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– ¿Qué está haciendo? -le preguntó Joel al rastafari.

– Follándose a Arissa -dijo Cal sin rodeos-. Es justo ese momento del día. -Fingió mirar un reloj inexistente en su muñeca mientras hablaba y, luego, añadió maliciosamente-: Aunque no oigo los aullidos de placer de ella, así que son sólo especulaciones. Tal vez las partes del Cuchilla ya no funcionan como deberían. Pero, bueno, un hombre siempre tiene que hacer lo que tiene que hacer, te lo digo yo.

Joel sonrió al oír aquello. Calvin también. Entonces se echó a reír, al ver en sus palabras una gracia que sólo el cannabis podía crear. Apoyó la cabeza en las rodillas para controlar la risotada y el gesto dio a Joel una mejor imagen del cráneo de Caclass="underline" la cabeza de perfil de una serpiente rudimentaria y espectacular. Por el diseño, era evidente que quien hubiera empuñado las tijeras no era un profesional, y Joel intuía bastante bien quién era esa persona.

– ¿Por qué vas con él, tío? -le preguntó Joel sin pensar.

Cal levantó la cabeza, sin carcajadas ni sonrisas. Dio otra larga calada al porro antes de contestar, aunque el acto de fumar era en sí mismo una forma de respuesta.

– Me necesita -dijo-. ¿Quién sino iba a vigilar esta puerta, asegurarse de que pueda tirarse a Arissa en paz sin que un tipo irrumpa y se lo cargue mientras tiene los pantalones bajados? El hombre tiene enemigos.

Y él también, aunque ninguno de ellos era enemigo sin motivos. Existían entre las mujeres que el Cuchilla había utilizado y abandonado, y entre los hombres que estaban más que ansiosos por quedarse con su territorio. Porque el Cuchilla dirigía una empresa atractiva: tenía hierba, chocolate y farlopa a cambio de dinero, pero también a cambio de mercancías o, mejor aún, para hacer trueques. Había muchísimos jóvenes en las calles dispuestos a correr el riesgo de hacerse una joyería por orden del Cuchilla o una oficina de correos o el supermercado de la esquina o alguna casa oscura cuyos propietarios salieran un viernes por la noche… Y todo por conseguir lo que utilizaran para colocarse. Dado que ésta era su profesión principal, había una infinidad de matones interesados en el negocio del Cuchilla, por muchos riesgos que entrañara. Incluso Joel tenía que admitir que había algo tentador en inspirar miedo en algunos, celos en otros, odio en la mayoría y -si había que decir la verdad- lujuria en chicas de dieciocho años y menos.

Lo que explicaba -al menos en parte- lo que le había sucedido a su propia hermana, que era la última mujer de la Tierra que Joel habría imaginado que se enrollara con alguien como el Cuchilla. Pero era evidente que se había enrollado con él, una información que había deducido la noche del cumpleaños de Toby.

– Supongo que tienes que protegerle, ¿no? -le dijo a Calvin-. Aunque no le fue muy bien cuando vino a vernos a nosotros.

Cal se acabó el porro, apretó la punta y puso el medio centímetro que quedaba en una vieja lata de tabaco que sacó del bolsillo.

– Le dije que debería acompañarle -dijo Cal-, pero el tío no quiso. Quería que Arissa viera al Cuchilla siendo el Cuchilla, ¿comprendes? Recoger lo que era suyo y hacer que tu hermana deseara con todas sus fuerzas no haber nacido.

– Pues no conoce a Ness si creía que conseguiría que deseara eso -observó Joel.

– Cierto -dijo Cal-. Pero la cuestión nunca fue conocerla. El Cuchilla está demasiado ocupado para conocer a una tía. Al menos, demasiado ocupado para tener otra cosa con ella que no sea ñaca-ñaca, tú ya me entiendes.

Joel se rió al oír aquella expresión, y Calvin sonrió como respuesta. La puerta del bloque de pisos se abrió.

Apareció el Cuchilla. Calvin se puso de pie deprisa, una maniobra sorprendente teniendo en cuenta su estado. Joel no se movió, aunque quiso dar un paso rápido para responder a la hostilidad que asomó a las facciones angulosas del Cuchilla. El hombre lanzó una mirada despectiva a Joel, pasó de él como si fuera un insecto y centró su atención en Cal.

– ¿Qué haces? -le preguntó.

– Estaba…

– Calla. ¿A esto le llamas tú vigilar? ¿Protegerme? ¿Y qué es esta mierda? -Con la punta de la bota de cowboy, el Cuchilla tocó la libreta en la que Cal había estado dibujando. Miró el boceto. Volvió a mirar a Cal-. ¿Mami, papi y los niños, Calvin? ¿Eso es lo que dibujas? -Sus labios esbozaron una sonrisa singular por el grado de amenaza que logró transmitir-. ¿Los echas de menos, tío? ¿Te preguntas dónde están? ¿Meditas sobre por qué desaparecieron un día de repente? Tal vez sea porque eres un perdedor, Cal. ¿No se te había ocurrido?

Joel miró al Cuchilla y luego a Cal. Incluso a pesar de su corta edad, podía ver que el Cuchilla se moría por hacer daño a quien fuera y supo intuitivamente que tenía que irse de allí. Pero también sabía que no podía permitirse parecer asustado.

– Estaba atento, colega. -Calvin sonaba paciente-. No ha pasado nadie por esta calle en la última hora, te lo digo yo.

– ¿De verdad? -El Cuchilla miró fugazmente a Joel-. ¿A esto llamas nadie? Bueno, supongo que tienes razón. Un cabrón mestizo con su hermana mestiza. No son nadie, la verdad. -Centró su atención en Joel-. ¿Y tú qué quieres? ¿Tienes asuntos por aquí? ¿Me traes algún mensaje de esa putilla a la que llamas hermana?

Joel pensó en la navaja, la sangre y en los puntos en el cuero cabelludo de Ness. También pensó en la persona que había sido su hermana en su día y en la persona que era ahora. Sintió un dolor incomprensible. Fue esto lo que le hizo decir:

– Mi hermana no es ninguna putilla, tío. -Y oyó que Cal tomaba aire con un silbido, como la advertencia de una serpiente.

– ¿Eso es lo que piensas? -le preguntó el Cuchilla, y parecía decidido a sacar el máximo provecho de una oportunidad inesperada-. ¿Quieres que te diga qué le gusta? Que se la follen por detrás. Eso es lo que quiere. En realidad sólo lo quiere de esa manera, y lo quiere a todas horas, todos los días, de hecho. Tenía que ponerme duro con la muy putilla para conseguir hacerlo de otra forma.

– Tal vez -dijo Joel en tono agradable, aunque no estaba nada seguro de si podría hablar con la tensión que notaba en el pecho-. Pero quizá sabía que era lo mejor para ti. Ya sabes a qué me refiero: que era el único modo en que tú podías hacerlo.

– Eh, colega -dijo Cal, en un tono claro de advertencia, pero Joel había ido demasiado lejos. No había vuelta atrás. Si no seguía, quedaría marcado como un cobarde, y era la última conclusión que quería que alguien como el Cuchilla extrajera sobre él.

– Ness es así de buena. Ve un defecto y, por mucho que no quieras, hará algo para ayudarte. De todos modos, haciéndolo así, por detrás, como dices, se ahorraba tener que ver tu cara asquerosa. Así que tanto mejor para los dos.

El Cuchilla no contestó nada. A Calvin se le cortó la respiración con un rugido. Nadie conocía al Cuchilla como Calvin Hancock, así que era él quien sabía de qué era capaz el otro hombre exactamente, si se veía acorralado.

– Sigue caminando a casa de tu amigo en Sixth Avenue, colega -le dijo a Joel, y sonaba bastante distinto al fumeta colocado que había estado hablando con él antes de que el Cuchilla apareciera en escena-. No creo que quieras quedarte por aquí.

– Oh, qué bonito -dijo el Cuchilla-. ¿Me proteges de éste? ¿Es lo que estás haciendo? Eres un inútil de mierda, ¿comprendes? -Escupió en el suelo y le dijo a Joel-: Lárgate de mi vista. No merece la pena el esfuerzo de zurrarte. Ni a ti ni a la fea de tu hermana.

Joel quiso decir más, a pesar de la imprudencia de ese deseo. Igual que un gallo joven dispuesto a darlo todo, quería enfrentarse al Cuchilla. Pero sabía que no había forma de competir con aquel hombre, y aunque hubiera podido, habría tenido que pasar por encima de Cal Hancock para llegar a él. Por otro lado, Joel sabía que no podía irse después de que el Cuchilla se lo hubiera ordenado. Así que se quedó mirando al Cuchilla durante unos treinta segundos largos y aterradores, pese a notar la sangre fluyendo con furia en sus oídos y un nudo igual de furioso en la garganta. Esperó a que el Cuchilla dijera: