted.

La sala de interrogatorios era exactamente igual que la sala en la que Ness esperaba con el sargento Starr. Kendra la vio como un lugar del que quería escapar, pero como también quería escapar con Ness, colaboró con la mujer blanca. Se sentó en una de las sillas de plástico y se metió las manos en los bolsillos de la rebeca.

– Estamos en el mismo barco -le dijo Fabia Bender cuando las dos ocuparon su lugar en la mesa, frente a frente-. Las dos queremos escarmentar a Vanessa. Cuando una chica toma la dirección equivocada, como ha hecho ella, por lo general existe un motivo. Si podemos desarrollar una comprensión completa de cuál es ese motivo, tendremos la oportunidad de ayudarla para que aprenda a hacerle frente. Hacer frente a la vida es la aptitud esencial que necesitamos proporcionarle. También es, por desgracia, algo que las escuelas no logran enseñar. Así que si los padres no poseen esa aptitud para transmitirla a sus hijos -y tenga por seguro que no me estoy refiriendo a usted-, lo más probable es que los hijos tampoco la aprendan. -Tomó aire y sonrió. Tenía los dientes manchados de café y nicotina, además de la mala piel de alguien que lleva toda la vida fumando.

A Kendra no le gustó la sensación de ser adoctrinada. Era capaz de ver que la mujer blanca tenía buenas intenciones, pero la naturaleza de lo que decía Fabia Bender provocó que se sintiera inferior. Sentirse inferior a una mujer blanca -y eso a pesar de ser medio blanca ella misma- garantizaba el enfado de Kendra. Fabia Bender no sabía nada de la infancia caótica y trágica de Vanessa Campbell, y Kendra, ofendida, no iba a contársela.

Sin embargo, quería hacerlo. No porque creyera que la información serviría de ayuda, sino porque podía imaginar que le aclararía las cosas a la asistente social. Quería mirarla fijamente y grabarle la historia en el cerebro: tener diez años y estar esperando a que su padre fuera a buscarla como hacía siempre los sábados tras la clase de ballet, esperar en la calle sola y saber que no tenía que cruzar nunca la A40 para regresar sola a Old Oak Common Lane, asustarse cuando no apareció y, al final, oír las sirenas y cruzar por fin porque qué podía hacer sino intentar volver a casa. Luego, encontrarle ahí tirado, una multitud congregada en torno a él y un charco de sangre alrededor de su cabeza, y Joel arrodillado a un lado de ese charco gritando: «¡Papá! ¡Papá!», y Toby sentado con las piernas abiertas y la espalda contra la fachada de la licorería y llorando porque con tres años no comprendía que hubieran asesinado a su padre de un tiro en plena calle por una reyerta de drogas, una reyerta de drogas en la que no tenía nada que ver. ¿Quién era Ness para ellos, para la Policía, la muchedumbre, el conductor de la ambulancia y su compañero, para el juez que al final apareció para dictaminar lo obvio sobre el cadáver? Tan sólo era una niña con leotardos que gritaba y que no podía hacerse oír por ninguno de ellos.

«¿Quiere saber la causa, señorita blanca? -quería preguntarle Kendra-. Yo puedo contarle la causa.»

Pero aquélla sólo era una parte de la historia. Ni siquiera Kendra conocía el resto.

– Tenemos que empezar por ganarnos su confianza, señora Osborne -dijo Fabia Bender-. Una de las dos tiene que crear un vínculo con la chica. No va a ser fácil, pero hay que hacerlo.

Kendra asintió con la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer?

– Comprendo -dijo-. ¿Puedo llevármela ya a casa?

– Sí. Por supuesto. Dentro de un momento.

Entonces la asistente social se sentó con más firmeza en la silla, su lenguaje corporal dejaba claro que la entrevista no había terminado ni mucho menos. Dijo que había conseguido recabar un poco de información sobre Vanessa durante las semanas que habían pasado desde su primera llamada. Los funcionarios del colegio East Acton's Wood, por no mencionar la Policía local de la zona, habían rellenado algunas lagunas. Por lo tanto, Fabia Bender disponía de algunos datos, pero intuía que había algo más que un padre muerto, una madre internada, dos hermanos y una tía sin hijos propios. Si Kendra Osborne estaba dispuesta a rellenar alguna laguna más para la asistente social…

Así que Kendra se dio cuenta de que Fabia Bender sí conocía algunos de los secretos de la familia, pero estos datos no hicieron más que empeorar su propio malestar. Kendra desarrolló un desprecio más profundo por la mujer, en especial por su acento. El tono bien modulado de Fabia anunciaba a gritos que era de clase media-alta. La elección del vocabulario decía que era licenciada universitaria. Su naturalidad declaraba que había tenido una vida de privilegios. Para Kendra, todo esto demostraba que se trataba de alguien que nunca podría comprender a qué se enfrentaba ni empezar a gestionar una manera de solucionarlo.

– Parece que ya ha rellenado usted esas lagunas -le dijo Kendra de manera cortante.

– Algunas, como le he dicho. Pero lo que necesito comprender con más claridad es la fuente de su ira.

«Hable con su abuela -quiso decirle Kendra a la mujer-. Intente ser el blanco de las mentiras y el abandono de Glory Campbell.» Pero Glory Campbell y la forma indiferente de deshacerse de sus tres nietos era ropa sucia en el armario de Kendra, que no tenía ninguna intención de lavar sus bragas sucias delante de esta mujer blanca. Así que le hizo a Fabia Bender una pregunta lógica: ¿qué más hacía falta para comprender la ira de Ness que un padre muerto y una madre internada? ¿Qué tenía que ver comprender su ira con impedir que se destrozara la vida? Porque, tal como le dijo Kendra a la asistente social, cada vez tenía más claro que lo que Ness Campbell tenía en la mente era destrozarse la vida por completo. Ya pensaba que su vida estaba destruida, así que había decidido ir a por todas. Acelerar las cosas, por así decirlo. Cuando no te importaba el futuro, no te importaba nada en absoluto.

– Habla como si hubiera pasado por lo mismo -le dijo Fabia Bender amablemente-. ¿Hay un señor Osborne?

– Ya no -contestó Kendra.

– ¿Divorciada?

– Exacto. ¿Qué tiene eso que ver con el problema de Ness?

– Entonces, ¿no hay ningún hombre en la vida de Ness? ¿No hay una figura paterna?

– No. -Kendra no mencionó a Dix, ni al Cuchilla ni el olor de los hombres que, durante meses, se había pegado a su sobrina como el rastro dejado por una legión de babosas-. Mire. Me figuro que sus intenciones son buenas. Pero me gustaría llevármela a casa.

– Sí -dijo Fabia-. Ya lo veo. Bueno, entonces sólo nos queda hablar de un tema: su comparecencia ante el juez.

– Nunca antes se ha metido en líos -señaló Kendra.

– Excepto por el problemilla de no ir al colegio -dijo Fabia-. Eso no va a jugar a su favor. Haré todo lo que pueda para conseguirle la libertad condicional y evitar una pena de internamiento…

– ¿Una pena? ¿Por un atraco que ni siquiera tuvo lugar? ¿Cuando tenemos camellos, ladrones de coches, de casas y todo lo demás campando a sus anchas por las calles? ¿Y la encierra a ella?

– Entregaré un informe al juez, señora Osborne. Lo leerá antes de la vista. Tendremos que ser optimistas. -Se levantó. Kendra hizo lo mismo. En la puerta de la sala, Fabia Bender se detuvo-. Alguien tiene que crear un vínculo con esta chica -dijo-. Alguien aparte de los amigos que está eligiendo ahora. No va a ser fácil. Tiene muy buenas defensas. Pero hay que hacerlo.

* * *

La vida en el número 84 de Edenham Way se tornó aún más tensa tras la detención de Ness, y ésta fue una de las razones por las que Joel decidió no esperar a que llegara el próximo cumpleaños de Toby para hacer algo con la pancarta «¡Es niño!». No sólo quería reparar lo sucedido en el cumpleaños de Toby, sino que también creía que era importante que su hermano pequeño se distrajera de lo que ocurría en la vida de Ness, no fuera a ser que se alejara de la familia y se refugiara en su propia cabeza por un periodo de tiempo prolongado. Así que colocó la pancarta en la ventana de su cuarto y esperó a ver la reacción de Toby. Esta vez no le hizo falta utilizar sellos, sino que le pidió al señor Eastbourne varios trozos de cinta adhesiva. Se los llevó a casa pegados con cuidado a la tapa de plástico de una libreta y, por lo tanto, pudo desengancharlos fácilmente.